sábado, 28 de noviembre de 2009

LA REEDICIÓN DE "MATE DE CEDRÓN" DE VLADIMIR HERRERA

Vladimir Herrera


A propósito de la reedición de Mate de cedrón (1974). Libro que se presenta este sábado 28 a las 8:30 pm. en la Feria del Libro Ricardo Palma (SALA “LOS GENIECILLOS DOMINICALES”).

labocadelsapo...

Cuando conocí a Vladimir Herrera, en 1974, llevaba arcilla roja en los zapatos y la ropa y los libros estrujados en una mochila también roja. Entre esos libros estaban unos cuantos ejemplares de Mate de cedrón, que acababa de salir en Lima casi al tiempo que Vladimir salía de Lima.

El imaginario de Mate de cedrón se prolongaba en su llegada en barco a Barcelona, a una ciudad en la que todavía se podían oír, aun desde la parte alta de la ciudad, las sirenas de los barcos en el puerto, como en los poemas de Mate de cedrón. De Barcelona a Lisboa, de Lisboa a Roma, de
Roma a París, de París otra a vez a Barcelona y a Mallorca, y otra vez a Barcelona, siempre con Mate de cedrón en la mochila: la música y las imágenes, la amistad y la vida expuesta, la celebración y la fiesta, la lectura y la escritura, el pensamiento y la meditación, el amor y el cuerpo, la vivencia de otras mañanas, otras tardes y otras noches que no eran aquellas que se daban por sentadas, las que proponía el orden de la vida adulta y domesticada. La intuición de otra vida y otra realidad que iluminaba el vagar por las estaciones de tren, por los puertos, por las calles y plazas de las ciudades; todo esto prolongaba el espíritu de Mate de cedrón y soplaba sobre otra escritura que pronto produjo Del verano inculto, libro publicado en Valencia en 1980 y que abrió otra época en la escritura de Herrera, de un barroco a la vez hermético y luminoso, donde los poemas son construcciones más sofisticadas que las de su anterior libro, ese Mate de cedrón que fluía y divergía de otra manera, cuando de un continente a otro, de un tiempo a otro, no había más frontera que la de dar el paso que lleva de Lima a Barcelona, del presente al futuro, porque “todo tiempo es bueno/ para alzar la vista/ mirar estos territorios/ recoger las trampas”.

Mate de cedrón, entonces, había abierto y cerrado una época: era un maravilloso libro adolescente de una generación adolescente, la bien o mal llamada generación del 70, que tal vez fue la última apuesta por la poesía como salva por el porvenir, y en la que destaca este libro que era lo prefigurado y era también los lugares dejados atrás: Lampa, Cusco, Lima, pero signados ya por el viaje y la imaginación de otros puertos. Mate de cedrón lleva las huellas de una época en que casi todo parecía posible, pero que intuía ya la nostalgia y la melancolía del exilio de ese reino donde estaban la poesía como soledad y como memoria, la euforia de los sueños compartidos y el desamparo del amor, la utopía y la Historia presidiendo o eludiendo las meditaciones y las acciones, los ojos contemplados y la piel tocada, las calles angostas del Cusco, la Calle de París, los techos como lomos de rata de la ciudad de los Reyes (que es Lima), las altas noches del amor en Amsterdam, Whitfield Street: las rutas abiertas y las habitaciones cerradas; el Sena, el Huatanay, el Vístula o el Urubamba. Una videncia de los escenarios del mundo, recorridos antes o después de la escritura que unía el patio del sol en la vieja casa y el muro del oeste con el torreón de Mussot, que se inspiraba en la adivinación en coca y en la lectura de Bataille, Quevedo o Lenin, con un sentido del lenguaje y de la imagen que hacía abarcar todas estas realidades desde una mirada que dotaba a las cosas de textura e irradiación, una mirada siempre protegida por la salvia para la voz y el corazón y por el mate de cedrón que daba la abuela curandera para no andar enamorados bajo la lluvia.

Más allá de la mágica conexión con la sensibilidad de la época, este libro sigue fulgurando con su capacidad de abrir los escenarios de la imaginación y de la memoria: sigue evocando la aventura y la reflexión, y nos hace adentrarnos, con amor e ironía, en un viento de lucidez y de nostalgia pero sobre todo de anhelo y de felicidad compartida.


Barcelona, setiembre del 2009



DESPUÉS DE 35 AÑOS

A los diecisiete años había compuesto la mayor parte de los poemas de este libro junto a otros que bajo el nombre de Misa de Negros se perdieron tres años después entre el Palermo y el Chino Chino en una borrachera de perros.
De aquellos años debo rescatar la imagen de los poemas en la mochila, la mariguana pobre, el vagabundeo feroz por las playas del Chile de Allende, la militancia, el inspirado valle de la Convención y los amores siempre incorruptos de la extremada juventud.
Los amigos de entonces, que ya no son los de todavía, me leían sus poemas sin compromiso y yo hacía lo propio. Y vivíamos en tropel como los vagabundos del Dharma sin darnos cuenta de que las generaciones pasan, hasta que un día, de los tres que vivíamos en Pasaje Velarde 113, Oscar Málaga se nos casó con un traje oscuro que yo tenía y el zambo Verástegui publicó su primer
libro. Meses después Marina Castro publicó, en su Editorial Picaflor, Mate de Cedrón con dibujos de Teresa Kameya y fotografía de Virginia Fonseca.
De algún modo Jorge Teillier fue padrino y amigo de este libro adolescente, habiendo redactado el texto de la contratapa. Pablo Guevara también estuvo cerca. La fiesta de presentación fue en la nube de una casa incendiada de la Alameda de los Descalzos de los hermanos Pereira, en cuyo jardín habitaban cabezas metálicas de Vallejo de dos metros de altura.
Este mi querido libro de juventud no ha sido recogido en lo que de algún modo son mis obras completas en edición consagratoria. Poemas Incorregibles. Tusquets Editores. Barcelona 2000, en el que sí está incluida toda mi obra publicada en España y México. Tengo la impresión de haber querido olvidarlo. O, de haber querido vivir sin él durante mi estancia europea. Sólo ahora me doy cuenta de su naturaleza también Incorregible cuando la edición original es ya inencontrable.
Contra el Lector Cobarde y Vil que habitaba el Hipócrita Lector de aquellos años: la verdadera poesía ha podido más.

VLADIMIR HERRERA Urcos, octubre de 2009

Helena USANDIZAGA, Doctora en Filología románica
Universitat Autònoma de Barcelona

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