Durante un buen número de los últimos años, la mirada y atención de los lectores, especialmente puneños, ha estado centrada en la poesía escrita por las hornadas nuevas, con gran interés en la llamada Generación de Fin de Siglo, sin embargo, la narrativa estuvo un tanto alejada de la puesta en escena, casi como condenada a un espacio de marginación literaria, a pesar aún de los trabajos narrativos plasmados por las voces, diríamos, en alguna medida, mayores o con más transición de autores puneños (el caso Padilla, como solitario narrador considerable). Los antecedentes narrativos, en este caso del cuento, no tienen mayores referentes, los textos cuentísticos que se conocen son realmente escasos y/o sin valor literario, plagados de improvisación, de autores con temor por hacer conocer sus textos; si alguien escribe por ahí, es un completo desconocido, y es que no hay medios que tengan el espacio necesario para su difusión, salvo la brevedad de milímetros que le pueden dar las revistas de literatura en Puno. Esa tal vez sea la explicación de los pocos cultores de este género.
En el otro lado de la página, de los resúmenes emotivos sin meditación y muy alejado de la improvisación, nos sorprende el logro del texto literario en Es que hacías tanta falta, texto del escritor Darwin Bedoya (Moquegua, 1974), con el cual obtuvo el Tercer Premio en el Concurso Nacional de Cuento “Premio Regional a la Cultura”- 2006, convocado por ELECTROPUNO S.A.A. Una persistencia de búsqueda casi alcanzada en la significación estética, estructural y poética parece haber confluido en esta historia llena de magia y vigor imaginativo, a través de los cuales se podrá notar una voluntad enorme de la organicidad del discurso y la postulación a la imaginería inteligible de sucesos sin fisuras, como un primer rasgo que se puede embanderar el autor. En el universo narrativo de Es que hacías tanta falta encontramos una voz lírica que va desenvolviendo el pasado para encontrar los nuevos días, las horas llenas de una muy grande soledad que vive la protagonista de esta historia.
La trama se va realizando lentamente y en un tono bastante poético, pero marcando un registro de escritura intertextual y con la convocatoria de las diversas imágenes que no hacen otra cosa que darle al texto el halo de una atmósfera fantástica: “El gato negro que nunca comía nada, seguía mirándola como un centinela desde la pared, sus ojos parecían dos antorchas rojizas. Daba la sensación de que él la hacía dormir con la mirada, por eso, cuando quedaba dormida, él se acercaba sigilosamente, lamía sus blancas manos y luego se doblaba como un arco iris tratando de enredarse en los largos cabellos de la dormida. Varias noches hizo lo mismo, y en todas terminaba perdiéndose allí, desaparecía misteriosamente en los cabellos de Quiela. Ella tal vez soñaba que dibujaba un gato en sus faldas.” Esa imaginería verbal es un soporte sólido llamado lenguaje literario, el que esta vez aflora con un matiz de ternura, el mismo que delata al poeta Bedoya.
A veces parecía irse al mirar por la ventana. Es la frase que principia el texto y que nos conduce de lleno a la trama de una historia basada en el increíble sentimiento de una muchacha que termina volviéndose loca de amor (la locura que ella alcanza es de la pérdida de la lucidez de las cosas que solía hacer) por un tipo que no está, ni estará con ella en la realidad de su mundo. Quiela, la protagonista del texto, es el hilo conductor de esta historia llena de fabulaciones y fotografías que sorprenderán al lector. La historia está dividida en dos partes, en la primera es posible percibir a una artista repleta de ansiedad y pena incontrolada, todavía gozosa de su lucidez artística pues, durante la noche comienza a pintar los cuadros más impredecibles que con el paso de las horas parecen hacerse realidad. Pero Quiela va adquiriendo con lentitud un cuerpo abandonado que mientras va pintando, busca la soledad de su habitación donde ocurren hechos realmente extraños. Su alcoba, es también, el espacio silencioso en el que cada vez que llega la parte oscura del día construye un único rostro, “Quiela tiene esa manía de apagar completamente las luces cuando la madrugada es inminente” seguramente para encontrar en sus vacíos aquella imagen que no se borrará jamás de su mente, y gracias a la cual irá alcanzando hasta el último día de su vida ese estado de locura imparable, pero angelical y única.
En la segunda parte, aparece la voz de aquel que se marchó, que por los rastros, demasiado notorios, está en el otro mundo; tan lejos y tan cerca de Omate, “Soñaba, tal vez, con la llegada de alguien o con una señal que pudiera encontrar en sus raros sueños, sobre todo aquellas tardes que rebosaban de presagios porque las cosas frágiles empezaban a moverse lentamente, mientras las flores adquirían un nuevo color y el pasto crecía incontenible debajo de los montes omateños de duraznos”. Ese espacio geográfico de la costa peruana es el escenario donde ocurren la mayor parte de los acontecimientos; contrariamente a la escena única en que se sabe, casi como un flash, del lugar donde se encuentra Fernando, en esas nubes al sol, tal como reza el epígrafe tomado de una canción mexicana que sonó en los años noventa. “Lejos de allí, casi a una distancia incalculable, alguien no le ha quitado la vista. Son unos grises ojos, están leyendo unas hojas que su huesuda mano sostiene. (…) La puede ver (a Quiela) a través de esas hojas ahuecadas, desgastadas; camina de un lugar para otro hasta perderse lentamente en el nacimiento del alba”; sin embargo, a pesar de su ausencia, todo el tiempo ha estado pendiente de ella, ha estado siguiendo minuciosamente los pasos de la muchacha. Fernando, el casi culpable de la historia y la locura de Quiela, es el de la voz poética que convierte al texto en una fusión de poesía y prosa, dos lenguajes que se apoyan en una historia clásica de amor y muerte más allá de la eternidad, como se puede leer en las líneas finales del texto, quedando tácitamente anunciado el reencuentro de dos locos. Por eso es posible verla ahora subiendo por esa desvencijada escalera que no soportará la levedad de su cuerpo. Su mirada semidormida está clavada en la cima de los millares de peldaños que le faltan escalar. Escucha el canto de grillos por doquier y cuando cierra los ojos imagina cientos de luciérnagas alumbrando sus pasos en la gradería. En su espalda, de alguna manera atada, lleva la muñeca que un día encontró entre los deshechos. Y en su rostro hay una sonrisa que pronto se tornará en una carcajada que en algún lugar sus ancianos padres, viendo los dibujos en el espejo, volverán a escuchar y comprenderán que por fin, Quiela, ha descubierto la manera de encontrar al ausente.Así concluye esta mágica narración que desde el título parte con la ternura y la prosa poética de nivel considerable.
La vitalidad imaginativa del autor nos muestra en Es que hacías tanta falta, las estrategias deductivas, inductivas y abductivas de argumentación, las cuales seguramente formulan inferencias derivadas del reconocimiento de improntas, síntomas e indicios de lo que puede ser considerado como un cuento. Y es que el texto en mención posee un espíritu del cuento clásico, también tiene un apreciable tratamiento lúdico y experimental que de alguna manera es, como todos los cuentos, la iniciación de la escritura de la novela y es que va construyendo con cuidado, un efecto lleno de incidentes combinados estratégicamente con ideas preconcebidas. Como en el siguiente fragmento: “Hoy no, Quiela no está más. Ni en el banco del patio, ni en su habitación. Tampoco en esos paisajes. Son otros lugares donde se refleja su rostro. Otras tardes guardarán ahora sus ojos, ya no se perderá horas y horas en la huerta escribiendo en la corteza de los duraznos, las higueras, los sauces, los álamos y los manzanos, esas frases repetitivas; y hasta quizá nunca más vuelva a repetir aquellas palabras que solía decir antes de hacer cualquier locura: Es que hacías tanta falta, como justificando sus actitudes o cuando entendía que algo estaba pasando con ella, algo extraño comenzaba a cambiarla y ya no se reconocía con lucidez.” O la siguiente escena ubicada casi a la mitad del texto, también posee una previa construcción de estructura y composición fantástica: “Ahora por ejemplo, está disfrutando de un paisaje que ha sobrepasado los estilizados esbozos que se contemplaban en el espejo, reflejados en collages y encáusticas, en ellos Quiela camina feliz. Está en un jardín recogiendo flores de todos los aromas posibles. Los tulipanes y las epifitas bromelias de todo color, las poncianas y su sombrilla emulando paraguas naturales, algunas heliconias cerca del riachuelo que atraviesa el lugar pintado, son las favoritas en aroma y belleza. Ella tiene en su brazo un cesto. Un sombrero rojo se puede ver cubriendo sus negros cabellos. Una sonrisa, típica en ella, se nota en la distancia. Esas hojas, el padre, las doblaba cuidadosamente y las guardaba entre su camisa y en las noches, en su cuarto, de tanto mirarlas, asombrado veía cómo se perdían entre sus propias manos.”
Todo ese derroche de ficción hace que al final el texto íntegro alcance una lectura con potencialidad escrituraria y manejo de construcción estructural que hacen de la historia un todo completamente interconectado.
El lenguaje narrativo de Bedoya empieza a distinguirse por esa habilidad para contraponer realismo e ilusión con lo que genera esa atmósfera que conjuga elementos de la prosa y la lírica; en una primera instancia nos atrevemos a postular que los textos siguientes serán de una lectura obligatoria para poder confirmar lo que en estas líneas se está mencionando. El lenguaje que emplea el autor, así como los eventos que va describiendo, casi obligan al lector a refugiarse en la estética y la simpleza de un discurso clásico y moderno a la vez, a esconderse en la sensación de soledad y vacío, más que de desesperación, igual sucede con la creación de las sub-ficciones que están constituyendo la ficción mayor, la de Quiela y su mayor ilusión nunca mencionada en el cuento: encontrarse con Fernando o, el otro dato que tampoco se menciona en toda la historia: la locura de Quiela; y justamente ese tácito entendimiento de esos dos hechos, que son muy vitales en el texto, constituyen el sentido general de la historia narrada.
Al concluir, podemos hallar aspectos relevantes en Es que hacías tanta falta, por ejemplo la ausente expresión dialógica, el derroche de la creación de ambientes ficticios, la soledad, los personajes angustiados apenas descritos, el paso del tiempo, la incomprensión del mundo y la vida de viajes eternos. La reiterativa incursión de los viajes que hace el narrador a las tormentas interiores, nos muestran una vez más, que la desolación, muchas veces marca ¿el equilibrio? de la vida. En resumen, Es que hacías tanta falta, es un cuento de tono esencialmente lírico y fantástico, lo cual causa un efecto de suspense y, casi por extensión, una lectura agradable debido a su lenguaje poético. Esperamos que el texto aludido no resbale en ninguna acera y que su autor no cometa el delito de abandonar la prosa que ha comenzado con otros textos precedentes que conocemos y que tampoco carecen de valor propio.
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