domingo, 26 de diciembre de 2010

Cisneros, poeta mayor


El martes 8 de junio de este año el poeta peruano Antonio Cisneros Campoy iba manejando, algo decaído, por la Av. Salaverry cuando recibió la noticia: había ganado el Premio Pablo Neruda 2010, uno de los más importantes de Latinoamérica. El autor de Canto ceremonial contra un oso hormiguero (Premio Casa de las Américas, 1968) se alzó así con un galardón que finalmente recibiría el 12 de julio de manos del presidente chileno Sebastián Piñera. “La poesía es un gran acto de amor”, declaró entonces el poeta. El poema que consignamos revela que no hay una pizca de exageración en sus palabras.

Poeta, periodista, cronista, guionista, catedrático y traductor. Estudió en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y en la Pontificia Universidad Católica del Perú entre 1960 y 1965. Obtuvo el Doctorado en Letras en 1974. Tiene tres hijos y cinco nietos.

Pertenece a la llamada "Generación del 60" de la literatura peruana. Ha sido uno de los que más ha publicado y el más reconocido poeta peruano de este grupo.

Entre otras distinciones, en tanto que poeta, ha ganado el Premio Nacional de Poesía, el Premio Casa de las Américas, el Premio Cosapi de la Creatividad, el Premio Gabriela Mistral de la Organización de Estados Americanos, el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso, el Premio de Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval (Aguascalientes), es Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia. El 8 de junio de 2010 recibió en Santiago de Chile el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, entregado y financiado por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de ese país.

Ha enseñado en diversas universidades del Perú, Estados Unidos y Europa. Ha hecho periodismo en prensa, radio y televisión. Actualmente es director del Centro Cultural Inca Garcilaso del Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú.


Poema Tercer Movimiento (affettuosso)

Para hacer el amor
debe evitarse un sol muy fuerte sobre los ojos de la muchacha,
tampoco es buena la sombra si el lomo del amante se achicharra
para hacer el amor.
Los pastos húmedos son mejores que los pastos amarillos
pero la arena gruesa es mejor todavia.
Ni junto a las colinas porque el suelo es rocoso ni cerca de las aguas.
Poco reino es la cama para este buen amor.
Limpios los cuerpos han de ser como una gran pradera:
que ningún valle o monte quede oculto y los amantes podrán holgarse
en todos sus caminos.
La oscuridad no guarda el buen amor.
El cielo debe ser azul y amable, limpio y redondo como un techo
y entonces la muchacha no verá el Dedo de Dios. Los cuerpos discretos
pero nunca en reposo,
los pulmones abiertos,
las frases cortas.
Es dificil hacer el amor pero se aprende.

Antonio Cisneros (de "Agua que nos has de beber", 1971).


Sus poemas se caracterizan por la frecuente alusión a aspectos de la literatura, la cultura y la vida contemporánea como material para las reflexiones del autor, que suele usar un sentido del humor irónico.

Sus poemas han sido traducidos a idiomas como el chino, griego, japonés, alrededor de 14 idiomas en total.

Obras poéticas:

* "Destierro" (1961)
* "David" (1962)
* "Comentarios reales de Antonio Cisneros" (Premio Nacional de Poesía)(1964)
* "Canto ceremonial contra un oso hormiguero" (Premio Casa de las Américas)(1968)
* "Agua que no has de beber" (1971)
* "Como higuera en una campo de golf" (1972)
* "El libro de Dios y de los húngaros" (1978)
* "Crónicas del Niño Jesús de Chilca" (Premio Rubén Darío) (1981)
* "Agua que no has de beber y otros cantos" (1984)
* "Monólogo de la casta Susana y otros poemas" (1986)
* "Por la noche los gatos" (1988)
* "Poesía, una historia de locos" (1989)
* "Material de lectura" (1989)
* "Propios como ajenos" (1989)(1991)(2007)
* "Drácula de Bram Stoker y otros poemas" (1991)
* "Las inmensas preguntas celestes" (1992)
* "Poesía reunida" (1996)
* "Postales Para Lima" (1991)
* "Poesía" (3 volúmenes) (2001)
* "Comentarios reales"(2003)
* "Como un carbón prendido entre la niebla"(2007)
* "Un Crucero a las Islas Galápagos" (2005)(2007)
* "A cada quien su animal" (2008)
* "El caballo sin libertador" (2009)

Obras en prosa:

* "El arte de envolver pescado" (1990)
* "El libro del buen salvaje" (1995)(1997)
* "El diente del Parnaso (manjares y menjunjes del letrado peruano)" (2000)
* "Ciudades en el tiempo (crónicas de viaje)" (2001)
* "Cuentos idiotas (para chicos con buenas notas)" (2002)
* "Los viajes del buen salvaje (crónicas)" (2008)

Premios:

* Premio Nacional de Poesía, Perú, en 1965.
* Premio Casa de las Américas en 1968.
* Premio Rubén Darío en 1980.
* Premio Interamericano de Cultura "Gabriela Mistral" en 2000.
* Condecoración al Mérito Cultural de la República de Hungría en 1990.
* Premio Iberoamericano de Letras José Donoso, Santiago de Chile, en 2004.
* Caballero de la Orden de las Artes y las Letras del Gobierno Francés, en 2004.
* Homenaje a su obra en el Encuentro de Poetas del Mundo Latino, Morelia (México), en 2009.
* Premio de Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval, Aguascalientes (México), en 2009.
* Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (Chile), en 2010.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Kuyaq epic: Desolación y memoria en Tiento de Rocío Cerón



darwin bedoya


I.- Mientras dura el silencio o la representación de lo ausencia:

