Jorge Fernádez Granados
darwin bedoya
T. S. Eliot, en una de sus reflexiones críticas rotulada La tradición y el talento individual menciona que, además de defender la objetividad del poema por encima de las emociones dependientes del autor, debe entenderse también que toda originalidad es una variante de una tradición. Vislumbrada desde este enunciado, la poesía de Jorge Fernández Granados posee un aura que incluye más que talento y despliegue de la tradición. Tanto o igual que los ya clásicos mexicanos que hacen la tradición mexicana: Pellicer, Novo, Villaurrutia, López Velarde, Owen, Gorostiza, Sabines, Paz, Huerta, Pacheco, etc. En la poesía de Fernández descansa una serenidad, un lugar que va ampliándose y construyéndose como una ciudad sobre su propio nombre. La voz del poeta va adquiriendo mayor solidez después de cada libro. No hay en él la desmesura de la publicación, sus silencios son señal de una escritura sosegada, de una poesía rigurosa (la frecuencia de publicación entre libro y libro es de más de cinco años), que con el transcurrir del tiempo, va demostrando su capacidad de persistencia.
gía de la obra poética de José Emilio Pacheco La fábula del tiempo (Era, 2005). Fue becario del Centro Mexicano de Escritores y del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, al francés y al chino. También ha sido incluido en diversas antologías de poesía hispanoamericana.
Con los poemas de Resurrección (1995) empieza la armonía y el encanto que se allega a la ternura en la voz de Fernández Granados. En este libro el sujeto lírico se dedica a remontar las aguas del pasado, insiste en regresar sobre sus pasos para poder contemplar su propio cuaderno de ceniza. La memoria se inscribe bajo una eternidad, casi sin la fuerza para enfrentarse al implacable olvido, es entonces que la voz lírica asume la conciencia de un retorno vertiginoso a la palabra, al verbo que levanta las ánimas y escribe el poema.
Luego de ello vendría El cristal (2000); las vías de acceso a este libro son múltiples y la progresión puede hacerse de diversas formas. Parece ser que en El cristal, el canto y la música cobran protagonismo en todo el poemario que se presenta como una composición musical que no concluye. Aquí la palabra poética se constituye en una expresión que compone un concierto de sentimientos, de emociones, de conjeturas, de revelaciones, de cavilaciones; pero, principalmente de resignaciones y contemplaciones del deseo inmarcesible de querer torcer el paso del tiempo. En El cristal convergen el goce de la musicalidad y el trabajo de orfebrería con el lenguaje, esta confluencia va tornando al verso en una poesía constante, en la misma búsqueda con los finales llenos de goce.
Los hábitos de la ceniza (2000) instaura un sistema de memorias, sensaciones, ideas e imágenes que le dan la arquitectura de una plena poesía al trabajo literario de este poeta que representa a las recientes generaciones de poetas mexicanos. Es con este libro que nuestro autor se ha propuesto continuar con la leyenda del desconsuelo. La memoria no quiere dejar de ser la fuente de construcción de la identidad del poeta. El tiempo cronológico se constituye en el retorno hacia las fuentes de la vida primera y entonces el sujeto poético bebe de las heridas originales y sigue cavando con las manos en la tierra de las palabras, tan solo para encontrar poesía. Finalmente, es con Principio de incertidumbre (2007) que su voz ya está colmada de lo que puede llamarse las fronteras poéticas. El rigor escriturario está en la cima y en el centro del sentido estético de la poesía. En este libro continúa con la saga de un registro fulgurante que asume a la nostalgia como élam vital; y, entonces, se puede afirmar, con certeza, que con este su sexto libro, el poeta avala su poesía y esto es suficiente para decir que ocupa un lugar considerable en la cartografía de la poesía latinoamericana.
Creo que los secretos de la poesía de Fernández se guardan en la plenitud de la nostalgia, su lentitud de decir aquí estoy, y su compromiso con la palabra. El constructo identitario que refleja esta poesía se emociona deshaciendo y configurando hebras, sueños, filamentos; visiones, recuerdos y cabos sueltos. De estos materiales confesadamente dispersos y frágiles funda su poesía Fernández. Su verso dócil y transparente es la señal de una poesía libre de presiones, libre de fragilidades; pero intensa y vigorosa a la hora de medir el transcurrir irreversible del tiempo.
