sábado, 29 de agosto de 2009

La ficción lírica en "Es que hacías tanta falta"


Escribe: Walter L. Bedregal Paz

Durante un buen número de los últimos años, la mirada y atención de los lectores, especialmente puneños, ha estado centrada en la poesía escrita por las hornadas nuevas, con gran interés en la llamada Generación de Fin de Siglo, sin embargo, la narrativa estuvo un tanto alejada de la puesta en escena, casi como condenada a un espacio de marginación literaria, a pesar aún de los trabajos narrativos plasmados por las voces, diríamos, en alguna medida, mayores o con más transición de autores puneños (el caso Padilla, como solitario narrador considerable). Los antecedentes narrativos, en este caso del cuento, no tienen mayores referentes, los textos cuentísticos que se conocen son realmente escasos y/o sin valor literario, plagados de improvisación, de autores con temor por hacer conocer sus textos; si alguien escribe por ahí, es un completo desconocido, y es que no hay medios que tengan el espacio necesario para su difusión, salvo la brevedad de milímetros que le pueden dar las revistas de literatura en Puno. Esa tal vez sea la explicación de los pocos cultores de este género.

En el otro lado de la página, de los resúmenes emotivos sin meditación y muy alejado de la improvisación, nos sorprende el logro del texto literario en Es que hacías tanta falta, texto del escritor Darwin Bedoya (Moquegua, 1974), con el cual obtuvo el Tercer Premio en el Concurso Nacional de Cuento “Premio Regional a la Cultura”- 2006, convocado por ELECTROPUNO S.A.A. Una persistencia de búsqueda casi alcanzada en la significación estética, estructural y poética parece haber confluido en esta historia llena de magia y vigor imaginativo, a través de los cuales se podrá notar una voluntad enorme de la organicidad del discurso y la postulación a la imaginería inteligible de sucesos sin fisuras, como un primer rasgo que se puede embanderar el autor. En el universo narrativo de Es que hacías tanta falta encontramos una voz lírica que va desenvolviendo el pasado para encontrar los nuevos días, las horas llenas de una muy grande soledad que vive la protagonista de esta historia.

La trama se va realizando lentamente y en un tono bastante poético, pero marcando un registro de escritura intertextual y con la convocatoria de las diversas imágenes que no hacen otra cosa que darle al texto el halo de una atmósfera fantástica: “El gato negro que nunca comía nada, seguía mirándola como un centinela desde la pared, sus ojos parecían dos antorchas rojizas. Daba la sensación de que él la hacía dormir con la mirada, por eso, cuando quedaba dormida, él se acercaba sigilosamente, lamía sus blancas manos y luego se doblaba como un arco iris tratando de enredarse en los largos cabellos de la dormida. Varias noches hizo lo mismo, y en todas terminaba perdiéndose allí, desaparecía misteriosamente en los cabellos de Quiela. Ella tal vez soñaba que dibujaba un gato en sus faldas.” Esa imaginería verbal es un soporte sólido llamado lenguaje literario, el que esta vez aflora con un matiz de ternura, el mismo que delata al poeta Bedoya.

A veces parecía irse al mirar por la ventana. Es la frase que principia el texto y que nos conduce de lleno a la trama de una historia basada en el increíble sentimiento de una muchacha que termina volviéndose loca de amor (la locura que ella alcanza es de la pérdida de la lucidez de las cosas que solía hacer) por un tipo que no está, ni estará con ella en la realidad de su mundo. Quiela, la protagonista del texto, es el hilo conductor de esta historia llena de fabulaciones y fotografías que sorprenderán al lector. La historia está dividida en dos partes, en la primera es posible percibir a una artista repleta de ansiedad y pena incontrolada, todavía gozosa de su lucidez artística pues, durante la noche comienza a pintar los cuadros más impredecibles que con el paso de las horas parecen hacerse realidad. Pero Quiela va adquiriendo con lentitud un cuerpo abandonado que mientras va pintando, busca la soledad de su habitación donde ocurren hechos realmente extraños. Su alcoba, es también, el espacio silencioso en el que cada vez que llega la parte oscura del día construye un único rostro, “Quiela tiene esa manía de apagar completamente las luces cuando la madrugada es inminente” seguramente para encontrar en sus vacíos aquella imagen que no se borrará jamás de su mente, y gracias a la cual irá alcanzando hasta el último día de su vida ese estado de locura imparable, pero angelical y única.