[…] deben ser Nostalgia de la muerte (1938) de Xavier Villaurrutia, Muerte sin fin (1939) de José Gorostiza y Algo sobre la muerte del Mayor Sabines (1973) de Jaime Sabines, los más altos referentes de la poesía mexicana referida a la memoria, la desolación y a la muerte. Estos libros de alguna manera tienen filiaciones con el más reciente libro de Rocío Cerón (Ciudad de México, 1972), autora de Tiento, (UANL, México, 2010, 78pp.) En esta sexta entrega de la poeta, ganadora del Premio Nacional de Literatura de México Gilberto Owen 2000; encontramos éteres que nos hablan de la memoria, la desolación, el vacío, además de la conservación y pérdida de la ilusión y nos antepone la muerte como calma y auge de la vida ante la epicidad de la voz que señala estar aquí, ahora. Las fronteras discursivas que Cerón emplea nos remiten a lo que Nietzsche, en El origen de la tragedia, advierte: El yo del poeta lírico sale desde las profundidades de su ser: su subjetividad, en el sentido de la estética moderna, puede tener indicios de una ficción. En Tiento aparecen personas poéticas de naturaleza ambivalente: autónomas frente al poeta pero también, en un plano simbólico, con varias representaciones que convergen en suertes de máscaras, voces múltiples (la madre, la hija, Eleonora), diversas y aun opuestas/mezcladas entre sí. Voces que al final permiten recomponer un verdadero rostro, aquel que no es otro que el sujeto poético que precisamente aparece en el poema que le da nombre al libro: TIENTO: Una familia es tiento. Precisión de sangre./ Una familia es borde.// Derrumbe y asidero.// La habitación es el centro donde rondan los nombres./ Un padre es trayecto entre la creciente y lo que cae.// Algo ahí espanta./ Lo que aprendimos aquí no se consume.// Las flores artificiales no mueren (sabido), todo lo fugaz es/ inconsolable (mi padre sobre la cal o la cal en él o el fuego/ abrasando su espalda).// Podríamos ser posibilidad. Podríamos ser el decorado.// Una madre es vastedad y cacería. Proporción y queja./ La madre (me digo) resuena cerca, estaría aún antes de la vida:/ dificulta lo solo, lo uno, lo arrojado tras de sí.// En el fondo, contraste y azul miedo, el jardín familiar, las buenas tardes,/ la tierra aprendida, el gesto.// Algo ahí espanta.// Una familia es tiento (repito), sobreabundancia de acordes:// —Permanezca de pie, no se vislumbre el piso.// —Permanezca en ambos reinos, la totalidad de sangres sea punto de/ destino.// —Permanezca acotado a lo que induce el llanto (todo duelo es/ bautizo).// —Permanezca con las manos entrelazadas sobre el regazo (la falda/ de madre es sustento).// —Siga a fondo, nombre lo que significa cuna, muñeca, ventana./ Asidero o dombeya oscura en la lengua: densa constelación de/ linaje (muertos o avellano en flor). Diga Padre (sepulcro) y tome la/ mano de ella. Eleonora.// —Éramos lo real, prado y follaje, entonces éramos ricas. (Abuela/ canta tristezas sobre mi hombro todo el día, todo el viento, todo el/ peso.)// —Entonces Belgrado era suave cosa, violín matinal, gris costa, casa.// , // Una familia es tiento (reitero), vapor y silueta apenas definible.// Y su mano abierta era advertencia.//En el circo las aves dejan de ser migratorias, los leones vagan y el escarabajo más grande del/ mundo anticipa en su silencio el futuro.// Ese invierno.// La caricia en la mejilla. La última casa (donde nunca hubo suelo). Abuela esconde en su seno los restos (migas) del apellido. En ese gesto anticipa la caída.// Algo ahí espanta. Algo, ahí, ya escribe la historia. (p. 34,35 y 36) En este poema se muestra ese algo ahí espanta que evoca la característica visión de la apropiación, el extrañamiento y el encantamiento que puede producirse en y a través de la escritura, la desolación pues funciona como la metáfora de encarcelamiento y liberación a partir de la palabra. El poema posee imágenes aparentemente inconexas entre sí, pero que se unen a partir de referentes, temporalidades, situaciones, recuerdos y metáforas. Esto representa la primera manifestación por romper las leyes de organización de sentido a partir de una lógica distinta, tal vez caos que, según Novalis, es necesario en la poesía. Casi todas las imágenes sugieren la conexión intrínseca entre el hecho de un conjunto familiar y los sucesos de cada uno de los ahí presentes. El poema pasa de la melancolía a la ira, de la ira a la contemplación y a la remembranza, al lenguaje del encierro, a la negación y a la inhibición. Por momentos establece una relación metonímica entre la voz del sujeto poético y su imposibilidad de ser otra vez la misma, pero distinta. Los versos de este texto sugieren una tácita incapacidad abarcadora como consecuencia de la represión de los tiempos idos, el encantamiento, la posibilidad, el destino y la fábula pavorosa de una vida. En este poema TIENTO, aparece también la figura del padre: Diga Padre (sepulcro) y tome la/ mano de ella. Eleonora. Estas alusiones vienen a formar una parte de la alteridad que condensa el libro y que nos remite a estos versos de Elías Canetti: Entre estos montones de ausentes y desaparecidos, él sobrevivirá. O estos otros de Georg Trakl: Sobre los blancos párpados del muerto florece el arbusto silencioso. O finalmente estos versos de Jaime Sabines: Padre mío, señor mío, te has muerto y me has matado un poco. Cerón dirá entonces: Padre mío. Con la astucia de la lengua/ La que atrae moscas, granulación, pantano/ La tarde padre, la tarde// ¿Dónde está la certidumbre, la fiera certidumbre de que te/ ahogaste en rastros? (ANOTACIÓN SOBRE LA BRUMA, p.21)

Este libro posee entidades que giran en torno a las ideas mencionadas, claro que las fracturas del lenguaje, en las tres partes del libro, van dando razón de los dispositivos que activan la voz poética para hacer de su palabra una forma memorable. El sentido plural de la voz poética o sus complejas y variadas formas de emisión es abordado con prolijidad por la autora. Tanto que a veces desparece esa intención de pluralidad. El sentido de una tragicidad va alcanzando una tensión más expresiva, más efusiva y personal para proponernos un planteamiento casi dramático del poema. Casi impersonal o muy personal, pues la línea discursiva efectúa un recorrido histórico por la progresión despersonalizadora que ha ido definiendo a la cuestión de esta poética y, además, despliega una amplia tipología de formas de dramatización o representación del yo: desde un hipotético grado cero de notable identificación del poeta real con la voz que emite el poema (en el que queda inscrito, por ejemplo, el nombre de la primera circunstancia que podríamos llamar autobiográfica) hasta la ocultación del yo de la poeta tras una embozo objetivador, en busca de una expresión distanciada, en la forma del monólogo dramático y sus múltiples derivaciones.

El registro sobre el que gravita Tiento —la singularidad espacio-temporal de su discurso y la individuación de sus personajes— es enunciado con precisión: se trata de la reminiscencia por la heredad-terredad familiar. En estas circunstancias, es la funcionalidad de lo histórico lo que converge en la configuración de un relato poético cuya vocación épica es indiscutible y no puede ser soslayada. Relevar lo poético de este discurso implica, por lo tanto, elevar a la superficietodo lo que de mítico tiene el pasado familiar. Pero al mismo tiempo, es preciso destacar que, si la unidad entre épica e historia familiar comporta una clave interpretativa fundamental, no menos importante resulta la jerarquización que opera en dicha unidad, graduación en la que el rigor de los sucesos del registro histórico familiar es simbolizarlo junto con las posibilidades de que Tiento ha sido pensado —y escrito— en los términos que impone la poética de la autora. De este modo, el relato poético no se abstiene de consignar lugares, fechas y nombres que guíen al lector, aun cuando ya desde las primeras páginas éste sepa dónde localizarlos (Kalemegdan, 1947). La densidad del relato familiar, por momentos o a menudo, es reemplazada por la voz autoral, es decir, por una entidad que posee un estatuto ¿diferente? al del suceso, y, por ello, una completa adecuación con las exigencias del universo poético. En pleno conocimiento de la figura que asume Eleonora en el texto poético.

Hay que mencionar también que la tragicidad-epicidad de Tiento opera en varios niveles. Si bien el elogio de las acciones, dignas de ser rememoradas, viene a ser su punto inicial, no menos importante resultan los mecanismos mediante los cuales, partiendo de la trilogía de presencias femeninas, se llega a proponer una imagen profundamente relevante a pesar de las cenizas y la lejanía de la familia. En efecto, las descripciones-imágenes vienen a confirmarla, en una época en que urge definir la naturaleza de la vida familiar, como verdadero espacio vital. Por ello, no hay razones que validen o desacrediten su defensa, del mismo modo en que tampoco hay razones que permitan comprender su estricta significación en la memoria poética. Cada quien sabe que la familia no es una idea —no puede serlo—, sino una experiencia vital contenida en cada uno de sus lugares, en cada casa, en cada sitio, en la vida misma. A la vez que la elaboración y la mitificación del espacio que propone Tiento significa una condición que repercute sobre la naturaleza de aquellos que habitan un lugar que, por ser una entidad viviente, resiste toda abstracción y se torna en rotunda poesía. Por otro lado, la posibilidad de tratar sucesos del pasado en términos épicos no se deriva sólo de la materia a ser tratada, sino también de las virtudes que corresponden a quien se arroga el derecho de rememorarlas. El ejercicio de la memoria en Tiento, pues, viene definido por las potencias que la poeta está en condiciones de canalizar. Nuestra autora, entonces, actualiza un horizonte de orden anterior a la vez que está, simultáneamente, recreando el espacio poético, garantizando un régimen de verdad que se ubica en los márgenes de la racionalidad que podríamos esperar de una apropiación histórica familiar y el cúmulo de sucesos que conforman las luchas por la vida. Se comprende así que en Tiento, inclusive partiendo de Apuntes para sobrevivir al aire (2005), Imperio (2009), hay una tradición poética que encuentra su punto de partida nada más y nada menos que en Homero, con La Odisea, esos hilos mediadoresentre los secretos de la tradición, el retorno, el vacío, las ruinas, el viaje y la inteligencia de la nueva poesía se dan, de igual modo, en Tiento. La inflexión de este libro va adquiriendo, poco a poco, una armonía temperada que empieza en la segunda parte del libro: AMÉRICA, desde allí la voz lírica sabe reflejar con justeza las emociones cambiantes del núcleo que sostiene el discurso, y ello incumbe a todo el tejido verbal del texto: el rumbo de los alteres, la elección del ritmo y una entonación determinadas. Las anotaciones a las geografías distantes empiezan con KALEMEGDAN, 1947, es a partir de este punto donde la autora hace referencia y memoria de los lugares. Aquí menciona una geografía llamada Puno: los referentes que señalan a ese espacio del altiplano peruano son anotados por J. M. Springer en el epílogo del libro. Las reticencias son claras: Un recuerdo: el estruendo y su silencio.// Ruido: geografía asentada en la ausencia/ (no, no asidor, sino hundimiento, cuerpo alojado/ /centuria/ tallo o bulbo en la idea, en la corteza cerebral. / Frase que acusa al preludio.)// Lo antes dicho: casa tiempo materiales de desalojo.// ¿Dónde el país piel ojo de dios batalla o domo para vivir en la/ idea de ti?// Hombre mío. Sangre el cielo. Gris altiplano./ Gris sierra. Gris pampa. Gris bufeo. Gris lago Titicaca. / Gris bruma. / (ANOTACIÓN SOBRE LA BRUMA, p. 21.) Otros versos que aluden al altiplano peruano (¿gris, gris?), esta vez a Puno, concretamente están, por ejemplo, en el primer poema de la segunda parte, AMÉRICA, allí podemos leer: Era una isla o un monte cubierto por chozas (p.55) Tal vez esa isla o monte se refiera a los Uros, Taquile, Amantaní u otra isla del Titicaca. En el siguiente poema señala: Todo exacto, piedra sobre piedra, bajo el estupor. (p. 56) Quizá esa piedra sobre piedra haga referencia a las Chullpas de Sillustani. Finalmente, una referencia más al altiplano puneño la encontramos en el poema que cierra la segunda parte del libro, AMÉRICA: Los platos vacíos. En el fondo, el campo de gravedad es el tono. El azul. No azul sino provincia y rastro, donde hemos dejado −Eleonora flotante a la mirada. Cielo. La mirada hace la patria. Su país se le ensancha se le gesta se le encima. América no es orquídea ni animal o pariente. Tersa era la voz de la abuela. América deambula entre franjas. Acarrea agua sucia. Retoña entre la mierda. América madre. América padre. Ofrenda algo. Ofrenda algo de cuerpo a la Pachamama. Entra a esta tierra y hazte un orificio en la lengua. Forma y pasaje en el sermón de las piedras. Nudo ciego entre ríos. Cordillera. Tu piel —Atacama & Sonora, es concentración, vueltas en círculo, cartografía y nudos. Siglo. (p. 63) En estos versos, al igual que en todo el discurso poético de Tiento, Cerón ilustra la importancia decisiva del acierto del tono para sortear el patetismo a la hora de comunicar sentimientos intensos y esa manera de citar, lugares belgradinos, balcánicos, uruguayos, mexicanos, peruanos, puneños, etc. Tal vez esto tenga que ver con los efectos reiterativos del exceso de participación o, con la manera de reflexionar sobre las cautelas de una imposibilidad, una utopía, o algo que no puede hacerse a menudo y, con mayores dificultades, en la poesía. Pero sin embargo, en este libro, suceden de una manera bastante elaborada. ¿Ofrenda algo de cuerpo a la Pachamama?

II.- Nadie nos extrañará o la reinvención de la memoria:

[…] este volumen nuevo de Cerón expresa un profundo deseo de superar los límites impuestos por la memoria y la desolación: ambas escisiones están, en el discurso poético, conscientes, tanto de la dependencia mutua de sus estructuras intelectivas y la capacidad cognitiva de los sistemas del lenguaje, como también de la imposibilidad de la aprehensión del logos por la palabra. Así, la poética de Tiento va alcanzando tensiones inesperadas, va intensificando el desamparo y la memoria y belleza de la gesta de la condición humana. Los poemas de Cerón buscan nuevas formas literarias, cercanas a la narrativa y en ella, disuelven los materiales de un entorno estético que se patentiza después de consumarse en una melancolía y más de una desolación que casi era esperable, quizá como expiación del goce desmedido en un estado infinitamente cercado por el discurso que arranca la atmósfera de estos versos. En este libro, reiteramos, casi al igual que en el anterior, Imperio, la poeta construye la figura del abandono, que expresa, por instantes, la forma de cierta complacencia con la desaparición de la vida. Quizá el gran desafío de los poetas contemporáneos —y en el fondo, de todos los poetas— haya sido transformar su sensibilidad en un vehículo apto para expresar la vida actual y cotidiana. Tiento es indudablemente un libro de los que han aceptado ese desafío y lo han transformado en bandera de lucha. Además, estas imágenes son un friso de la tragicidad y desolación donde parecen mezclarse todos los tiempos, todos los pueblos en todas las épocas. En estos poemas conviven hechos, personajes, sentimientos, sin cronologías estrictas. Cerón intenta, por medio de esta escritura, dar cuenta de la experiencia del mundo, de su mundo, con sus días, sus noches, sueños, sombras, personajes sonámbulos, noctámbulos y amor y amanecer y nostalgia y desesperación; de ver venir la noche. Aunque resulte paradójico, para ese dar cuenta de la experiencia del mundo, la poeta tiene que detenerse en ese sitio minúsculo, como quien tiene que pararse en una rastra del patio de su infancia para rever toda su vida en una hoja en blanco. Tal vez por ello, el potencial de este libro, su capacidad de absorber asociaciones siempre nuevas, difícilmente pronosticable, se encuentra relacionado con su reserva de lo no dicho. Es aquí donde la voz lírica se rompe en partículas íntimas y logra su objetivo: hacer sentir, lograr mover las sensiblerías. Esto supone que la poesía de Cerón nace de una veta, recogida a partir de la ¿honda fascinación? por la desolación. Una tragicidad tan larga y demorada que se va haciendo obsesión de distintas maneras, quizá llegando al punto de cortejar al vacío, a la bruma, a la terredad, a la migración, a la heredad, para recrear múltiples cosmos, variados núcleos semánticos regidos por un tema. A propósito de estos núcleos, Marguerite Yourcenar decía: estoy cerca del núcleo misterioso de las cosas así como en la noche nos hallamos, en ocasiones, cerca del corazón. Este texto de Cerón también nos muestra otro tanto de fragilidad y rigor así como de consecución y goce, al igual que de trayectoria y poesía.

