A mamá Maticha desde el encierro
Mamá Maticha:
No estoy seguro del tiempo que ha pasado
desde que fui exiliado de mi propio sueño
pero mi sed de caminos ha crecido
y he llegado a imaginar
un desierto de golondrinas donde vuelan tus manos.
Pienso que este encierro
se hizo deliberadamente para dolernos.
Su anatomía la conforman minutos de alas interminables.
Y está prohibido gritar o quejarse de madrugada
podría ahuyentarse el rocío, la brisa, la blanca espuma de los lagos.
El día, muy enojado, me da la espalda
las calles entristecen repentinamente
y lloro a escondidas como un niño asustado.
No importa, mamá Maticha, no importa
quiero que sonrías
con la misma y triunfal sonrisa post-parto
de todas las madres
aunque ambos sepamos de aquellas tardes tan hermosas
en que de veras quisiera uno morirse como las aves.
Qué felices éramos
cuando me cargabas en la barriga ¿recuerdas?
mas ya no soy el que alborotaba
y hacía crecer de ternura tu vientre.
Ya no soy el que, luego, se aferraba a tu espalda
como a una peña de calor
y veía en la sonrisa de los niños la totalidad del universo.
Ahora soy nada más el hombre, el proscrito, el preso
el fantasma que habita esperando,
el malvado que no supo ser malo con nadie
y que sólo pide un vientre en qué abrigarse.
Es que de pronto me retorna el niño
la guagua indefensa, el embrión aútero.
Y qué ganas entonces de serme tierno y malo al mismo tiempo.
Qué ganas irremediables de tenerte cerca, de sentir tu protección única:
El cielo de tus labios que besan mi frente
las palomas de tus manos que consuelan mi llanto.
Mamá Maticha, mi pensadora anónima
mi filósofa profunda y clara.
No basta una inmensidad para comprender
la plenitud y dimensión de tu sabiduría.
Porque el tiempo te hizo con los años
día a día, en el esfuerzo.
Y aunque hoy me escuches a través de los ojos de papá,
aunque tu rúbrica siempre haya sido
una huella digital grotesca y ruda
tú eres y serás la diosa, la sabia
la rosa más perfecta hasta lo eterno.
Pues sólo lo perfecto
posee la capacidad de dar vida como tú lo haces.
Sólo lo perfecto crece en la lucha dura y diaria
entre el sufrimiento y la sangre
entre el niño y el poeta
a quienes sólo les salen himnos cuando te nombran.
Sólo lo perfecto, sólo tú, mamá Maticha
puedes cobijarnos en tu abrazo de mayos levantados.
Sólo tú puedes amamantar al mundo
con la leche de tus pechos donde grita la vida
con la leche de tus mares inmensos y redondos
donde los días saltan blancos de esperanza.
Mi libertad por una sonrisa tuya.
Mi libertad por tus cadenas rotas.
Mi libertad por un vientre de humanidad como el tuyo.
Y los faltos de afecto, los que piensan
que tus sueños y los míos no tienen importancia
pegarán su indignación en las paredes
afirmarán que eso de retornar al principio de todo
eso de nacer y volver a nacer
cuantas veces sea necesario
no está científicamente comprobado.
Pero, ¡jajayllas! Mamá Maticha, ¡jajayllas!
pues tú y yo sabemos
que hasta la cárcel bien podría ser una madre
que los sueños son madres eficaces
y seguiremos soñando
mientras no nos decapiten la ternura,
mientras no nos quiten el alma
la risa azul de los océanos
aquello que es poesía:
Madre de madres donde los hombres renacen.
Perdona si he pretendido llamarte Poesía.
Lo cierto es que no tengo sino eso: Poesía para darte.
Ten mis sueños
la única libertad que me es permitida ahora.
Ten mis cantos como flores o banderas
este presente de incertidumbres y desaciertos.
Mañana. Quién sabe.
Mañana insurgirá el alba como todos los días
y un mundo mejor cerrará nuestra historia finalmente.
Porque tú te lo mereces mamá Maticha.
Tú, más que nadie.
Atrás quedarán los muros, las rejas, los candados.
Hasta pronto mamá.
Una libélula de los aires traerá tu respuesta hasta mi celda.
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Simón Rodríguez Cruz, Puno, Perú. (1969).
En: Espíritu del alba (Serie: Letras de la poesía latinoamericana, Lima: 2011).
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