Que la obra poética de Fernández es una obra absolutamente excepcional en la poesía latinoamericana de nuestro tiempo puede afirmarse sin mesura. Sus libros pueden considerarse como una melancolía desatada, una especie de testamento lírico, un tratado sobre la muerte y la memoria, el vacío, allí donde Fernández Granados despliega toda su pericia en el manejo de la música, el ritmo, la palabra, las metáforas, el poema de largo aliento, e incluso la prosa; pero sobre todo, la poesía dentro de la poesía.
POEMAS DE JORGE FERNÁNDEZ GRANADOS
Mañana leerán otros ojos su nombre sobre el agua y serán los mismos ojos, nuevo el dilema de su polvo. Siempre este mar que todo sueña en un deleite de murallas. A ti, lóbrega sal, marea de materia sin contorno, dulce terror de lo que está a punto de nacer, la mudanza. A ti, señora del mar, descienda un relámpago, el responso, un gramo de la luz bajo tus manos moverá la espuma y un soplo guardará el lugar donde el mar y el cielo se cruzan. El Náufrago en la soledad desanda el vago itinerario. Busca en la escritura de la noche la semilla del sueño que le impuso el destierro, oscuro y terrible, hacia el estrago más que infinito de su soledad, de su morir eterno. Ve, mecido en el mar de la pregunta, líneas en su mano para interpretar el oscuro caos que ciñe los cielos. Pero el puño de arena huye de la mano que lo apresa para ir a dar al infinito innumerable de la arena.
Dolor y belleza. Aparecida en la memoria de un augurio, estremecida, resto de una complicada catástrofe en los mapas de la noche, fundas la llama en la madera, el rostro ante la llama, los rostros que se miran y recuerdan. Lleno de una ofrenda me desdigo, nombro la hierba hasta algún verde inverosímil, labro en mi templo los guijarros de tu sueño.
Gota de una lluvia que te moja desde antes de nacer, tu palabra me recuerda un pájaro en la niebla que se aleja. Templada en la resina de las premoniciones, nave de los viajes diminutos, llevas ese calor de lo viviente que se abraza y escucha el innumerable corazón de la espesura.
Sus ojos me recuerdan caminos de retama. El amanecer a veces la encuentra con el cabello helado, lamiendo invisibles cicatrices en sus brazos. Pesa en esos ojos el vuelo predador de la tristeza. Creo que sus párpados son alas muy cansadas. Hay una herida en el fondo de su alma a la que le crecen pájaros cuando amanece. Bengala. Hay una huella donde fue nieve en el escalón de una casa solitaria. Dijo que el cielo es una pradera inalcanzable.
La melancolía, tal vez. Una llave y un pequeño caracol sobre un papel en blanco. Remamos. Tal vez está despierta todavía por la música de alguien que tañe una flauta en una habitación a oscuras. O la muerte alguna vez. Cuando miró al dragón que se alimenta de los seres que caen en los espejos. Tal vez porque su destino es recorrer el espanto de un largo despertar.
el hecho es que hay un punto donde dos cuerpos coinciden sin tocarse una turbina cruza el cielo (turbio) de la ciudad y el vidrio de la ventana vibra de pronto como en un éxtasis punto de resonancia define la física a estas sorpresas y la explicación yace en un número cifra despejable a fin de cuentas cierta frecuencia de oscilación entre estructuras empáticas entre afinados edificios atómicos objetos entidades dispersas que probablemente nunca se tocarán ni se aproximarán siquiera y sin embargo están construidos sobre una coincidencia algo así como los cuerpos festejándose inesperados en la música y un ritmo que los junta por un momento a pesar de ser ajenos el hecho es que hay un ritmo ritmo que no eligen ni comprenden ritmo que sólo conocen los cuerpos ritmo que los hace coincidir y vibrar o desplomarse juntos ritmo bajo el cual están alzados entre las cosas ordinarias unidos en secreto por un pulso con el que palpitan entre las cosas ordinarias y con el que se funden un día dentro de la música de las cosas ordinarias
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Jorge Fernández Granados (Ciudad de México, 1965) Ha publicado los libros de poesía La música de las esferas (Castillo, 1990), El arcángel ebrio (UNAM, 1992), Resurrección (Aldus, 1995), El cristal (ERA, 2000) y Los hábitos de la ceniza (Joaquín Mortiz, 2000), Principio de incertidumbre (ERA, 2007); además, en narrativa, el volumen de cuentos El cartógrafo (CNCA, 1996). Como crítico ha publicado La fábula del tiempo, antología de la obra poética de José Emilio Pacheco (ERA, 2005). Fue becario del Centro Mexicano de Escritores (1988) y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (1992 y 1997). Pertenece al Sistema Nacional de Creadores de Arte desde 2001. Ha obtenido, entre otros, el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines (1995) y el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes (2000).
gía de la obra poética de José Emilio Pacheco La fábula del tiempo (Era, 2005). Fue becario del Centro Mexicano de Escritores y del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, al francés y al chino. También ha sido incluido en diversas antologías de poesía hispanoamericana.
Con los poemas de Resurrección (1995) empieza la armonía y el encanto que se allega a la ternura en la voz de Fernández Granados. En este libro el sujeto lírico se dedica a remontar las aguas del pasado, insiste en regresar sobre sus pasos para poder contemplar su propio cuaderno de ceniza. La memoria se inscribe bajo una eternidad, casi sin la fuerza para enfrentarse al implacable olvido, es entonces que la voz lírica asume la conciencia de un retorno vertiginoso a la palabra, al verbo que levanta las ánimas y escribe el poema.
Luego de ello vendría El cristal (2000); las vías de acceso a este libro son múltiples y la progresión puede hacerse de diversas formas. Parece ser que en El cristal, el canto y la música cobran protagonismo en todo el poemario que se presenta como una composición musical que no concluye. Aquí la palabra poética se constituye en una expresión que compone un concierto de sentimientos, de emociones, de conjeturas, de revelaciones, de cavilaciones; pero, principalmente de resignaciones y contemplaciones del deseo inmarcesible de querer torcer el paso del tiempo. En El cristal convergen el goce de la musicalidad y el trabajo de orfebrería con el lenguaje, esta confluencia va tornando al verso en una poesía constante, en la misma búsqueda con los finales llenos de goce.
Los hábitos de la ceniza (2000) instaura un sistema de memorias, sensaciones, ideas e imágenes que le dan la arquitectura de una plena poesía al trabajo literario de este poeta que representa a las recientes generaciones de poetas mexicanos. Es con este libro que nuestro autor se ha propuesto continuar con la leyenda del desconsuelo. La memoria no quiere dejar de ser la fuente de construcción de la identidad del poeta. El tiempo cronológico se constituye en el retorno hacia las fuentes de la vida primera y entonces el sujeto poético bebe de las heridas originales y sigue cavando con las manos en la tierra de las palabras, tan solo para encontrar poesía. Finalmente, es con Principio de incertidumbre (2007) que su voz ya está colmada de lo que puede llamarse las fronteras poéticas. El rigor escriturario está en la cima y en el centro del sentido estético de la poesía. En este libro continúa con la saga de un registro fulgurante que asume a la nostalgia como élam vital; y, entonces, se puede afirmar, con certeza, que con este su sexto libro, el poeta avala su poesía y esto es suficiente para decir que ocupa un lugar considerable en la cartografía de la poesía latinoamericana.
Creo que los secretos de la poesía de Fernández se guardan en la plenitud de la nostalgia, su lentitud de decir aquí estoy, y su compromiso con la palabra. El constructo identitario que refleja esta poesía se emociona deshaciendo y configurando hebras, sueños, filamentos; visiones, recuerdos y cabos sueltos. De estos materiales confesadamente dispersos y frágiles funda su poesía Fernández. Su verso dócil y transparente es la señal de una poesía libre de presiones, libre de fragilidades; pero intensa y vigorosa a la hora de medir el transcurrir irreversible del tiempo.
Que la obra poética de Fernández es una obra absolutamente excepcional en la poesía latinoamericana de nuestro tiempo puede afirmarse sin mesura. Sus libros pueden considerarse como una melancolía desatada, una especie de testamento lírico, un tratado sobre la muerte y la memoria, el vacío, allí donde Fernández Granados despliega toda su pericia en el manejo de la música, el ritmo, la palabra, las metáforas, el poema de largo aliento, e incluso la prosa; pero sobre todo, la poesía dentro de la poesía.