Podemos afirmar entonces que en el transcurrir del discurso se va creando una suerte de memoria poética múltiple, cada una con poderes diferentes: la memoria y los recuerdos que formamos en la tierra de adopción y la memoria profunda, con raíces lejanas. La prueba de que estas memorias se encuentran y dialogan la descubrimos límpidos poemas-sueños. El encuentro de las dos memorias se puede experimentar también en la vivencia de una relación profunda, en el momento que nos parece que hablamos nuestra lengua, cuando en realidad hablamos una lengua que conocemos y no entendemos, ¿un lenguaje interno? Este término quechua Kuyaq: tristeza y ese vocablo inglés Epic: heroico, colosal, dialogan también con las dos memorias cuando no juzgamos la realidad del ¿exilio? en manera separada, porque esa realidad nos pertenece y nos invita a una respuesta vital y creativa, tanto como la correspondencia de esta expresión nahua: in ixtl in yólltl: rostro y corazón. Interior-exterior: tristeza colosal. Kuyaq epic. Por consiguiente, el punto de partida de la poesía ya no puede ser la frase ni la ensambladura sintáctica, sino la palabra íntegra, y por cierto la palabra en su materialidad: figura sonora, rítmica y plástica (Valentina Siniego, Enrico Chapela); luego, la unión entre los significantes que se dan a través de una lógica de la ilusión. En consecuencia, la composición o ensamblamiento de la obra corresponde al contenido poético de la representación o el sentimiento que quiere expresarse. De este modo, la palabra o el sonido, el ritmo, el contenido de la imagen adquieren una función independiente, absoluta. Se desarrolla, entonces, el triunfo íntegro de la palabra o el material de la construcción que Cerón utiliza con facilidad en estos versos. En resumen, este libro es la aplicación de la memoria o el ejercicio de la palabra. Es búsqueda y hallazgo. Autobiografía y anhelos de porfiar viajes. En Tiento se hallan relatos del duro aprendizaje de la desolación y la muerte. En Tiento queda inscrita la memoria ausente y el descubrimiento de que la vida es necesidad y lucha constante a pesar de.

Finalmente, la intensidad de la memoriasobre la que transita Tiento revela que la intención de Cerón no se limita solamente a exponer, entre otras cosas, una reminiscencia familiar, sino también, y acaso fundamentalmente, a desarrollar una poética de altas tensiones que van acorde con la nueva poesía latinoamericana, pues también quiere marcar y sentir un tanto del destino que le aguarda al humano. Precisamente, en este orden, la desolación, si bien opera como agente de la memoria, por momentos la excede, en tanto, dicha memoria, también se propone como un rumbo de los días que vendrán según una concepción del tiempo que se resiste al cambio. Estamos, en suma, ante la concreción de una poética del destino, la sangre, la permanencia, la unidad y la historia basada en la realidad y la búsqueda de la perpetuidad de un sentir inmarcesible.

Puno, diciembre 8 de 2010

domingo, 19 de diciembre de 2010

Lezama Lima está de fiesta en Cuba

Centenario de Lezama Lima


José Lezama Lima
(Fotografía: Ivan Canas)

Recordado En el centenario de su nacimiento. Un día como hoy, hace cien años, nació el autor Paradiso. Su vida y su obra durante la Revolución Cubana fue hostigada, pero hoy es reivindicado como un acto de justicia.

La Habana. EFE.


Cuba ha encadenado los homenajes a José Lezama Lima con motivo del centenario de su nacimiento, que se cumple mañana, y como “un acto de justicia” al escritor, así como un reflejo del interés en su obra generado en las últimas décadas.

Las celebraciones por el centenario comenzaron a inicios de 2010 con la reedición de varios textos de Lezama Lima (1910-1976) para la Feria Internacional del Libro de La Habana, y concluyen este mes con más publicaciones, conferencias, exposiciones y tributos.

Hoy será inaugurada una muestra plástica en la Casa Museo del autor, ubicada en un céntrico barrio de La Habana, con obras inspiradas en “el espíritu creador lezamiano”.

También está previsto que la Orquesta Sinfónica Nacional estrene la versión para concierto del ballet Formas, una pieza creada para la bailarina cubana Alicia Alonso en 1943, y para la cual Lezama Lima escribió un poema.

Los tributos han abarcado casi todas las manifestaciones artísticas, y también han existido iniciativas institucionales como la del Ministerio de Cultura de otorgar una “Medalla Conmemorativa Centenario de José Lezama Lima” a varias personalidades.

“Lo que está ocurriendo es un acto de justicia poética, histórica, patriótica, porque Lezama forma parte de lo mejor de nuestra cultura”, afirmó a Efe el Premio Nacional de Literatura César López, al valorar los homenajes realizados en la isla.

“No se trata de rectificar, sino de comprender, superar incomprensiones que sufrió Lezama en vida”, indicó López, tras subrayar que el legado del poeta se extiende por América y “va más allá, al idioma, a la cultura universal”.

Lezama Lima alcanzó notoriedad mundial por su novela Paradiso.


La aparición de ese libro en 1966 generó gran polémica en Cuba por sus abiertas referencias homosexuales y en parte provocó que la obra y la figura de Lezama Lima fuesen relegadas durante años.

El narrador y ensayista Reynaldo González, quien ha dedicado tres libros a la figura de Lezama, dijo a Efe que la vida del poeta nunca fue fácil, pues antes de la Revolución de 1959 no se le entendió, y posteriormente también sufrió ataques y un “eclipse”.

Reconocido

Esta semana el presidente de la oficialista Unión de Escritores y Artistas de Cuba, Miguel Barnet, calificó de “muy intensa” la “jornada lezamiana” en la isla. Según Barnet, los homenajes en Cuba permitieron contrarrestar las “campañas” que desde el exterior, en particular desde Estados Unidos, intentaban tomar a Lezama como “símbolo”. El poeta y etnólogo recordó las “vicisitudes” por las que pasó la obra de Lezama Lima en Cuba, pero insistió en que ahora “está reconocido por todos los escritores y los artistas” del país.

Obras

  • Muerte de Narciso. (poesía) 1937
  • Juego de las decapitaciones (cuento)
  • Patio morado (cuento)
  • Coloquio con Juan Ramón Jiménez. 1938
  • Enemigo Rumor. (poesía) 1941
  • Aventuras Sigilosas. (poema) 1945
  • La Fijeza (poesía). 1949
  • Arístides Fernández. (ensayo) 1950
  • Analecta del Reloj. (ensayos) 1953
  • La expresión americana. (ensayo) 1969
  • Tratados en La Habana. (ensayo) 1958
  • Dador. (poesía) 1960
  • Antología de la poesía cubana. 1965
  • Órbita de Lezama Lima. 1966
  • Paradiso, novela 1966
  • Los grandes todos. (Antología)
  • Posible imagen de Lezama Lima. 1979
  • Esfera imagen. Sierpe de Don Luis de Góngora
  • Las imágenes posibles. (ensayo) 1970
  • Poesía Completa. 1970
  • La cantidad hechizada. (ensayo) 1970
  • Introducción a los vasos órficos 1971
  • Las eras imaginarias (ensayo) 1971
  • Obras completas. 1975
  • No me gustaba Colombia. (Ensayo) 1977
  • Oppiano Licario. novela inacabada, aparecida póstumamente en 1977
  • Fragmentos a su imán (poesía) 1978


El dato

El autor. Lezama Lima nació en La Habana el 19 de diciembre de 1910-íbid, 9 de agosto de 1976. Aunque fue fundamentalmente poeta y ensayista, su novela Paradiso ha alcanzado una gran repercusión internacional desde su publicación en 1966. Es un ícono de América Latina.

lunes, 13 de diciembre de 2010

MVLL


"Estimado Mario Vargas Llosa. Usted ha encapsulado la historia de la sociedad del siglo veinte en una burbuja de imaginación. Esta se ha mantenido flotando en el aire durante cincuenta años y todavía reluce",

Per Wästberg

jueves, 9 de diciembre de 2010

Discurso de Mario Vargas Llosa. Premio Nobel de Literatura 2010 - Elogio de la lectura y la ficción



Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle , en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d’Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas.

