Es posible también que siga siendo una literatura calificable de “peruana” por lo anteriormente dicho, y porque siempre será un matiz original dentro de un corpus mayor, el de la narrativa latinoamericana, cuya persistencia de lo particular puede ser bastión cultural en defensa de nuestras identidades ante el embate de la acción depredadora de la globalización. La globalización manifiesta en el campo de la cultura aspectos positivos y negativos. Pienso que aún será posible hablar de una literatura peruana (aunque muchos ya no lo admitan) en tanto que nuestras vivencias individuales estén atadas a nuestras vivencias colectivas, fundando y refundando un “imaginario peruano”, como lo llamó el maestro Alberto Escobar. Y también continuará existiendo un sentimiento de la lengua propio de nuestras particulares sensibilidades, que nos ha de distinguir siempre de lo que escriben nuestros colegas españoles.
Hasta aquí la literatura de los testamentos heredados. Pero me pregunto si también una parte importante, ahora muy significativa, de nuestra narrativa pasa por los “testamentos traicionados” (estamos utilizando el título de un libro de crítica de Milan Kundera: Los testamentos traicionados. Tusquets, 1994). Kundera menciona con relación a la traición de testamentos a cuatro autores: Kafka, Musil, Broch y Gombrowickz, porque integraron la reflexión ensayística en el arte de la novela, porque reconquistaron el derecho a la digresión, porque renunciaron a los dogmas del realismo y sobre todo porque se opusieron a sugerir al lector la ilusión de lo real. Pudo Kundera haber incluido en esta lista a Borges. Pero sobre los testamentos mismos, Kundera también habla de la traición de Max Brod a los testamentos de Kafka. Le escribe Kafka a Brod: “Mi testamento será sencillo… pedirte que lo quemes todo”. Dice Kundera que la mayor mentira de la leyenda que rodea el testamento de Kafka, es que Kafka no quería destruir su obra. Y Kundera argumenta largamente por qué piensa esto.
¿Dónde encontrar traición a los testamentos de nuestra tradición narrativa? Voy a mencionar tres expresiones recientes relacionadas con nuestros testamentos traicionados.
En primer lugar nos referiremos a La cuarta espada de Santiago Roncagliolo. En este libro encontramos una aseveración que hubiese sido considerada inaceptable, abominable, por escritores como Arguedas o Ribeyro, y por casi todos los escritores de mi generación (la del 70). El mismo Vargas Llosa se refiere a que no es incompatible, que no debería serlo, la buena literatura con el éxito. Pero lo que Rocangliolo afirma va mas allá del éxito literario y es de una sinceridad brutal cuando escribe: “¿Por qué un reportaje sobre Guzmán? Porque vende. O porque yo creo que vende. O porque es lo único que puedo vender. Siempre he sido un mercenario de la palabra. Escribir es lo único que sé hacer y trato de amortizarlo.” ( LCE. pág. 23).
Esta afirmación dicha de manera tan violenta no habría podido ser pronunciada pocos años atrás. Es realmente desafiante para quien se considera un escritor artista, honesto, progresista, desinteresado, que escribe al servicio de la cultura de su país. No voy a juzgar moralmente a Roncagliolo, ni voy a alabar su sinceridad. Sólo que, blasfemia o no, Roncagliolo pone en el centro del debate el problema de los límites al que pueda llegar el escritor “profesional”. Un escritor que vende su pluma en el mercado, esto considerando que el no venderla no lo hace a uno mejor escritor, ni tampoco venderla, pero sí implica traicionar testamentos que eran considerados sagrados. Algo afirmado de esa forma nunca ocurrió antes en nuestra narrativa, por lo menos no dicho de manera tan incivil, tan ruda. A esa opción se opone la del escritor artista, que también, de paso, viola a los testamentos otorgados por los escritores comprometidos, que siempre miraron con desconfianza y censura a los narradores artistas, calificados de frívolos, decadentes, egoístas, etc.
Una segunda manifestación de los testamentos traicionados la encontrarnos en un artículo de Jaime Bayly en el diario Correo de Lima (7 de abril del 2008). Este excelente artículo lleva como título “Lo que queda del alma”. Bayly es tan sinceramente brutal como Roncagliolo, pero en otro campo. Que yo conozca en la literatura peruana jamás un escritor ha presentado, exhibido, de manera tan descarnada su intimidad como problema moral, como lo hace Bayly en este artículo. Acostumbrados como estamos a sus bromas no creo que en este artículo esté bromeando. Cito literalmente: “Tal vez nunca tuve alma. Tal vez nací desalmado, no lo sé. Pero si tuve alma, la mía era mortal… Me parece que se murió por exceso de maquillaje y horas de televisión, y murió en algún estudio de televisión y yo seguí hablando y ya sin alma”.
El resto del artículo es una mezcla de confesión desenfadada que, desafiante, apunta directamente a cierto tipo de moral. Dice Bayly: “Poco importa si se te muere el alma si tienes unas nalgas altivas, pundonorosas y justicieras como las mías, unas nalgas que han sobrevivido a mil batallas y siempre están dispuestas a dar una pelea más en nombre de mi honor”. Bayly viola el testamento del escritor decente, honorable, el que debe respetar las apariencia, cuya alma es justa y limpia, e inmortal. Ningún escritor homosexual en nuestro país ha hablado sobre su cuerpo con la gracia y crudeza de Bayly. Bayly traspone la línea de lo que puede ser dicho (Roncagliolo también). Asuntos incomunicables por demasiado íntimas. Incomunicables también por ser demasiado hirientes a los demás.