En la segunda parte, aparece la voz de aquel que se marchó, que por los rastros, demasiado notorios, está en el otro mundo; tan lejos y tan cerca de Omate, “Soñaba, tal vez, con la llegada de alguien o con una señal que pudiera encontrar en sus raros sueños, sobre todo aquellas tardes que rebosaban de presagios porque las cosas frágiles empezaban a moverse lentamente, mientras las flores adquirían un nuevo color y el pasto crecía incontenible debajo de los montes omateños de duraznos”. Ese espacio geográfico de la costa peruana es el escenario donde ocurren la mayor parte de los acontecimientos; contrariamente a la escena única en que se sabe, casi como un flash, del lugar donde se encuentra Fernando, en esas nubes al sol, tal como reza el epígrafe tomado de una canción mexicana que sonó en los años noventa. “Lejos de allí, casi a una distancia incalculable, alguien no le ha quitado la vista. Son unos grises ojos, están leyendo unas hojas que su huesuda mano sostiene. (…) La puede ver (a Quiela) a través de esas hojas ahuecadas, desgastadas; camina de un lugar para otro hasta perderse lentamente en el nacimiento del alba”; sin embargo, a pesar de su ausencia, todo el tiempo ha estado pendiente de ella, ha estado siguiendo minuciosamente los pasos de la muchacha. Fernando, el casi culpable de la historia y la locura de Quiela, es el de la voz poética que convierte al texto en una fusión de poesía y prosa, dos lenguajes que se apoyan en una historia clásica de amor y muerte más allá de la eternidad, como se puede leer en las líneas finales del texto, quedando tácitamente anunciado el reencuentro de dos locos. Por eso es posible verla ahora subiendo por esa desvencijada escalera que no soportará la levedad de su cuerpo. Su mirada semidormida está clavada en la cima de los millares de peldaños que le faltan escalar. Escucha el canto de grillos por doquier y cuando cierra los ojos imagina cientos de luciérnagas alumbrando sus pasos en la gradería. En su espalda, de alguna manera atada, lleva la muñeca que un día encontró entre los deshechos. Y en su rostro hay una sonrisa que pronto se tornará en una carcajada que en algún lugar sus ancianos padres, viendo los dibujos en el espejo, volverán a escuchar y comprenderán que por fin, Quiela, ha descubierto la manera de encontrar al ausente.Así concluye esta mágica narración que desde el título parte con la ternura y la prosa poética de nivel considerable.

La vitalidad imaginativa del autor nos muestra en Es que hacías tanta falta, las estrategias deductivas, inductivas y abductivas de argumentación, las cuales seguramente formulan inferencias derivadas del reconocimiento de improntas, síntomas e indicios de lo que puede ser considerado como un cuento. Y es que el texto en mención posee un espíritu del cuento clásico, también tiene un apreciable tratamiento lúdico y experimental que de alguna manera es, como todos los cuentos, la iniciación de la escritura de la novela y es que va construyendo con cuidado, un efecto lleno de incidentes combinados estratégicamente con ideas preconcebidas. Como en el siguiente fragmento: “Hoy no, Quiela no está más. Ni en el banco del patio, ni en su habitación. Tampoco en esos paisajes. Son otros lugares donde se refleja su rostro. Otras tardes guardarán ahora sus ojos, ya no se perderá horas y horas en la huerta escribiendo en la corteza de los duraznos, las higueras, los sauces, los álamos y los manzanos, esas frases repetitivas; y hasta quizá nunca más vuelva a repetir aquellas palabras que solía decir antes de hacer cualquier locura: Es que hacías tanta falta, como justificando sus actitudes o cuando entendía que algo estaba pasando con ella, algo extraño comenzaba a cambiarla y ya no se reconocía con lucidez.” O la siguiente escena ubicada casi a la mitad del texto, también posee una previa construcción de estructura y composición fantástica: “Ahora por ejemplo, está disfrutando de un paisaje que ha sobrepasado los estilizados esbozos que se contemplaban en el espejo, reflejados en collages y encáusticas, en ellos Quiela camina feliz. Está en un jardín recogiendo flores de todos los aromas posibles. Los tulipanes y las epifitas bromelias de todo color, las poncianas y su sombrilla emulando paraguas naturales, algunas heliconias cerca del riachuelo que atraviesa el lugar pintado, son las favoritas en aroma y belleza. Ella tiene en su brazo un cesto. Un sombrero rojo se puede ver cubriendo sus negros cabellos. Una sonrisa, típica en ella, se nota en la distancia. Esas hojas, el padre, las doblaba cuidadosamente y las guardaba entre su camisa y en las noches, en su cuarto, de tanto mirarlas, asombrado veía cómo se perdían entre sus propias manos.”

Todo ese derroche de ficción hace que al final el texto íntegro alcance una lectura con potencialidad escrituraria y manejo de construcción estructural que hacen de la historia un todo completamente interconectado.

El lenguaje narrativo de Bedoya empieza a distinguirse por esa habilidad para contraponer realismo e ilusión con lo que genera esa atmósfera que conjuga elementos de la prosa y la lírica; en una primera instancia nos atrevemos a postular que los textos siguientes serán de una lectura obligatoria para poder confirmar lo que en estas líneas se está mencionando. El lenguaje que emplea el autor, así como los eventos que va describiendo, casi obligan al lector a refugiarse en la estética y la simpleza de un discurso clásico y moderno a la vez, a esconderse en la sensación de soledad y vacío, más que de desesperación, igual sucede con la creación de las sub-ficciones que están constituyendo la ficción mayor, la de Quiela y su mayor ilusión nunca mencionada en el cuento: encontrarse con Fernando o, el otro dato que tampoco se menciona en toda la historia: la locura de Quiela; y justamente ese tácito entendimiento de esos dos hechos, que son muy vitales en el texto, constituyen el sentido general de la historia narrada.

Al concluir, podemos hallar aspectos relevantes en Es que hacías tanta falta, por ejemplo la ausente expresión dialógica, el derroche de la creación de ambientes ficticios, la soledad, los personajes angustiados apenas descritos, el paso del tiempo, la incomprensión del mundo y la vida de viajes eternos. La reiterativa incursión de los viajes que hace el narrador a las tormentas interiores, nos muestran una vez más, que la desolación, muchas veces marca ¿el equilibrio? de la vida. En resumen, Es que hacías tanta falta, es un cuento de tono esencialmente lírico y fantástico, lo cual causa un efecto de suspense y, casi por extensión, una lectura agradable debido a su lenguaje poético. Esperamos que el texto aludido no resbale en ninguna acera y que su autor no cometa el delito de abandonar la prosa que ha comenzado con otros textos precedentes que conocemos y que tampoco carecen de valor propio.


jueves, 27 de agosto de 2009

Pamoslake de Walter L. Bedregal Paz


Pamoslake
Walter L. Bedregal Paz
Serie narrativa breve Presagio Nº 01
Grupo Editorial "Hijos de la lluvia"
&
LagOculto Editores
54 pp. (Lima, 2009).

El texto que tenemos entre manos es, ante todo, una historia fantástica que se proyecta en muchas orientaciones. Este relato está escrito desde el centro mismo de la escritura. Combina las vivencias personales y los miedos interiores del hombre. Es una memoria personal, y va proponiendo la desaparición de ciertas fronteras narrativas y abriendo camino para las confesiones amplias, siempre a la búsqueda de que lo real sea visto como espacio idóneo para acomodar lo imaginario, y así ficcionar con la vida.

Pamoslake tiene esa tensión entre imaginería de lo invisible y la narración subjetiva. Es un relato rápido a la vez que profundo, que en su travesía recorre la soledad, la amistad, el amor, la muerte y las fronteras del vacío. En estas páginas se rescatan de la memoria distintos momentos de una época pretérita de su protagonista, escenas conmovedoras sobre la formación moral, sobre aquel «viaje a la singularidad que constituye toda adolescencia.» La quietud y permanencia que destilan sus páginas, la sensación de que nos cuentan cosas «que han pasado y que están destinadas a seguir pasando.» Este libro, el segundo de narrativa que publica su autor y por el que obtuvo una mención en el Concurso Nacional de Cuento Premio a la Cultura en 2006, está destinado a acompañar nuestro propio aprendizaje del dolor y del amor y a perdurar en la memoria lectora.

darwin bedoya.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Es que hacías tanta falta de darwin bedoya



darwin bedoya
Es que hacías tanta falta
Serie narrativa breve Presagio Nº 02
Grupo Editorial "Hijos de la lluvia"
&
Lagoculto Editores
Lima, 2009. 52 pp.




Los pretextos para publicar un cuento
nunca son suficientes. Pueden ser cientos o miles,
pero a veces uno es más auténtico que todos.
Es que hacías tanta falta
es un texto donde el autor domina y articula
una delicada textura verbal —artificios léxicos en summa—
cuya sutileza poética hace que la historia
se convierta, más que en un maravilloso brebaje,
ritual o canción; en un Ars amandi imperioso y moderno.
La insolencia confidencial y talentosa
de este Ars amandi, sin duda es una señal de que
el autor sabe manejar las distancias cortas de la narrativa:
el cuento breve, esta historia es una clara señal,
de que los más puros amores jamás podrán ser alcanzados.
Es más que seguro que algún lector, silenciosamente
logrará secarse alguna sibilina lágrima,
y ese es el punto de quiebre de un texto
considerable; porque, si bien es cierto,
no existen los libros imprescindibles;
pero sí los libros que todos hubiéramos querido escribir,
sobre todo para saldar
cuentas con la memoria de aquel amor mejor
que nunca podrá ser conseguido.
Las dos partes de Es que hacías tanta
falta, traslucen una curiosa arquitectura de
profundas variaciones decorativas que muestran
la intensidad del lenguaje. Parece notarse en
muchas líneas que Fernando, personaje
protagónico, es el alter- ego del autor pues, es quien
se encarga de ir uniendo las secuencias y las
palabras, casi con una precisión absoluta.


