jueves, 12 de abril de 2018

MAL DE AMORES

MAL DE AMORES


                                                                       darwin bedoya




                                                                              Leímos todo cuanto había sido escrito sobre el amor.
                       Pero cuando nos amamos descubrimos que nada había sido escrito sobre nuestro amor.

                                                                                                                                      —Marco Denevi

 

Después de Air–Max 180 y Taca-Taca, Yero vuelve a removernos la memoria con estos textos que oscilan entre lo confesional y lo cotidiano como un desplazamiento vital y necesario. Las historias de este nuevo libro tienen la singularidad de atraparnos en un instante, a veces sin que siquiera nos demos cuenta. Cada historia se distingue por la posesión de una atmósfera que a una primera lectura parece poco enmarañada, pero que tiene como principal virtud llevarnos lentamente hacia un desenlace inusitado: los desaciertos y los laberintos interminables del amor. En este conjunto de siete relatos hay una intención por hablar de las personas, de sus sentimientos y de sus quehaceres; de la grandeza y la miseria de sus vidas, de los días oscuros y brillantes, especialmente del amor y el desamor como unidad temática. Las escenas de cada una de estas historias nos hacen ver el pasado, el presente y un resquicio del futuro, en cada historia se pueden encontrar un indicio, una predicción, una advertencia sobre lo que pudo ser y no llegó a concretarse. Y uno vuelve a ensimismarse en los recovecos de cualquier tiempo pasado gracias al amor. Y como en un flashback retornamos a ese punto de nuestra vida en que ocurre la colisión de trenes entre nuestra casi nebulosa infancia y nuestra larguísima adolescencia, entonces empezamos a sospechar un sinfín de cosas. Comenzamos a presentir los sueños futuros en donde la luz del amor es apenas una breve luminiscencia.
La representación de estos textos semeja una escritura-manantial, porque refresca y calma la sed, fluye por un campo semántico que en ese deambular por los laberintos interminables del amor, recorre también las pasiones, la familia y la urbe, lo privado y lo público dentro de los diversos sentimientos que el ser humano es capaz de sentir y provocar. Así, estos siete textos, desde Los amantes hasta el que cierra el libro y también le da título al libro, ¿Qué carajo es el amor?, revisitan la condición humana allí donde la literatura suele escarbar en la oscuridad y el desgarro, allí donde es menos frecuente que las letras paseen por la luz, o que recorran esa nitidez que es el equilibrio. El autor nos presenta un pequeño giro de timón en su discurso con respecto a sus libros precedentes, aunque el escenario sigue siendo el Ilo natal, y aunque persista esa vitalidad por la exaltación de las cosas cotidianas, su voz sigue siendo ágil, con algo de Salinger y Dickinson en la limpidez con que transita los dos parajes de la existencia: el oscuro y el luminoso, sin caer en ningún momento en la negación ni en el pesimismo. Por ejemplo, si nos detenemos en Colca canyon el resultado es un ejercicio de madurez, un sólido comienzo de recorrido consciente y sereno, que nos muestra que los seres humanos estamos hechos de pequeños momentos y de que lo trascendente no es más importante que lo cotidiano. O mejor dicho, lo cotidiano es trascendente, no hay que realizar ninguna vetusta división entre la vida y lo literario.
En este texto el autor nos muestra un detenimiento sensorial, no hay prisas, no hay desesperaciones por narrar, el ritmo del sujeto narrador ha entendido los estadios de la ascensión narrativa. Por momentos Yero tiene esa fecundidad verbal con que parece hacer papiroflexia con el lenguaje. Releemos por ejemplo Catástrofes importantes, el segundo relato importante de este libro, narra sobre un asunto familiar entre la convivencia inicial de las parejas, también el mito, el sueño, la superstición y la realidad que viven Ana, Pablo y  El Marruffo, los personajes claves de la historia. Quizá el tercer relato más logrado sea el que dice en uno de sus párrafos: Él había visto suficientes pezones en su vida como para elaborar un catálogo. Pero estos en particular, los de Sharon, lo obligaron a pisar el freno. Las tetillas, cuyo color le recodaba a la chocolatada tibia, estaban hundidas justo en el centro de la aréola. Como la cabeza de una tortuga escondida dentro de su coraza. El sexto título es justamente: El pezón hundido, en él, el autor, igual que en Samsung, una vez más habla del amor, de la vida sentimental en donde surge, inevitablemente, esa pregunta eterna y conocida: ¿Qué carajo es el amor? y según los relatos podríamos ensayar tantas respuestas, pero nunca llegaríamos a responder con exactitud, porque el amor es tantas cosas juntas, tantas cosas distintas que al final parecen ser una sola. Las páginas de este libro vivifica, en especial, al amor que acabó y dejó una herida (aunque muchas veces la herida es el amor mismo), que resulta insalvable e inasible, como el vano intento de tratar de recuperar el reflejo de la amante en el espejo que no tenemos. En segundo lugar, nos encontramos con el amor cotidiano que viven las parejas que inician la difícil vida de compartir el día a día en el futuro hogar, y para hacer más intenso el libro, el texto final ¿Qué carajo es el amor? recalca la idea del amor que se deben profesar los amantes. Pero especialmente del espacio que ocupa el amor en la vida cuando dice: no alcanzarás a moldear el bloque de su carne y a desearla como/ yo la deseaba/ de otra forma volverás a casa a fumar pasta/ a comer hígado de hace tres generaciones preguntándote tonta, estúpida y cojudamente/ ¿qué carajo es el amor?/ pero todo a su tiempo/ si no quieres a la de treinta puedes tener una de quince… El título, ¿Qué carajo es el amor?, por tanto, quiere ser una metáfora de ese inhóspito reino que todos conocen o creen conocer; además, con estos textos, Yero quiere rendir homenaje al hermoso animal que vive en nosotros, porque ¿quién más puede darle vida al amor? Sin duda, no es solo ese joven que se confiesa en Solo combis ni el viajero eterno de Desayuno en buscama. Por ello, los textos que componen este libro son piezas ingeniosas y originales y muy dispares en cuanto a género porque Yero ha querido, seguro por el tema del amor, reescribir unos versos. Y debido a ello, quizá lo único que los une y les da unidad sea el lenguaje que ya es característico en el autor. Pero hay en ellos siempre, como recurso común, una rotación inquietante en la narración que desconcierta y sorprende, sobre todo por los finos detalles y por los finales, utilizando la primera persona en la voz del narrador. Por todo ello, ¿Qué carajo es el amor? es un libro que, con un lenguaje eficaz, directo y sencillo, relata los avatares del amor convertido por el autor en el elemento que hilvana sus historias constituyendo así una extraordinaria colección de relatos y una poderosa muestra de talento fabulador.
Al concluir la lectura, ¿Qué carajo es el amor?, probablemente, no va a ser capaz de provocar o arrancar llantos o tristezas —méritos clásicos del amor—; pero sí será capaz de hacernos sonreír, suspirar y, sobre todo, recordar fechas e instantes memorables que pueden arrancar el miedo y la pasión de cualquier par de corazones, y como en cualquier punto en donde se cierren las cortinas, Cortázar, en su lista de mal de amores diría: Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.

Espinar, junio de 2016

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Una estampida lenta o la seducción del abismo, una lectura de Caída del búfalo sin nombre de Alejandro Tarrab

Una estampida lenta o la seducción del abismo,
una lectura de Caída del búfalo sin nombre de Alejandro Tarrab
darwin bedoya



 
A finales de los años veinte Vachel Lindsay, aquel rapsoda mítico, viajó por su país —adelantándose a los beatnicks—, predicando un evangelio entre poético y religioso, recitando y cantando sus versos a cambio de hospedaje y alimento; uno de esos días escribió un poema titulado Los búfalos que comían flores, en cuyo final el poeta escribe: Pero los búfalos que comían flores en primavera/ se fueron desde antaño. / Ya no cornean más, ya no mugen más, / ya en las colinas no rondan más: / con los Pies Negros yacen dormidos, / con los Pawnees yacen dormidos. Esa escena de desaparición-muerte de búfalos nos remite al momento en que David Wojnarowicz  fotografió a varios búfalos despeñándose y acabando con su vida, y es de esta imagen de donde nace el título que le da nombre a uno de los recientes libros de Alejandro Tarrab (Ciudad de México, 1972), quien acaba de publicar Caída del búfalo sin nombre en una coedición de Mantarraya ediciones y Malpaís ediciones, 2017. El libro es un lugar donde la sangre delira como un becerro embrujado. En cada página la fiebre se dedica a renombrar la memoria, el reencuentro, la letanía, el retorno, la partida y la muerte, la huida y la vida. Los rescoldos, el mito, el rito, la prolongación, la maldición y la superstición: un ensayo completo sobre la existencia. 
La escritura de Tarrab en este libro transcurre con cierta templanza, tiene el matiz de la contemplación de los finales y los retornos. No tiene prisa para nada. La escritura y su tono son contenidos; aunque en ocasiones ambos —como en un común acuerdo— se desbordan con vehemencia para precisar lo inefable que se trasluce en un comportamiento o una confesión: resuellos y palabras de un día y un lugar celebrados. Cada imagen del libro es la seducción que suscita el abismo, la caída, la incertidumbre que establecen los puntos de fuga en la significación del lenguaje y la memoria —la manera en que se persiguen los hallazgos de los puntos de fuga, el fondo desenfocado que también existe—, se desarrolla así un pulso entre instantes, y así se erige este manifiesto desde el abismo en contra de la muerte. A todo esto Pascal Quignard diría: El pasado es un abismo sin fondo que se traga todas las cosas pasajeras; y el porvenir es otro abismo que nos es impenetrable. Uno de estos abismos desaparece continuamente en el otro. Sentimos la desaparición del porvenir en el pasado, y es lo que constituye el presente, como el presente constituye toda nuestra vida. Entonces el libro se torna en novela, poema, autobiografía, y nace cierto hermetismo que no rechaza la comunicación, no implica un olvido del otro con el fin de imponer la vida y la historia.
Caída del búfalo sin nombre es un viaje interior. Es una propuesta de búsqueda del ser y de su entorno a través de la palabra. Presenta una visión profunda de la vida y de la muerte. Tarrab reinventa el lenguaje poético y a la vez se reinventa así mismo. En cada página se sacude la conciencia de un esplendor que anuncia mudanza y devastación y la recreación de escenas que protagonizan sombras anónimas, errantes. También está la cotidianidad del destierro y el signo de la posteridad. Caída del búfalo sin nombre ya es una leyenda, un mito. Porque está hecho de esas cosas. Porque la muerte o el suicidio, en este caso, es el eje que articula el discurso totalizador del libro, porque el hombre siempre ha tenido el poder de decidir su propia muerte, es el único animal que decide morir; sin embargo, casi nunca se ha considerado que le haya correspondido el derecho de hacerlo; de ahí surge la idea de transgresión y acabamiento. Pero también se trata de aprehender, en lo no inmediato, la insolencia y la derrota, la culpa y el pecado, la memoria y el olvido. Y es que el suicidio es una confesión, y por eso es mucho lo que dice; el cadáver se transforma en un texto que es necesario leer tomando en consideración el todo y el todo hay que leerlo a partir de esa muerte: No la conocí, aunque la presiento sí, a través del aire, de la mordida, de la masa repasada por los dientes, rumiada, masticada y finalmente digerida y liberada. ¿Debería entonces empezar a asumir esta pretensión como algo único, como algo mío?: ¿la conozco? Soy testigo de su presencia, de su paso por el mundo y, ante todo, de su falta. Porque más allá de ese enfrentamiento, cara a cara de la especie, está el no enfrentamiento, el encuentro cara a cara que pudo ser, que debió haber sido, los diálogos en el ánimo que dicen ven, ven, pero también me voy, me fui, desde allá te hablaré. “DOLORA (UN RETRATO)”. Este doble movimiento del lenguaje permite dar un sentido a lo que de otra manera podría pasar desapercibido, así como determinar qué puntos arrojan alguna luz aclaratoria y cuáles nos hunden en las sombras del desconcierto. Así, la seducción del abismo se torna más grande, de ahora en adelante ya no será solo del cuerpo del que se hablará, sino también de las cosas ocurridas, del silencio mismo, porque la vida y la poesía pueden librar y liberar, poner a salvo a quien escribe, purificar al hablante de los demonios que lo poseen, lo cual significa decir la palabra para poder seguir viviendo, porque el suicidio enfrenta al hombre y a la mujer consigo mismos y les pone delante el infinito, casi como la poesía misma.
Espinar, Cusco, julio de 2017

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Tomado del blog: http://darwinbedoya.blogspot.pe/2018/04/

K u r d i s t á n: Un territorio de pruebas del lenguaje



K u r d i s t á n:
Un territorio de pruebas del lenguaje
El lenguaje no nos bendice con la ternura.

Todo lo que abraza, lo abraza con exactitud y sin piedad.


John Berger



darwin bedoya
Rodinás sabe que la poesía es un gesto que se coloca entre la tierra y el cielo, quizá por eso en este libro haya un universo lingüístico nuevo, un lenguaje despiadado, un cosmos ideado desde laberintos remotos. Cada página es un lugar donde acontece una alegoría de experimentación verbal, una sucesión de cromos de ciencia ficción. En Kurdistán (Grupo Editorial Hijos de la lluvia, 2017) se hallan geografías imposibles y lugares que no. Hay paradojas, desplazamientos semánticos, canciones imantadas que uno intenta reconocer, rapsodias orientales que retratan una música que nunca. Hay lógica delirante en cada poema, hay lirismo metálico y espejismos invisibles, paranoias retrofuturas, juguetes cartográficos, reproducciones cinemáticas, allegros, adagios… Juan José Rodinás (Ecuador, 1979) ha escrito este libro como una de las más ambiciosas, complejas (y también caóticas y originales) aproximaciones al mundo actual desde la poesía totalizadora. 
 

El lenguaje no tiene la costumbre de bendecirnos con su ternura, el lenguaje nos evidencia, nos reúne, nos define y nos anuncia el comienzo o el fin. La poesía es la fundación de la palabra. En Kurdistán, Rodinás busca ciertas brújulas entre las tuercas y los cerrojos del universo lingüístico, aún sabiendo que en la borrasca de los páramos las brújulas se desorientan, en la borrasca de los páramos las brújulas no existen: comienza el lenguaje… Se da la materialidad del lenguaje. Y es que a veces ocurre como en el cine que no hace sino poner en primer término la naturaleza espectral de toda imagen, lo que hace el autor en este poemario es una vuelta de tuerca más en su apuesta personal, incluso teniendo en cuenta que sigue siendo irreverente y trangresor como en sus libros precedentes. Aquí hay cápsulas de dolor, mundos poshumanos, espejos donde la vida transcurre por realidades inteligentes. Hay recovecos donde el presente es un desierto con flores de alambre. Hay retornos y viajes mentales hacia pasados y futuros. Hay, en ciertos momentos, tomas de conciencia de la pérdida que subyace en la existencia. El verso de Rodinás.


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Posando junto al editor del grupo Editorial "Hijos de la lluvia" el narrador Walter L. Bedregal Paz a su llegada a la ciudad de Juliaca - Perú.

EL FINGIDOR y EL MAGO

EL FINGIDOR y EL MAGO



José Estela 


EL FINGIDOR:
Walter L. Bedregal ha escrito un libro sentimental: El libro de nuestros nombres (Grupo Editorial Hijos de la lluvia, 120pp. 2016). Pero no solo sentimental. Desde la primera página finge ser un Dios, en este libro se llena de caras y recuerdos ajenos. Los nombres son la única palabra que no miente, nos dice oscuro y perverso, y comprobamos, mientras nos adentramos, que este libro de nombres es una bitácora melancólica, de mundos muy propios a nosotros, y hasta cotidianos. Este ser va mutando entre nombre y nombre, entre foto y foto, entre un rostro y otro, como si fueran máscaras que cambian según la ocasión, con un oficio siniestro, el lector sospechará de la trampa, pero se dejará engañar, porque la curiosidad lo llevará a la última y única verdad, que al pasar las hojas y a través de las historias, ese Dios oscuro y melancólico, ese diablillo burlón y hasta sádico, no es otro que uno mismo.
EL MAGO
Ya conocedor de los microrrelatos, Darwin Bedoya nos presenta Canciones de cuna (Grupo Editorial Hijos de la lluvia, 96pp. 2016). Un libro que nos remite a las páginas de un clásico: Por mí se va a la ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor, por mí se va hacia la raza condenada… La entrada de la puerta del infierno de Dante Alighieri. El mundo de Darwin Bedoya es entropía, es ver el acto más cruel como cotidiano,  es el estupor hacia la esencia misma de la maldad, que no es otra cosa que un niño travieso, donde la familia es el centro, la vorágine, el ojo del huracán. Uno no puede evitar enamorarse de Quiela, no puede dejar de mirar hasta con cariño tanto horror, esta es la magia del escritor, convencerte de que lo bueno es malo, de que lo malo es justo, de que las cosas se dieron como jugando… Para después de terminar de leer el libro sentirte culpable sin saber ciertamente por qué.
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P.D. Textos leídos por José Estela Huamán en las presentaciones de los libros El libro de nuestros nombres de Walter L. Bedregal Paz y Canciones de cuna de Darwin Bedoya y, en el marco de la 3ra. FIL –Cusco 2016 (sábado 03 de setiembre y domingo 04 de setiembre).

UNA ESTÉTICA DE LO GROTESCO: El hombre elefante y otros poemas de Miguel Ildefonso

UNA ESTÉTICA DE LO GROTESCO:
El hombre elefante y otros

poemas de Miguel Ildefonso






darwin bedoya


Entre todas las artes la poesía es la única que ya no existe... dice, en las antípodas, uno de los poetas más actuales y más activos en nuestro mapa literario de hoy, tal vez sea uno de los integrantes más prolíficos y descollantes de la poesía peruana de los 90: Miguel Ildefonso. Ha publicado alrededor de una docena de libros de poesía, entre los tres últimos títulos está El hombre elefante y otros poemas, 130pp. Fondo Editorial de la Asociación Peruano Japonesa, 2016. Este nuevo libro —al igual que casi todos los poemarios publicados por nuestro poeta—, ha sido merecedor de un importante reconocimiento: el Premio José Watanabe Varas de la Asociación Peruano Japonesa, 2015.
Desde Vestigios (1999) hasta Diario animal (2016) ha pasado mucha agua bajo el puente, quizá por eso Miguel ha anunciado que este libro es parte de un largo proyecto y, a la vez, de un solo texto que empezó a escribir en los 90 y que, además, cierra todo un ciclo de trabajo poético (ciclo de despedida y de inicio) que no solo refleja completud y realización dentro de su línea estética, sino también un decir poético lleno de apuestas y propuestas: un canon poético de la madurez, además de cantar, en tono mayor, la resistencia a las voces de la destrucción; todos estos signos se entrecruzan para hacernos ver esa latente vena del autor que nos conduce a una épica de la vida que ahora, como en sus libros precedentes, también se nota en este nuevo texto.
El hombre elefante y otros poemas que se podría titular también: El cántico de las criaturas, se divide en dos partes: Los monstruos y Otros monstruos. En Los monstruos la apuesta que hace el autor no es accesoria, y se entiende al concluir la lectura, porque es un juego de espejos, una suerte de recreación de voces y personajes; un desdoblamiento y transmisión de las sensaciones que muestran, de manera más lírica las múltiples voces en tiempos diversos y distancias insondables adquiriendo intensidad y mayor lirismo, casi una metapoética. La idea del autor al seleccionar personajes grotescos, seguramente tiene que ver con la intención de mostrar de estos monstruos su lado humano, sentimental, estético al fin y al cabo. No nos sorprenderá, por eso, encontrar a un Kafka meditativo, a un Van Gogh pintando entre los ojos de los bichos o al Fantasma de la Ópera escuchando unos aplausos en el centro de su inframundo. Tampoco nos será extraño toparnos con un Pinocho tirado entre juguetes empolvados y, no resultará insólito ver desde una ventana al Joven Manos de Tijera deambulando entre un jardín de árboles disecados. En los distintos pasajes o reescrituras hay una suerte de interlocutor ausente, alguien para quien se escribe y que no es un lector anónimo, alguien que recibirá el mensaje para escrutarlo y que lo espera. Aparecen referencias a una época y un lugar, a un dolor físico y emocional, lo que hace que se emparente este libro con los anteriores de Ildefonso, y, por supuesto, este poemario sigue trazando esa línea que marca —en la poesía peruana—, un cierto hito generacional.
Quizá la parte más reflexiva del libro sea la última, Otros monstruos, allí se percibe una gran sensibilidad que se ve expresada por la necesidad de sentido, pues trata de definir al hombre contemporáneo una vez desenmascarados los excesos de la postmodernidad, las carencias del individuo actual y la valoración de la poesía a la luz de los últimos acontecimientos del mundo. En estas páginas finales, intelecto e intuición animan la frondosa poesía de Ildefonso: la poesía es delirio.
En definitiva, El hombre elefante y otros poemas es una poética que embiste el cuerpo central del problema: la presencia y magnificidad de un arte o post-arte, o post-literatura que ni resuelve ninguna de las cuestiones actuales ni procura una definición a los retos más inmediatos. Miguel Ildefonso, con este nuevo poemario, delata un culmen poético, un conjunto de canciones para aliviar la soledad y para recorrer un largo camino, porque escribes desde la nostalgia de una polilla… porque la poesía es otro mundo/ es posible allí dejar de escribir (p.119 / - / 121) porque la poesía, al fin y al cabo, es un silencio útil para descentrar, o al menos poner en tela de juicio a cualquiera de los discursos imperantes de este siglo. Pero no solo eso, El hombre elefante y otros poemas supone, en última instancia, el triunfo de la palabra sobre el discurso.


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DIARIO ANIMAL O LAS BATALLAS QUIETAS DE MIGUEL ILDEFONSO

DIARIO ANIMAL
O LAS BATALLAS QUIETAS DE MIGUEL ILDEFONSO


Darwin Bedoya
La poesía de Miguel Ildefonso tiene tratos con las batallas de la vida y de la muerte: ha seguido una ruta paralela a la de Dante Alighieri: infierno, purgatorio y paraíso. Quizá esto tenga que ver con lo que decía Rilke alguna vez en sus Elegías de Duino: lo bello no es sino el comienzo de lo terrible. Desde Vestigios (1999) hasta este libro, Diario animal (2016), que cierra una época, encontramos en la poesía de Ildefonso textos que reflejan los espacios menos gratos, los sitios más oscuros de la existencia humana mostrados al lector con voluntad de choque, para que la colisión les abra los ojos a una realidad velada por las luces y el ruido insoportable de la sociedad en la que nos ha tocado vivir. Diario animal (Hipocampo Editores, 64pp. 2016), reúne 38 poemas que narran silenciosamente los viajes y retornos del poeta. En las páginas de este breve libro encontramos otra vez esa representación del sujeto migrante en su citadina épica cotidiana de la que hablaba Paolo de Lima. Una poética de la tensión de la imagen donde el sujeto/personaje está en distintos lugares y va narrando y anotando, a modo de diario, lo que siente y lo que piensa: lo que vive y lo que muere.
Si bien la poesía de Miguel Ildefonso (Lima, 1970) expresa también la hibridez de la cultura peruana, lo marginal, el desencanto por lo urbano, lo metapoético; en Diario animal aparece también ese halo profético donde el sujeto poemático descubre que puede aniquilarse o que puede ser eterno: Agotada la polilla sola en un bosque de edificios y cables / yo sería aquella polilla pero solo me queda el cansancio / las sombras de palabras que fui domesticando en habitaciones lúgubres de hostales lejanos / la polilla no tiene memoria como el dolor / solo es un sueño / solo es la abreviatura de una vida / el intento de ser el reflejo de una luna muerta escrita en estas batallas quietas (La polilla, p. 16). Devolverle la palabra al poeta es empezar otra vez el mundo. Como en La Odisea, Ildefonso nos habla de volver a Ítaca, desde la sombra de los escombros, llegar a las ruinas de la casa. Jugar a los dados en esa vida underground. Irse para volver al lugar poético. En Diario animal están Apolo, Durham, Juárez, Lima, Texas, EE.UU., México, el Norte, el Sur, otra vez Apolo, otra vez Lima o cualquier lugar del mundo: Tirado en el cemento/ de una calle sucia/ silbando en la neblina/ del invierno claro/ y lleno de sinestesias/ allí ve a Dios/ que también gusta de la música… (El ángel caído, p. 20). Estas batallas de las que habla el poeta tienen que ver con el retorno y la partida. El dolor. La ausencia. El recuerdo: el paraíso de Dante, el lugar para vivir: la casa familiar: es una pequeña casa que habita una casa infinita/una habitación donde apenas/ puede entrar la mitad de un amor  (La mariposa, p. 33). Pero cuando el poeta habla de su hábitat terrenal, también habla de su otro gran hogar: vivo en la poesía/ de niño no lo sabía/ ella estaba hecha solo de silencio/ pero luego (a los 17 así) se hizo de palabras/ simples palabras como estas/ yo vivo aquí/ en este poema que no escribo/ sino que se hace visible ante la luz del mundo… (La salamandra, p. 34).
En la última parte de Diario animal: EX-LIBRIS/ Nocturno de Lima, el poeta habla de un viaje que no es sino el volver a casa. Y en este poema el más extenso y logrado del libro, nos habla, una vez más, del eterno ir y venir, del viaje, del retorno como una insistencia para marcar territorio o como el que sabe que no debe irse porque no sabe despedirse y por eso retorna a la Ítaca de toda la vida: aquí está / lo vemos esperando su carro / metido ya en la noche desplegando sus alas que no pueden volar / esperando y sonriendo/con el viento ácido / con la cruz del cerro negro al frente / los faros guiándolo / aquí está él / perdido en la tierra sedienta de ese cuerpo divino airado loco animal… (Nocturno de Lima, p. 58).El poema es una autobiografía, un retrato hablado del país y sus aristas más altas y bajas. Ildefonso cierra así un período, una vida: …entonces quedan aquí las palabras nada más/ queda en esta línea: un punto final. (La pulga, p.27), este libro final (todos los poemarios de Ildefonso son un solo poema, como él mismo lo ha afirmado en algunas ocasiones) es un canto, literalmente, una sucesión de cantos a la vida, al viaje, al retorno, a la poesía misma, por eso encontramos, por momentos, registros levemente disímiles que, de alguna manera, delatan una enunciación plural y abierta a la diferencia, al cambio, al desafío. A la manera de Luchito Hernández, Ildefonso ha ido publicando no cuadernos, sino libros de poesía fracturados que son un todo y que culminan con este poemario. Así, la voz de Ildefonso desde su consagración con Las ciudades fantasmas (2002) no puede confundirse con la de ningún poeta, pues la suya se ubica entre las más singulares, inquietantes y hondas porque, como él, sabemos que: Un poeta/ solo es quien va dejando sus poemas al olvido.
 
 
Ganador categoría Poesía
Obra: El hombre elefante y otros poemas
Autor: Miguel Dante Ildefonso Huanca
Editorial: Asociación Peruano Japonesa
 


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