Para terminar con los testimonios traicionados, en mayo del 2007 se publicó en Lima Lo raro es ser un escritor raro (Ediciones Underwood, PUCP), un ensayo de uno de los escritores más interesantes aparecido en los últimos tiempos en América Latina, el peruano-mexicano Mario Bellatin, quien en este ensayo explica la génesis y el propósito de todas sus obras. Voy a citar sólo dos de sus ideas. La primera podría ser el ideario de muchos narradores peruanos jóvenes que escriben de manera alternativa a la narrativa social. Escribe Bellatin:
“Se ha señalado que los narradores de mis libros suelen escribir desde un espacio límite. A partir de esta precisión revisé Jacobo el Mutante, Salón de belleza y Perros héroes. Sospecho que en efecto, aquellos narradores se encuentran al borde, al desasosiego, inmersos en una zona fronteriza. Fue interesante aquella apreciación, porque yo estaba convencido de que escribiendo desde el silencio, desde la carencia, desde la falta, donde el lenguaje no es lo suficientemente escaso, tiene siempre demasiadas posibilidades, y ése es un problema irresoluble cuando se quiere expresar precisamente aquello que no se puede decir” (págs. 7 y 8, las cursivas son nuestras).
Lo segundo que quiero destacar de este ensayo es la idea de artificialidad, que Mario vincula a su condición de persona discapacitada. Dice Bellatin: “En cierto momento advertí que lo que me hacía falta era la artificialidad que había estado presente en mi cuerpo durante todos los años, casi todos los años de mi vida, en que porté un brazo artificial”. Desde una literatura que propugna la obligación de escribir sobre ciertos temas, Bellatin reflexionando desde su brazo artificial, que es muy real y vivencial, nos recuerda que la literatura es sobre todo artificio. Al hacerlo, Bellatín viola la cláusula primera de nuestro testamento recibido, que dice que la narrativa no debe ser artificio sino compromiso.
¿Qué dice Bellatin en la entrevista hecha por Francisco Ángeles la semana pasada en Porta9, y que no fue dicho en “Lo raro es ser un escritor raro”? En el ensayo habla de su obra, en la entrevista opina también sobre la literatura que no sólo es la suya. Resumiendo, completa el ideario que podemos encontrar ya asumido y plasmado en obras valiosas en muchos narradores jóvenes peruanos, que de alguna manera han tenido a Bellatin como uno de sus ancestros. Y nos referimos a “testamentos traicionados” con respecto al canon que sustentaba tradicionalmente nuestra narrativa.
Enumeremos lo dicho por Bellatin en la entrevista con Ángeles: 1) crear realidades paralelas a la real. (esta afirmación provoca una discusión muy compleja sobre lo que se entiende por realidad, pero nos faltaría espacio y no es el lugar). 2) La escritura por la escritura misma. 3) Escribir sin un mensaje qué decir, sin que esto implique que no se esté diciendo algo. En la entrevista vemos a un Bellatín defendiendo al artista (¿en oposición al escritor profesional?) y también descubrimos al escritor respetuoso de la escritura del otro cuando dice que “considera válida cualquier manera de enfrentar la escritura siempre que el producto sea literario y respetando sus propias reglas de juego”. En esto hay violación de los testamentos recibidos porque nuestra literatura siempre ha sido poco flexible a la diversidad y bastante dogmática y canónica. Pero hay un testamento traicionado por Bellatin, que en esta entrevista es particularmente saltante. Y es la del escritor ilustrado. Al voraz lector que acompaña al afiebrado escritor, Mario propone un lector ingenuo en contraposición al conocedor de su oficio y sus secretos. Bellatin afirma que “leer no es necesario para escribir”, con lo que traiciona no sólo los testamentos peruanos sino un elemento esencial de los testamentos que están siendo legados por la narrativa contemporánea actual más significativa. Los ensayos de crítica literaria de Vargas Llosa, Piglia, Eco, Kundera, Auster, Bolaño, y podría extenderme nombrando una lista extensa de grandes escritores contemporáneos, nos hacen ver que en la narrativa hoy en el mundo entero, más que nunca, escribir implica una reflexión sobre la escritura y ésta es sólo posible confrontando los propios con otros textos, ahondando en meditaciones teóricas cada vez más complejas y creando la intertextualidad como elemento sustancial. Aquí creo que Bellatin como Kafka, que como dice Kundera estaba seguro que Max Brod no iba a destruir sus obras inéditas, nuestro admirado amigo Bellatin tampoco cree en esto que dice: que para escribir no es necesario leer. Se contradice con lo que sostiene en su ensayo antes mencionado donde formula una reflexión muy elaborada y brillante sobre su propia obra. Si leer no es necesario entonces tampoco sirve de nada leerse a sí mismo. Leerse a sí mismo parte del principio básico de leer a los demás. Sólo se puede aprender a escribir descubriéndonos al leer constantemente la obra de los otros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario