jueves, 5 de febrero de 2009




Por: Ricardo González Vigil




En su importante antología “La narración en el Perú” (1956) Alberto Escobar sostuvo, certeramente, que la orientación realista era la principal en la narrativa peruana, ya que la literatura fantástica resultaba secundaria en cantidad y calidad. Admitiendo que el designio realista era el predominante en los relatos peruanos, en la notable “Antología del cuento fantástico peruano” (1977) Harry Beleván probó que nuestra literatura fantástica no era tan escasa en frutos admirables, varios de ellos a cargo de autores fundamentales no vinculados normalmente con lo fantástico (López Albújar, Valdelomar y Ribeyro).



Hay que tener en cuenta que en los veinte años transcurridos entre el aporte de Escobar y el de Beleván el interés por la literatura fantástica había crecido entre los autores peruanos. Le debemos páginas perdurables de la llamada Generación del 50, compuestas por José Durand (tardíamente las reunió en el magistral libro “Desvariante”, 1987), Luis Loayza, Manuel Mejía Valera, Luis Rey de Castro, Luis León Herrera, Felipe Buendía y el citado Ribeyro, aparte de que en años recientes Enrique Congrains ha abandonado el cuño neorrealista de sus años juveniles; y de escritores pertenecientes a las hornadas de los años 60 y 70: Rodolfo Hinostroza (con una obra mayor, “Cuentos de extremo occidente”, 2002, tejida después de la antología de Beleván), Eduardo González Viaña, Julio Ortega, Edgardo Rivera Martínez, José Adolph, Gastón Fernández, Nilo Espinoza y el propio Beleván.


Tres decenios después de la contribución de Beleván, la literatura fantástica goza de buena salud en el Perú. Baste revisar los tomos del Premio Copé con los cuentos ganadores y finalistas. En concordancia con ello, varios estudiosos le están prestando atención creciente a la vertiente fantástica, siendo la antología más completa la enhebrada por Gonzalo Portals: “La estirpe del ensueño” (dos ediciones en años recientes). Dentro de ese marco, se sitúa ahora “17 fantásticos cuentos peruanos/Antología” de los jóvenes cuentistas y periodistas Gabriel Rimachi Sialer (Lima, 1974) y Carlos M. Sotomayor (Lima, 1975).


En cuatro casos (Víctor Miró Quesada, Gonzalo Málaga, Fernando Sarmiento y Julio César Vega) su selección apuesta por autores poco o nada reconocidos todavía, lo cual es rescatable porque hay mucho por descubrir en la actual narrativa peruana. Elogiemos aquí la consistencia artística con que Fernando Sarmiento retrata al superhéroe Batman envejecido y deprimido, incapaz de conectar con la delincuencia mediocre (sin supervillanos) pero generalizada que se ha ido imponiendo en la ciudad.


Echamos de menos un deslinde de lo fantástico frente a lo meramente insólito (improbable pero posible) u onírico, no se diga el realismo mágico (por ejemplo, un ser alado como un ángel) y el juego metaliterario (o con personaje de ficción).


MUESTRA ACTUAL




Se trata del primer volumen de una antología de la narrativa fantástica peruana. Incluye a dos autores mayores, pilares de la literatura liberada del realismo: José B. Adolph (1933-2008) y Carlos Calderón Fajardo (1936). El conjunto más nutrido corresponde a quince voces de las dos últimas décadas, algunas ya consagradas como expresiones significativas del relato fantástico (Prochazka y Güich, sobre todo); otras, normalmente vinculadas con el realismo o la novela negra, aquí prueban que su registro creador es amplio y diversificado (Roncagliolo, Piérola y Rengifo son los ejemplos pertinentes).

miércoles, 4 de febrero de 2009

"Aquí no falta nadie", mejor antología de poesía 2008


Aquí no falta nadie
Walter L. Bedregal Paz
Grupo editorial "Hijos de la lluvia"
&
LagOculto editores



Escribe: Luis Pacho (*)






Se puede discutir su ampuloso prólogo. Se puede no estar de acuerdo con la herramienta teórica utilizada. Incluso se puede objetar la ausencia de tal o cual escritor tradicional, mayor o joven, o disentir respecto de los que sobran en el libro. Se puede cuestionar los criterios adoptados por el autor, e incluso los errores de edición. Pero si algo en el que tirios y troyanos estarán de acuerdo es que, AQUÍ NO FALTA NADIE, ha desatado polémica, y es el libro que mayor crítica sana o insana ha recibido en el decurso de los últimos años. Y claro, ha trascendido fácilmente las fronteras de Puno, y ha sido leído con fruición en casi todos los círculos de la literatura peruana.



Hay que recordar que importantes y reconocidos críticos y estudiosos de la literatura peruana y regional han dado su opinión en torno al libro, todos aparentemente elogiosos. Caso Ricardo Gonzáles Vigil, Juan Zevallos Aguilar, José Gabriel Valdivia, Ricardo Virhuez, José Luis Córdoba, Percy Zaga, Juan Luis Cáceres Monroy, entre otros. Y no es para menos, se trata de un recuento desde los fundacionales Alejandro Peralta y Carlos Oquendo de Amat, pasando por el gran poeta vivo Efraín Miranda Luján, hasta concluir en la llamada Generación del ´90. Sólo 21 poetas para un periodo de cien años.



Ocurre, sin embargo, que un sector de la literatura puneña cree porque pertenece al establishment literario local (¿si existirá?) o porque creen que tienen el respaldo académico, pueden hacer sacrosantas evoluciones del proceso literario puneño en un ensayo y/o una antología. Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver o que no hay peor sordo que el que no quiere oír. En este mundillo literario local, ya lo dijimos, es fácil engatusar, falsear, despistar o callar las bondades de un libro. Por eso, quedará para la anécdota los resquemores, las pataletas y las rabietas de algunos de nuestros escritores mayores de Puno y aquellos jovenzuelos que, dándose de grandes estudiosos y conocedores de la literatura y la historia puneña, traten de silenciar mediocremente en uno que otro cursito de capacitación docente o en cuanta entrevista son “invitados”. Pero el asunto siempre ha sido bastante sencillo: el tiempo y los lectores, son y serán los mejores críticos.

martes, 3 de febrero de 2009

"Un poco de aire en una boca impura", mejor libro de poesía 2008



El color local

Por Johnny Barbieri


Sobre Un poco de aire en una boca impura (Ediciones Altazor, 2008) de Ricardo Ayllón



Lo primero que se observa en “Un poco de aire en una boca impura” de Ricardo Ayllón es la sensación de verse ante un poemario producto de un proceso que ha afirmado una maduración estética sorprendente. Es así que desde su poemario Almacén de invierno hasta este que hoy nos ocupa se ha ganado en una propuesta temática más ambiciosa y con un sentido más abierto, y en una exploración de la forma, particularmente, más actual y de mayor logro estético.


La poesía como todo arte debe procurar, a través de los recursos o soportes utilizados, la concreción de un producto que abiertamente se presente como todo de creatividad, tamizado, necesariamente, por la razón. En Un poco de aire en una boca impura ese constructo está fundido en ser y esencia, en cerebro y corazón; existe un genius loci que domina todo y que en la voz del autor se ha hecho intensa e íntima.


El poemario está compuesto de cuatro secciones. La primera En la bahía, consta de cinco poemas, quizás los más alegóricos del libro, donde el autor se ha permitido envolvernos en una mitología que pretende, sobre todo, sublimar el espacio, “En cascurno, en Unicré, en Lopino, las bellotas crecían como animales recelosos y enhiestos…”, explicados debidamente en notas a pie de páginas. Los lugares refieren a zonas de la bahía de Chimbote, que siendo el lugar natal del autor, se han convertido en verdaderos asideros de significación intimista (adhesión apasionada por el terruño): núbil niñez, tenaz adolescencia, furtivos amores de juventud y, sobre todo, recuerdos y nostalgia “…la época de volver sobre los blandos dominios de la voz e invocar la consistencia del mar, su origen, esa puerta segura de la que no conocimos sino su mortandad entre peñascos y gritos.”


En la segunda sección Instrucciones para tu delirio el autor se desprende de todo tipo de referencia mitológica, como desprenderse de todo atavío y quedar desnudo mostrando lo más íntimo que, en esta parte del libro, es aquella dimensión que puede abarcar el amor, en todas sus formas, sobre todo, en cierta animación del espacio que vuelve a ser evocador nuevamente. Existe la intención de hacer fácil la lectura quitándole la complejidad formal, pero que mantiene aún ese ritmo trepidante que caracteriza todo el libro, “como eco de piedras fragmentadas en el aire, como cántico rasgado por los oídos sordos de la noche, así suenas…”


La tercera sección, personalmente la que más he disfrutado, incluso lleva un título mucho más sugerente, que tranquilamente podría haber sido el título del libro, crónica del guardián del piélago aquí encuentro poemas más logrados a base de una estructura suprarreal como en los poemas, Ah vanidad, Pese a todo, Ahora, entre otros. Pareciera que Ayllón encarnara ese custodio de la memoria, de la infancia, de la ciudad con sus espacios entrañables que se han forjado en torno al mar, es por ello que el mar lo abarca todo porque lo es todo, diría incluso, el mar se ha hecho próximo para palparnos, alcanzarnos, acariciarnos la piel “Yo le puse al mar un nombre, /lo llamé Domingo.


La cuarta y última sección del libro Cuaderno de obcecaciones pretende ser una suerte de epílogo construido en base a cierta obcecación, a cierto estado febril de insomnio, por ello la reducción de los vivaces colores de luz, a tenues sombras, recuerdos, lamentos, el silencio se ha acentuado, hay fuego consumiéndose, resplandor apagándose. Ayllón medita en torno a un pasado, ese pasado que ahora está lejano, y que no siendo malo pudo ser mejor. Su reflexión se ha vuelto pesimista y hasta alcanza a ser inquisidora. Y termina la sección con un poema de defensa a la familia, que es defensa al Yo, defensa al pasado, defensa a todo lo vivido.Este libro sorprende porque no se limita en ser un libro bien escrito, sino en ser un libro de apuesta. No se trata de captar las efusiones de la naturaleza y expresarlas tal cual llegan a ti, sino de reinventarlas, de hacerlas tuyas, es allí donde radica el valor de todo gran libro.



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Johnny Barbieri* (Texto leído en la presentación del poemario “Un poco de aire en una boca impura” de Ricardo Ayllón, en la Alianza Francesa de Miraflores, Lima, el 25 de Marzo de 2008)
*Johnny Barbieri: Nació en Lima el 01 de junio de 1966. Estudió Lengua y Literatura en la Universidad Nacional Federico Villarreal y Sociología en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. En 1990, con un grupo de amigos, activó la agrupación poética Noble Katerba. Además integró en 1995 La Mano Anarka, un grupo de resistencia contra la dictadura y la intervención universitaria. Ha participado en múltiples recitales y ha publicado en diversas revistas y diarios del medio. Ganador del premio HORACIO con la obra Viajando a Nairobi 2003. Es autor de los poemarios Branda y la Mesón de los Pandos (1993), El Libro Azul (1996), MAKA (1999), Jugando a ser Dios (2000), Carne de mi Carne (2002), La Virgen Negra (2003), Libro Hindú (2005) y Yo es otro (2007). Estudió la Maestría en Literatura Peruana y Latinoamericana en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Actualmente preside el proyecto editorial Casa Barbieri Editores.


Lima, Marzo 2008

lunes, 2 de febrero de 2009

"Hijos de la luna", mejor libro de cuentos 2008



HIJOS DE LA LUNA


Gustavo Adolfo Chávez Delgado



Hijos de la luna es un conjunto narrativo insólito en el que su autor presenta una bipolaridad estilística claramente identificable: por una parte están los cuentos cortos, de trama sencilla y final inesperado, y por otra, una historia que gira alrededor de lo fantástico, el largo aliento y los personajes sobrenaturales. Esta particularidad permite avizorar el arribo de un cuentista audaz, que rechaza el estancamiento temático y pretende definir su temperamento narrativo en la multiplicidad ficcional.


Gustavo Adolfo Chávez Delgado fortalece tal ejercicio, ahora, con la atención que le presta al drama personal a partir de personajes fustigados por el desconsuelo, las injusticias y la muerte; lo cual funciona como un inquietante cuestionario que nos aguarda con la urgencia de las grandes preguntas humanas.


Gustavo Adolfo Chávez Delgado nació en el puerto del Callao, el 7 de noviembre de 1984. Es el sexto de siete hermanos y un gran lector. Sus primeros años pasaron entre Las mil y una noches, Tradiciones peruanas y sus incontables viajes a la ciudad de Ica, donde vivió la mayor parte de su adolescencia. Empezó a escribir a muy temprana edad y es amante de las películas de terror y suspenso. Estudió en el SENATI pero nunca dejó de escribir. Concluye en la actualidad un nuevo libro, el poemario El principio del fin, con el cual espera completar el inicio de su carrera como escritor.

domingo, 1 de febrero de 2009

"La línea en medio del cielo", mejor novela 2008




PALABRAS DE PRESENTACIÓN. FERIA DEL LIBRO RICARDO PALMA
LA LÍNEA EN MEDIO DEL CIELONovela de Francisco Ángeles




Por Fernando Ampuero





Sobre La línea en medio del cielo, novela de Francisco Ángeles –joven hombre de letras y hoy famoso cibernauta (administrador del visitado Porta 9, blog de disección literaria) – quiero decir algo que tal vez suene muy sencillo, pero que, en mi forma de entender la literatura, constituye un elogio mayor: La línea en medio del cielo es un muy buen primer libro, que se lee con gran interés y muy rápido (en un par de horas, a lo sumo), y que además, por si fuera poco, dejará inquietantes resonancias en sus lectores, quienes al concluir la lectura no podrán resistir la tentación de volver sobre sus páginas a fin de releer uno que otro fragmento o capítulo. Esto último quizá se deba a que estamos ante ese tipo de obra en las que uno siente que el autor nos escamotea ex profeso algunos datos, pero sin hacernos trampa. Más claro: los datos perdidos andan por ahí, flotando en las entrelíneas, o bien inteligentemente dispersos en el éter de la lectura, en el tránsito de los episodios, en alguna posible reconexión. La novela de Ángeles, a mi criterio, se inscribe sesgadamente en la tradición de tres respetables mentores: Franz Kafka, Witold Gombrowicz y Jorge Luis Borges. Se respira aquí la atmósfera kafkiana, el clima de complot y de delirantes conjeturas de Gombrowicz, el ansia de asombro de algunos relatos borgianos que nos recuerdan a Chesterton.


La línea en el medio del cielo, de alguna manera, es una suerte de policial metafísico. No es una novela realista, sino más bien una novela sobre los orígenes de la realidad. Nada de lo que leemos es lo que parece ser, y viceversa. La vida y la ficción, digamos, son un acertijo por descifrar, un punto de tortuosos entrecruzamientos y un nivel oculto de comprensión y de emociones que solo un grupo de iniciados puede intuir o percibir. La realidad se expresa como un laberinto del tiempo. El lector está siempre con un pie en la realidad y otro en el sueño y/o la locura. Y, algo más interesante todavía, uno sospecha que en el vaivén entre tales extremos, que nos conduce por pistas falsas, se encuentra la verdad de una narración que se dispersa, o bien se recompone, en una lógica ajena y paralela a lo que dicta el sentido común, una lógica siniestra y esquizoide.
En esta extraña novela de Francisco Ángeles, el tiempo se nos presenta como un tejido de situaciones que se transforma en episodios que no aspiran a ser secuenciales, ya que aquí la continuidad no es la forma más apropiada de revelar lo que sucede. Las escenas se ordenan como en golpes de calidoscopio, dejando ver cuadros con formas y colores que ofrecen detalles en común, pero que se alejan de todo principio de orientación. Una lectura superficial nos dice que tenemos ante nosotros a un personaje protagónico, un tal Ignat, muchacho sin pasado ni futuro. Ignat, desde un primer momento, muestra su potencial de riesgo disponible. Nada lo intimida, todo llama su atención y despierta su curiosidad.





Así las cosas, Ignat conoce a Virginia, supuesta compañera de trabajo, y ésta a su vez le presenta a un grupo de amigos que trabajan en oficinas vecinas. El muchacho rapado, el muchacho de gafas, etc. Todos son jóvenes y burócratas, al parecer inmersos en anodinos cargos de ministerios públicos, y algunos, por presuntas vinculaciones universitarias, andan involucrados en actividades políticas. Ángeles, con ligeras pinceladas, recrea la alegre camaradería de ese grupo de jóvenes amigos, por llamarlos de algún modo, pero pronto nos insinúa que a lo mejor todo es falso, que nada es natural sino planificado, que todo es una conspiración. La novela empieza con una escena chocante. Varios jóvenes aparecen muertos en una habitación miserable de hotel. Todos los cadáveres se encuentran juntos y desnudos, con profundos cortes en las muñecas y en posiciones que hacen pensar que han perdido el aliento vital en tanto mantenían relaciones sexuales. Se desconoce qué los llevó a la muerte, pero se presume un suicidio colectivo. Este incidente, si se quiere, puede ser un anticipo del final al que está destinado el grupo de amigos. (No lo sabemos entonces, y no sé si alguien, después, consigue saberlo con certeza). Estos amigos, que conforman una secta –y digo secta, pues no tengo otro modo de aceptar sus propósitos comunes–, rinden culto a la muerte. La muerte, según piensan, es el trance más importante de la existencia. La muerte convierte la vida en un absurdo, pero dotándola de sentido. Ellos, incluso, pareciera que revaluaran la muerte (el accidente, la enfermedad, el suicidio y el homicidio) como una mística del absurdo. A Ignat le obsesiona los instantes previos en que una persona sabe que va a morir. Conoce al dueño de una funeraria, un viejo que enviudó en su misma ceremonia de bodas, pues su novia falleció en el pasillo central de la iglesia, camino al altar, mientras la veía llegar.





Existe una fotografía de esa boda, que es justamente una imagen que registra el momento. Los novios cruzan miradas, pero solo la mirada de ella interesa, ya que la novia está a punto de morir. Ignat descubre la foto y se la pide al viejo, casi como si reclamara algo propio (tal vez se trata de un caso de “reminiscencia del futuro”). Se supone que el fotógrafo debió estar detrás del novio, si consideramos que la imagen es una réplica de esa visión subjetiva para decirlo en términos del argot cinematográfico. La novia trasmite al novio el sentimiento de su muerte.
Esa mirada detenida en el tiempo es el vértice de la novela, el punto de ebullición.





Ignat se adueña de esa foto e inicia una colección de fotografías. Se trata de gente que ha sido fotografiada en idéntico trance: sabiendo que están a punto de morir. Y con esa singular colección de fotografías (llegan a reunir tres imágenes) se articula secretamente las vicisitudes de la secta.
¿Es esto que cuento lo que realmente sucede en la novela? No lo sé. Hay un viejo que escribe, pero que también podría ser el propio Ignat cuando llega a viejo y escribe sus memorias. Hay, también, un tráfico de identidades, en las que no está nada claro, así como una serie de divagaciones y paranoias, que nos presenta la escritura difusa y misteriosa del mencionado viejo, donde el presente y el pasado se entremezclan. ¿Cuál es “la línea en medio del cielo”? Eso sí lo sé, o sería mejor decir: creo saberlo. Y es que cada lector tendrá que hallar la respuesta. No quiero avanzar con más digresiones, para no privarlos del placer de explorar por sí mismos los vericuetos de esta siempre sorprendente narración. Doy, para concluir, una acotación que juzgo relevante: el escenario y el lenguaje utilizados. La ciudad donde se mueve Ignat, Virginia y la secta (el chico rapado, el chico de gafas) podría ser cualquier ciudad. El autor se cuida mucho de no mostrarnos un contexto identificable. El lenguaje, de otro lado, es puntual, meticuloso y neutro. Ni siquiera da cuenta de modismos peruanos. Por ejemplo, en vez de escribir “anteojos” dice “gafas”, o, al referirse a los cigarrillos, en vez de decir “cajetilla” dice “paquete”.





Francisco Ángeles, en suma, busca asumir riesgos y tiene nervio de buen narrador. Yo lo felicito sinceramente por su entrada con tan buen pie en la literatura.



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Fernando Ampuero (Lima, 1949) es uno de los escritores peruanos más importante de hoy. Es autor, entre otros, de los celebrados libros “Malos modales”, “Caramelo verde”, “Puta linda”, “Paren el mundo que acá me bajo” y “Hasta que me orinen los perros”. Hasta fines del 2008 fue director de la Unidad de Investigación y del suplemento cultural El Dominical del diario El Comercio.