La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras.

Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y llorar leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también el abuelo Pedro, de gran nariz y calva reluciente, que celebraba mis versos, y el tío Lucho que tanto me animó a volcarme en cuerpo y alma a escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar, alimentara tan mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a ellos y, sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero.

No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían. ¿Cómo reanimarlos? Por fortuna, allí estaban los maestros para aprender de ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma –la escritura y la estructura– lo que engrandece o empobrece los temas. Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada.

Si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo algo o mucho sus sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables. Además de revelarme los secretos del oficio de contar, me hicieron explorar los abismos de lo humano, admirar sus hazañas y horrorizarme con sus desvaríos. Fueron los amigos más serviciales, los animadores de mi vocación, en cuyos libros descubrí que, aun en las peores circunstancias, hay esperanzas y que vale la pena vivir, aunque fuera sólo porque sin la vida no podríamos leer ni fantasear historias.

Algunas veces me pregunté si en países como el mío, con escasos lectores y tantos pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura era privilegio de tan pocos, escribir no era un lujo solipsista. Pero estas dudas nunca asfixiaron mi vocación y seguí siempre escribiendo, incluso en aquellos períodos en que los trabajos alimenticios absorbían casi todo mi tiempo. Creo que hice lo justo, pues, si para que la literatura florezca en una sociedad fuera requisito alcanzar primero la alta cultura, la libertad, la prosperidad y la justicia, ella no hubiera existido nunca. Por el contrario, gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola.

Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor.

La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el mar, se encoge el corazón de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o Tombuctú. Cuando Emma Bovary se traga el arsénico, Anna Karenina se arroja al tren y Julián Sorel sube al patíbulo, y cuando, en El Sur, el urbano doctor Juan Dahlmann sale de aquella pulpería de la pampa a enfrentarse al cuchillo de un matón, o advertimos que todos los pobladores de Comala, el pueblo de Pedro Páramo, están muertos, el estremecimiento es semejante en el lector que adora a Buda, Confucio, Cristo, Alá o es un agnóstico, vista saco y corbata, chilaba, kimono o bombachas. La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez.

Como todas las épocas han tenido sus espantos, la nuestra es la de los fanáticos, la de los terroristas suicidas, antigua especie convencida de que matando se gana el paraíso, que la sangre de los inocentes lava las afrentas colectivas, corrige las injusticias e impone la verdad sobre las falsas creencias. Innumerables víctimas son inmoladas cada día en diversos lugares del mundo por quienes se sienten poseedores de verdades absolutas. Creíamos que, con el desplome de los imperios totalitarios, la convivencia, la paz, el pluralismo, los derechos humanos, se impondrían y el mundo dejaría atrás los holocaustos, genocidios, invasiones y guerras de exterminio. Nada de eso ha ocurrido. Nuevas formas de barbarie proliferan atizadas por el fanatismo y, con la multiplicación de armas de destrucción masiva, no se puede excluir que cualquier grupúsculo de enloquecidos redentores provoque un día un cataclismo nuclear. Hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos. No son muchos, aunque el estruendo de sus crímenes retumbe por todo el planeta y nos abrumen de horror las pesadillas que provocan. No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización. Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder, todo aquello que nos ha ido sacando de la vida feral y acercándonos –aunque nunca llegaremos a alcanzarla– a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer. Enfrentándonos a los fanáticos homicidas defendemos nuestro derecho a soñar y a hacer nuestros sueños realidad.

En mi juventud, como muchos escritores de mi generación, fui marxista y creí que el socialismo sería el remedio para la explotación y las injusticias sociales que arreciaban en mi país, América Latina y el resto del Tercer Mundo. Mi decepción del estatismo y el colectivismo y mi tránsito hacia el demócrata y el liberal que soy –que trato de ser– fue largo, difícil, y se llevó a cabo despacio y a raíz de episodios como la conversión de la Revolución Cubana , que me había entusiasmado al principio, al modelo autoritario y vertical de la Unión Soviética , el testimonio de los disidentes que conseguía escurrirse entre las alambradas del Gulag, la invasión de Checoeslovaquia por los países del Pacto de Varsovia, y gracias a pensadores como Raymond Aron, Jean-François Revel, Isaiah Berlin y Karl Popper, a quienes debo mi revalorización de la cultura democrática y de las sociedades abiertas. Esos maestros fueron un ejemplo de lucidez y gallardía cuando la intelligentsia de Occidente parecía, por frivolidad u oportunismo, haber sucumbido al hechizo del socialismo soviético, o, peor todavía, al aquelarre sanguinario de la revolución cultural china.

De niño soñaba con llegar algún día a París porque, deslumbrado con la literatura francesa, creía que vivir allí y respirar el aire que respiraron Balzac, Stendhal, Baudelaire, Proust, me ayudaría a convertirme en un verdadero escritor, que si no salía del Perú sólo sería un seudo escritor de días domingos y feriados. Y la verdad es que debo a Francia, a la cultura francesa, enseñanzas inolvidables, como que la literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y una terquedad. Viví allí cuando Sartre y Camus estaban vivos y escribiendo, en los años de Ionesco, Beckett, Bataille y Cioran, del descubrimiento del teatro de Brecht y el cine de Ingmar Bergman, el TNP de Jean Vilar y el Odéon de Jean Louis Barrault, de la Nouvelle Vague y le Nouveau Roman y los discursos, bellísimas piezas literarias, de André Malraux, y, tal vez, el espectáculo más teatral de la Europa de aquel tiempo, las conferencias de prensa y los truenos olímpicos del general de Gaulle. Pero, acaso, lo que más le agradezco a Francia sea el descubrimiento de América Latina. Allí aprendí que el Perú era parte de una vasta comunidad a la que hermanaban la historia, la geografía, la problemática social y política, una cierta manera de ser y la sabrosa lengua en que hablaba y escribía. Y que en esos mismos años producía una literatura novedosa y pujante. Allí leí a Borges, a Octavio Paz, Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros, cuyos escritos estaban revolucionando la narrativa en lengua española y gracias a los cuales Europa y buena parte del mundo descubrían que América Latina no era sólo el continente de los golpes de Estado, los caudillos de opereta, los guerrilleros barbudos y las maracas del mambo y el chachachá, sino también ideas, formas artísticas y fantasías literarias que trascendían lo pintoresco y hablaban un lenguaje universal.

De entonces a esta época, no sin tropiezos y resbalones, América Latina ha ido progresando, aunque, como decía el verso de César Vallejo, todavía Hay, hermanos, muchísimo que hacer. Padecemos menos dictaduras que antaño, sólo Cuba y su candidata a secundarla, Venezuela, y algunas seudodemocracias populistas y payasas, como las de Bolivia y Nicaragua. Pero en el resto del continente, mal que mal, la democracia está funcionando, apoyada en amplios consensos populares, y, por primera vez en nuestra historia, tenemos una izquierda y una derecha que, como en Brasil, Chile, Uruguay, Perú, Colombia, República Dominicana, México y casi todo Centroamérica, respetan la legalidad, la libertad de crítica, las elecciones y la renovación en el poder. Ése es el buen camino y, si persevera en él, combate la insidiosa corrupción y sigue integrándose al mundo, América Latina dejará por fin de ser el continente del futuro y pasará a serlo del presente.

Nunca me he sentido un extranjero en Europa, ni, en verdad, en ninguna parte. En todos los lugares donde he vivido, en París, en Londres, en Barcelona, en Madrid, en Berlín, en Washington, Nueva York, Brasil o la República Dominicana , me sentí en mi casa. Siempre he hallado una querencia donde podía vivir en paz y trabajando, aprender cosas, alentar ilusiones, encontrar amigos, buenas lecturas y temas para escribir. No me parece que haberme convertido, sin proponérmelo, en un ciudadano del mundo, haya debilitado eso que llaman “las raíces”, mis vínculos con mi propio país –lo que tampoco tendría mucha importancia–, porque, si así fuera, las experiencias peruanas no seguirían alimentándome como escritor y no asomarían siempre en mis historias, aun cuando éstas parezcan ocurrir muy lejos del Perú. Creo que vivir tanto tiempo fuera del país donde nací ha fortalecido más bien aquellos vínculos, añadiéndoles una perspectiva más lúcida, y la nostalgia, que sabe diferenciar lo adjetivo y lo sustancial y mantiene reverberando los recuerdos. El amor al país en que uno nació no puede ser obligatorio, sino, al igual que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del corazón, como el que une a los amantes, a padres e hijos, a los amigos entre sí.

Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he impuesto, simplemente es así. Algunos compatriotas me acusaron de traidor y estuve a punto de perder la ciudadanía cuando, durante la última dictadura, pedí a los gobiernos democráticos del mundo que penalizaran al régimen con sanciones diplomáticas y económicas, como lo he hecho siempre con todas las dictaduras, de cualquier índole, la de Pinochet, la de Fidel Castro, la de los talibanes en Afganistán, la de los imanes de Irán, la del apartheid de Africa del Sur, la de los sátrapas uniformados de Birmania (hoy Myanmar). Y lo volvería a hacer mañana si –el destino no lo quiera y los peruanos no lo permitan– el Perú fuera víctima una vez más de un golpe de estado que aniquilara nuestra frágil democracia. Aquella no fue la acción precipitada y pasional de un resentido, como escribieron algunos polígrafos acostumbrados a juzgar a los demás desde su propia pequeñez. Fue un acto coherente con mi convicción de que una dictadura representa el mal absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción y de heridas profundas que tardan mucho en cerrar, envenenan su futuro y crean hábitos y prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de las generaciones demorando la reconstrucción democrática. Por eso, las dictaduras deben ser combatidas sin contemplaciones, por todos los medios a nuestro alcance, incluidas las sanciones económicas. Es lamentable que los gobiernos democráticos, en vez de dar el ejemplo, solidarizándose con quienes, como las Damas de Blanco en Cuba, los resistentes venezolanos, o Aung San Suu Kyi y Liu Xiaobo, que se enfrentan con temeridad a las dictaduras que sufren, se muestren a menudo complacientes no con ellos sino con sus verdugos. Aquellos valientes, luchando por su libertad, también luchan por la nuestra.

Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de “todas las sangres”. No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevamos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro puntos cardinales. A mí me enorgullece sentirme heredero de las culturas prehispánicas que fabricaron los tejidos y mantos de plumas de Nazca y Paracas y los ceramios mochicas o incas que se exhiben en los mejores museos del mundo, de los constructores de Machu Picchu, el Gran Chimú, Chan Chan, Kuelap, Sipán, las huacas de La Bruja y del Sol y de la Luna , y de los españoles que, con sus alforjas, espadas y caballos, trajeron al Perú a Grecia, Roma, la tradición judeo-cristiana, el Renacimiento, Cervantes, Quevedo y Góngora, y la lengua recia de Castilla que los Andes dulcificaron. Y de que con España llegara también el África con su reciedumbre, su música y su efervescente imaginación a enriquecer la heterogeneidad peruana. Si escarbamos un poco descubrimos que el Perú, como el Aleph de Borges, es en pequeño formato el mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas!
La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y debemos criticarla, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra. Aquellas críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica. Porque, al independizarnos de España, hace doscientos años, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza.

Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento acaso –triste consuelo– descubriría algún día la posteridad. En España se publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exagerados, amigos como Carlos Barral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieran lectores. Y España me concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía. Jamás he sentido la menor incompatibilidad entre ser peruano y tener un pasaporte español porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y el reverso de una misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también en realidades esenciales como la historia, la lengua y la cultura.

De todos los años que he vivido en suelo español, recuerdo con fulgor los cinco que pasé en la querida Barcelona a comienzos de los años setenta. La dictadura de Franco estaba todavía en pie y aún fusilaba, pero era ya un fósil en hilachas, y, sobre todo en el campo de la cultura, incapaz de mantener los controles de antaño. Se abrían rendijas y resquicios que la censura no alcanzaba a parchar y por ellas la sociedad española absorbía nuevas ideas, libros, corrientes de pensamiento y valores y formas artísticas hasta entonces prohibidos por subversivos. Ninguna ciudad aprovechó tanto y mejor que Barcelona este comienzo de apertura ni vivió una efervescencia semejante en todos los campos de las ideas y la creación. Se convirtió en la capital cultural de España, el lugar donde había que estar para respirar el anticipo de la libertad que se vendría. Y, en cierto modo, fue también la capital cultural de América Latina por la cantidad de pintores, escritores, editores y artistas procedentes de los países latinoamericanos que allí se instalaron, o iban y venían a Barcelona, porque era donde había que estar si uno quería ser un poeta, novelista, pintor o compositor de nuestro tiempo. Para mí, aquellos fueron unos años inolvidables de compañerismo, amistad, conspiraciones y fecundo trabajo intelectual. Igual que antes París, Barcelona fue una Torre de Babel, una ciudad cosmopolita y universal, donde era estimulante vivir y trabajar, y donde, por primera vez desde los tiempos de la guerra civil, escritores españoles y latinoamericanos se mezclaron y fraternizaron, reconociéndose dueños de una misma tradición y aliados en una empresa común y una certeza: que el final de la dictadura era inminente y que en la España democrática la cultura sería la protagonista principal.

Aunque no ocurrió así exactamente, la transición española de la dictadura a la democracia ha sido una de las mejores historias de los tiempos modernos, un ejemplo de cómo, cuando la sensatez y la racionalidad prevalecen y los adversarios políticos aparcan el sectarismo en favor del bien común, pueden ocurrir hechos tan prodigiosos como los de las novelas del realismo mágico. La transición española del autoritarismo a la libertad, del subdesarrollo a la prosperidad, de una sociedad de contrastes económicos y desigualdades tercermundistas a un país de clases medias, su integración a Europa y su adopción en pocos años de una cultura democrática, ha admirado al mundo entero y disparado la modernización de España. Ha sido para mí una experiencia emocionante y aleccionadora vivirla de muy cerca y a ratos desde dentro. Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también de España, no estropeen esta historia feliz.

Detesto toda forma de nacionalismo, ideología –o, más bien, religión– provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto con la religión, el nacionalismo ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia, como las de las dos guerras mundiales y la sangría actual del Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto como el nacionalismo a que América Latina se haya balcanizado, ensangrentado en insensatas contiendas y litigios y derrochado astronómicos recursos en comprar armas en vez de construir escuelas, bibliotecas y hospitales.

No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del “otro”, siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias que se convierten en hitos de la memoria y escudos contra la soledad. La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver.

El Perú es para mí una Arequipa donde nací pero nunca viví, una ciudad que mi madre, mis abuelos y mis tíos me enseñaron a conocer a través de sus recuerdos y añoranzas, porque toda mi tribu familiar, como suelen hacer los arequipeños, se llevó siempre a la Ciudad Blanca con ella en su andariega existencia. Es la Piura del desierto, el algarrobo y el sufrido burrito, al que los piuranos de mi juventud llamaban “el pie ajeno” –lindo y triste apelativo–, donde descubrí que no eran las cigüeñas las que traían los bebes al mundo sino que los fabricaban las parejas haciendo unas barbaridades que eran pecado mortal. Es el Colegio San Miguel y el Teatro Variedades donde por primera vez vi subir al escenario una obrita escrita por mí. Es la esquina de Diego Ferré y Colón, en el Miraflores limeño –la llamábamos el Barrio Alegre–, donde cambié el pantalón corto por el largo, fumé mi primer cigarrillo, aprendí a bailar, a enamorar y a declararme a las chicas. Es la polvorienta y temblorosa redacción del diario La Crónica donde, a mis dieciséis años, velé mis primeras armas de periodista, oficio que, con la literatura, ha ocupado casi toda mi vida y me ha hecho, como los libros, vivir más, conocer mejor el mundo y frecuentar a gente de todas partes y de todos los registros, gente excelente, buena, mala y execrable. Es el Colegio Militar Leoncio Prado, donde aprendí que el Perú no era el pequeño reducto de clase media en el que yo había vivido hasta entonces confinado y protegido, sino un país grande, antiguo, enconado, desigual y sacudido por toda clase de tormentas sociales. Son las células clandestinas de Cahuide en las que con un puñado de sanmarquinos preparábamos la revolución mundial. Y el Perú son mis amigos y amigas del Movimiento Libertad con los que por tres años, entre las bombas, apagones y asesinatos del terrorismo, trabajamos en defensa de la democracia y la cultura de la libertad.

El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: “Mario, para lo único que tú sirves es para escribir”.
Volvamos a la literatura. El paraíso de la infancia no es para mí un mito literario sino una realidad que viví y gocé en la gran casa familiar de tres patios, en Cochabamba, donde con mis primas y compañeros de colegio podíamos reproducir las historias de Tarzán y de Salgari, y en la Prefectura de Piura, en cuyos entretechos anidaban los murciélagos, sombras silentes que llenaban de misterio las noches estrelladas de esa tierra caliente. En esos años, escribir fue jugar un juego que me celebraba la familia, una gracia que me merecía aplausos, a mí, el nieto, el sobrino, el hijo sin papá, porque mi padre había muerto y estaba en el cielo. Era un señor alto y buen mozo, de uniforme de marino, cuya foto engalanaba mi velador y a la que yo rezaba y besaba antes de dormir. Una mañana piurana, de la que todavía no creo haberme recobrado, mi madre me reveló que aquel caballero, en verdad, estaba vivo. Y que ese mismo día nos iríamos a vivir con él, a Lima. Yo tenía once años y, desde entonces, todo cambió. Perdí la inocencia y descubrí la soledad, la autoridad, la vida adulta y el miedo. Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos mundos donde vivir era exaltante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme libre y volvía a ser feliz. Y fue escribir, a escondidas, como quien se entrega a un vicio inconfensable, a una pasión prohibida. La literatura dejó de ser un juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad, de protestar, de rebelarme, de escapar a lo intolerable, mi razón de vivir. Desde entonces y hasta ahora, en todas las circunstancias en que me he sentido abatido o golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme en cuerpo y alma a mi trabajo de fabulador ha sido la luz que señala la salida del túnel, la tabla de salvación que lleva al náufrago a la playa.

Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda, y, como todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis, de la sequía de la imaginación, nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme los meses y los años construyendo una historia, desde su incierto despuntar, esa imagen que la memoria almacenó de alguna experiencia vivida, que se volvió un desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que germinó luego en un proyecto y en la decisión de intentar convertir esa niebla agitada de fantasmas en una historia. “Escribir es una manera de vivir”, dijo Flaubert. Sí, muy cierto, una manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza, peleando con las palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho mundo como un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda historia que al crecer quisiera tragarse todas las historias. Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando toma forma y parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privarlos de su libre albedrío sin matarlos, sin que la historia pierda poder de persuasión, es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez, tan plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada días, semanas y meses, sin cesar.

Al hablar de la ficción, he hablado mucho de la novela y poco del teatro, otra de sus formas excelsas. Una gran injusticia, desde luego. El teatro fue mi primer amor, desde que, adolescente, vi en el Teatro Segura, de Lima, La muerte de un viajante, de Arthur Miller, espectáculo que me dejó traspasado de emoción y me precipitó a escribir un drama con incas. Si en la Lima de los cincuenta hubiera habido un movimiento teatral habría sido dramaturgo antes que novelista. No lo había y eso debió orientarme cada vez más hacia la narrativa. Pero mi amor por el teatro nunca cesó, dormitó acurrucado a la sombra de las novelas, como una tentación y una nostalgia, sobre todo cuando veía alguna pieza subyugante. A fines de los setenta, el recuerdo pertinaz de una tía abuela centenaria, la Mamaé , que, en los últimos años de su vida, cortó con la realidad circundante para refugiarse en los recuerdos y la ficción, me sugirió una historia. Y sentí, de manera fatídica, que aquella era una historia para el teatro, que sólo sobre un escenario cobraría la animación y el esplendor de las ficciones logradas. La escribí con el temblor excitado del principiante y gocé tanto viéndola en escena, con Norma Aleandro en el papel de la heroína, que, desde entonces, entre novela y novela, ensayo y ensayo, he reincidido varias veces. Eso sí, nunca imaginé que, a mis setenta años, me subiría (debería decir mejor me arrastraría) a un escenario a actuar. Esa temeraria aventura me hizo vivir por primera vez en carne y hueso el milagro que es, para alguien que se ha pasado la vida escribiendo ficciones, encarnar por unas horas a un personaje de la fantasía, vivir la ficción delante de un público. Nunca podré agradecer bastante a mis queridos amigos, el director Joan Ollé y la actriz Aitana Sánchez Gijón, haberme animado a compartir con ellos esa fantástica experiencia (pese al pánico que la acompañó).

La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que alentamos más dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la trascendencia, el destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional.

Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en que nuestros antepasados, apenas diferentes todavía del animal, recién nacido el lenguaje que les permitía comunicarse, empezaron, en las cavernas, en torno a las hogueras, en noches hirvientes de amenazas –rayos, truenos, gruñidos de las fieras–, a inventar historias y a contárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en esas rondas de seres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del contador, comenzó la civilización, el largo transcurrir que poco a poco nos humanizaría y nos llevaría a inventar al individuo soberano y a desgajarlo de la tribu, la ciencia, las artes, el derecho, la libertad, a escrutar las entrañas de la naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y a viajar a las estrellas. Aquellos cuentos, fábulas, mitos, leyendas, que resonaron por primera vez como una música nueva ante auditorios intimidados por los misterios y peligros de un mundo donde todo era desconocido y peligroso, debieron ser un baño refrescante, un remanso para esos espíritus siempre en el quién vive, para los que existir quería decir apenas comer, guarecerse de los elementos, matar y fornicar. Desde que empezaron a soñar en colectividad, a compartir los sueños, incitados por los contadores de cuentos, dejaron de estar atados a la noria de la supervivencia, un remolino de quehaceres embrutecedores, y su vida se volvió sueño, goce, fantasía y un designio revolucionario: romper aquel confinamiento y cambiar y mejorar, una lucha para aplacar aquellos deseos y ambiciones que en ellos azuzaban las vidas figuradas, y la curiosidad por despejar las incógnitas de que estaba constelado su entorno.

Ese proceso nunca interrumpido se enriqueció cuando nació la escritura y las historias, además de escucharse, pudieron leerse y alcanzaron la permanencia que les confiere la literatura. Por eso, hay que repetirlo sin tregua hasta convencer de ello a las nuevas generaciones: la ficción es más que un entretenimiento, más que un ejercicio intelectual que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico. Es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo humano. Para que no retrocedamos a la barbarie de la incomunicación y la vida no se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en profundidad pero ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Para que no pasemos de servirnos de las máquinas que inventamos a ser sus sirvientes y esclavos. Y porque un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños.

De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción masiva, de la vida tautológica de la tribu a la era de la globalización, las ficciones de la literatura han multiplicado las experiencias humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos al letargo, al ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud, removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la vida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad. Hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentimos terrenales y eternos a la vez, la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible.

Estocolmo, 7 de diciembre de 2010.

jueves, 2 de diciembre de 2010

"Asesinas", de Javier Núñez


Asesinas
Javier Núñez
Narrativa Breve "Presagio" Nº 06
Grupo Editorial "Hijos de la lluvia"
64 pp. Diciembre 2010
Juliaca Perú



A partir del 10 de diciembre (2010), "Asesinas" (Grupo Editorial Hijos de la Lluvia), el último libro de Javier Núñez, estará a la venta...

¿Ha pensado algunas vez ver muerto al hombre de su vida que dejarlo marchar con otra? ¿Qué fuerzas demoníacas mueven los crímenes pasionales? ¿Qué fantasmas pueblan la mente de los suicidas? ¿Cuál es el sentido del amor y el sexo en tiempos actuales?

En este libro se exploran las partes más oscuras del ser humano. El amor, los celos, el crimen, el sexo son los tópicos más recurrentes, que son asumidos por personajes con tendencias a cometer asesinatos, con problemas psicóticos, enamorados obsesivamente, “liberales” sin límites…

miércoles, 1 de diciembre de 2010

La narrativa breve de Javier Núñez




Por Bladimiro Centeno Herrera


El arte de la narrativa breve es un ejercicio bastante difícil. En la ciudad de Puno, muy pocos escritores convirtieron los hechos anecdóticos en perfectos artefactos verbales, que configuren mundos ficticios, autónomos y con dimensiones metafóricas.


La lectura temática que predomina en las diversas instituciones educativas, el bajo hábito de lectura analítica, limitado ejercicio de la escritura en los alumnos y docentes de primaria, secundaria y superior, ha impedido el desarrollo de un criterio textual en las manifestaciones verbales de los habitantes de la región de Puno. Es más, una rápida mirada de los diferentes discursos periodísticos, académicos y literarios de la región demuestra que nuestra competencia textual es sumamente precaria y muchas veces cantinflesca.


En estas condiciones, la escritura del cuento requiere de un largo aprendizaje y un dominio progresivo de las propiedades y categorías textuales sin los cuales ninguna expresión verbal constituye un texto con efectividad comunicativa. Este aprendizaje de la escritura con criterios textuales ha asumido efectivamente Javier Núñez en todas sus etapas.


La primera vez que presenté una publicación literaria de Javier Núñez fue en el año 2005. El libro que comentábamos en esa oportunidad titulaba “Espejos de bronce” en coautoría con Franklin Ramos. Las primeras impresiones que tuve de ese libro las expresé inmediatamente, sin mediar sutilizas que suelen caracterizarme cuando comento un libro de un escritor ya mayor.


Habían ciertos motivos que en esa oportunidad me obligaron a expresar mis apreciaciones en forma drástica: estaba frente a un escritor muy joven, poseía una gran pasión por la literatura y mostraba un dominio sintáctico de la escritura. Pero carecía del dominio de otros componentes cognitivos para consolidar su escritura literaria: criterio textual, proporcionalidad en la distribución de los datos y dominio de las técnicas literarias para procesar mejor los elementos narrativos. Fui drástico en mis comentarios, pero esa realidad ha variado significativamente en la actualidad con Javier Núñez.


Ahora nos presenta el libro de cuentos “Salomé y otros cuentos” (Puno, 2009) constituido por ocho títulos que ya no requiere de otras observaciones drásticas como en la presentación anterior. Pues el autor ha progresado muchísimo en su escritura literaria y ha sometido sus textos narrativos a una reescritura constante.


Javier Núñez posee madera de escritor. Ha consolidado su capacidad narrativa, ha profundizado su dominio sintáctico, sus textos ya no exhiben desproporciones secuenciales como en sus textos iniciáticos, el dominio de las estrategias textuales es evidente y maneja ampliamente las técnicas narrativas. En consecuencia, los cuentos que componen el libro “Salomé y otros cuentos” constituyen ya un aporte a la narrativa breve puneña.


Se advierten varios componentes que singularizan el libro en el contexto de la literatura puneña. Una primera constatación nos conduce a señalar que Núñez pretende poner de manifiesto cierta herejía con la literatura puneña que se caracteriza por su solemnidad y culturalismo. Introduce la ironía como una estrategia de indagación de la desintegración de los valores andinos manifiesto en discordancia con las prácticas concretas.


Núñez nos ofrece un conjunto de historias en las cuales los personajes exploran la vida sin determinar claramente las fronteras entre la realidad y fantasía. Es decir, los sujetos narrativos emprenden acciones humanas con un criterio que termina estallando frente a las comprobaciones paradójicas de la vida real. Esta peculiaridad solo es posible en la medida en que los personajes que predominan en los cuentos de Javier son jóvenes que acaban de superar la adolescencia y se disponen a descubrir la vida.


Los primeros cuentos confrontan la fantasía con la realidad. En “Clara Luz”, Luis Gerardo que acude a una cita con expectativas sexuales termina recibiendo un encargo para realizar una actividad mercantil. En “El Retorno de Zoraida” el alma en pena de una mujer abusada vuelve a ajustar cuentas con Ludovico Altamirano. En “Débora Rojas”, un secuestro a una fémina termina produciendo un encuentro inesperado.


El mundo de la promiscuidad se precisa mejor en los siguientes cuentos. En “Una intimidad con Sherly”, descubre la doble vida de la hija del doctor que trata a Pelayo, cómplice de la otra vida de la hija. En “Fotografía”, la foto de una mujer adquiere la forma humana para llevarse al personaje a otro mundo por una deuda afectiva. En “Una noche inolvidable”, un cura consuma el amor de la novia en su noche de matrimonio. En “Salomé”, un cazador sexual de mujeres embriagadas en las noches de la Fiesta de Candelaria termina confundiendo la identidad de sus víctimas complacientes. Y, finalmente, en “Una noche con Pamela”, las perspectivas sexuales de un adolescente terminan en estado de ebriedad que frustra sus pretensiones.


En este universo, la vida se caracteriza por convertir el amor y el sexo en componentes lúdicos de una realidad donde los valores y normas institucionales han perdido la función ordenadora. Entre los personajes, abundan los aprendices de donjuán envueltos en experiencias que ridiculizan sus propias expectativas.


En síntesis, el escritor nos presenta un mundo en el cual los sujetos humanos, a pesar de ciertas expectativas normativas, experimentan una pérdida de valores. En sus experiencias concretas de la vida, no logran componer su propia identidad, carecen de un propósito vital, no poseen ningún compromiso con la realidad circundante.


En consecuencia, el sexo es la llave perfecta para perderse en el laberinto de la vida. Esto se produce porque el mundo que nos presenta el escritor se caracteriza por su caos, cinismo y desintegración que afianza la incredulidad de los personajes y pérdida del sentido de la vida. En este mundo, la experiencia carnal constituye una tabla de salvación para seguir buscando el horizonte de la vida.


En consecuencia, Javier Núñez posee el espíritu adecuado para traducir la condición humana del hombre contemporáneo en el altiplano puneño. Falta profundizar la temática, los personajes son relativamente planos, las historias no trascienden con efectividad las anécdotas; pero introduce a la literatura puneña nuevos elementos simbólicos, nos ofrece una nueva óptica de la vida y celebra el placer de la vida como un mecanismo para afrontar el deterioro de las circunstancias socioculturales del altiplano puneño.