Eulogio Ramos

lunes, 24 de agosto de 2009

Se cumplen 110 años del nacimiento de Jorge Luis Borges




El autor de El aleph y El libro de arena replanteó la literaturalatinoamericana. Desde 1970 figuraba como favorito para ganar el Premio Nobel de Literatura, pero no lo consiguió por supuestas razones políticas.



Hace más de 30 años, y en medio de una entrevista, un periodista peruano intentó cambiarle de tema al escritor –quien se había ensimismado en un solo asunto– y le dijo: “Perdone que haga una digresión…”. Este, mirando al vacío a causa de su ceguera, le replicó con amabilidad: “Varias digresiones, por favor. Para eso estamos”. Así era Jorge Luis Borges, el vanguardista escritor argentino que nació en el último año del siglo XIX, un día como hoy.



HISTORIA DE SU ETERNIDAD.



Nacido en Buenos Aires, en un barrio marginal de inmigrantes, Borges fue precoz desde su juventud: a los nueve años ya había hecho una traducción libre de El príncipe feliz, de Wilde, porque creía que siempre era posible mejorar lo dicho en otra lengua. Y luego, ya en Europa, aprendió el idioma alemán solo con un diccionario. Su estadía en Suiza, donde viajó para que su padre siga un tratamiento contra la ceguera –mal que él luego heredaría–, coincidió con la Primera Guerra Mundial y la aparición de las vanguardias artísticas. De allí tomaría esa influencia simbolista y transgresora que en el futuro se puliría en sus obras.




Borges regresó a Buenos Aires a comienzos de los años veinte, y fundó varias revistas literarias y filosóficas. Cambió su modo de escribir y se enfrascó en un cierto regionalismo relacionado con los suburbios de su ciudad. Incluso compuso tangos y milongas, a los que trató de eliminar lo que él llamaba la “insoportable sensiblería de sus letras”. Luego se inclinó a especular con lo fantástico, y así escribió Historia universal de la infamia (1935) –colección de cuentos basados en criminales reales–, Ficciones (1944) y El aleph (1949). Siempre cuentos y nunca novelas, porque, según decía, no valía la pena tanto tiempo y esfuerzo en una historia que fácilmente se podía contar en unas cuantas páginas.



SENDEROS QUE SE BIFURCAN.



Para cuando Borges escribió sus obras más importantes, lo hizo casi ciego: desde los 30 años ya había comenzado a perder la visión, por lo que incluso tuvo graves accidentes. Borges recordaría esos años como “un lento crepúsculo que duró más de medio siglo”. Aun así, se las arregló para seguir escribiendo y empaparse en otros libros: se las hacía leer en voz alta. Su ceguera congénita tampoco le prohibió trabajar en la Biblioteca Nacional de su país. Sin embargo, su constante rechazo a Perón le cambió la vida: el gobierno lo degradó al cargo de “inspector de aves de corral y mercados’, mientras que su madre y hermana eran acosadas por la Policía. Imposibilitado de seguir trabajando como antes, Borges tuvo que convertirse en profesor y conferencista itinerante por todo el continente, logrando superar –no sin ayuda médica– su más grande terror: hablar ante los demás.



UTOPÍA DE UN HOMBRE CANSADO.



Famoso ya por su producción –en 1951 publicó La muerte y la brújula y, en 1975, El libro de arena–, Borges viajó por todo el mundo y se convirtió en un reconocido catedrático en Europa. Tanta era su fama, que desde 1970 figuraba como favorito para ganar el Premio Nobel de Literatura. Pero la Academia Sueca pareció olvidarse de su existencia, aun cuando Borges era nominado por años consecutivos: al parecer, fue excluido porque aceptó un premio de manos del dictador Augusto Pinochet. Ya anciano, Borges se estableció en Ginebra, Suiza, y se casó con una ex alumna y secretaria suya: María Kodama. En esa ciudad moriría el autor, en 1986, por un cáncer hepático, y es allí donde está enterrado. Y sería Kodama, su viuda, quien, en el 2009, se opondría a que sus restos sean trasladados a Argentina: los peronistas en el poder –el partido político que le cerró todas las puertas en su momento–, ahora pretendían repatriarlo por intereses políticos. Al final el proyecto se canceló. Sin duda, olvidaron que Borges sigue vivo en sus libros.