POEMAS DE JORGE FERNÁNDEZ GRANADOS
Mañana leerán otros ojos su nombre sobre el agua y serán los mismos ojos, nuevo el dilema de su polvo. Siempre este mar que todo sueña en un deleite de murallas. A ti, lóbrega sal, marea de materia sin contorno, dulce terror de lo que está a punto de nacer, la mudanza. A ti, señora del mar, descienda un relámpago, el responso, un gramo de la luz bajo tus manos moverá la espuma y un soplo guardará el lugar donde el mar y el cielo se cruzan. El Náufrago en la soledad desanda el vago itinerario. Busca en la escritura de la noche la semilla del sueño que le impuso el destierro, oscuro y terrible, hacia el estrago más que infinito de su soledad, de su morir eterno. Ve, mecido en el mar de la pregunta, líneas en su mano para interpretar el oscuro caos que ciñe los cielos. Pero el puño de arena huye de la mano que lo apresa para ir a dar al infinito innumerable de la arena.
(El relámpago y el mar, p.14 del libro Resurrección, 1998)
Dolor y belleza. Aparecida en la memoria de un augurio, estremecida, resto de una complicada catástrofe en los mapas de la noche, fundas la llama en la madera, el rostro ante la llama, los rostros que se miran y recuerdan. Lleno de una ofrenda me desdigo, nombro la hierba hasta algún verde inverosímil, labro en mi templo los guijarros de tu sueño.
(Celebración, p.33 del libro El Cristal, 2000)
Gota de una lluvia que te moja desde antes de nacer, tu palabra me recuerda un pájaro en la niebla que se aleja. Templada en la resina de las premoniciones, nave de los viajes diminutos, llevas ese calor de lo viviente que se abraza y escucha el innumerable corazón de la espesura.
(Celebración, p.35 del libro El Cristal, 2000)
Sus ojos me recuerdan caminos de retama. El amanecer a veces la encuentra con el cabello helado, lamiendo invisibles cicatrices en sus brazos. Pesa en esos ojos el vuelo predador de la tristeza. Creo que sus párpados son alas muy cansadas. Hay una herida en el fondo de su alma a la que le crecen pájaros cuando amanece. Bengala. Hay una huella donde fue nieve en el escalón de una casa solitaria. Dijo que el cielo es una pradera inalcanzable.
(El dragón y la virgen, p.43 del libro El Cristal, 2000)
La melancolía, tal vez. Una llave y un pequeño caracol sobre un papel en blanco. Remamos. Tal vez está despierta todavía por la música de alguien que tañe una flauta en una habitación a oscuras. O la muerte alguna vez. Cuando miró al dragón que se alimenta de los seres que caen en los espejos. Tal vez porque su destino es recorrer el espanto de un largo despertar.
(El dragón y la virgen, p.44 del libro El Cristal, 2000)
el hecho es que hay un punto donde dos cuerpos coinciden sin tocarse una turbina cruza el cielo (turbio) de la ciudad y el vidrio de la ventana vibra de pronto como en un éxtasis punto de resonancia define la física a estas sorpresas y la explicación yace en un número cifra despejable a fin de cuentas cierta frecuencia de oscilación entre estructuras empáticas entre afinados edificios atómicos objetos entidades dispersas que probablemente nunca se tocarán ni se aproximarán siquiera y sin embargo están construidos sobre una coincidencia algo así como los cuerpos festejándose inesperados en la música y un ritmo que los junta por un momento a pesar de ser ajenos el hecho es que hay un ritmo ritmo que no eligen ni comprenden ritmo que sólo conocen los cuerpos ritmo que los hace coincidir y vibrar o desplomarse juntos ritmo bajo el cual están alzados entre las cosas ordinarias unidos en secreto por un pulso con el que palpitan entre las cosas ordinarias y con el que se funden un día dentro de la música de las cosas ordinarias
(Armónicos, p.52 del libro Principio de incertidumbre, 2007)
mi madre era una mujer que llevaba su casa a todas partes
mi padre era un hombre que llevaba sus ruedas a todas partes
mi madre era una mujer que dondequiera que vivía buscaba arraigarse
mi padre era un hombre que dondequiera que vivía buscaba la hora de irse
mi madre era una persona que necesitaba un espacio para hacerlo suyo
mi padre era una persona que necesitaba un espacio para recorrerlo
ella quería saber siempre el nombre del lugar a donde llegaría
él quería saber la hora anticipada en la que emprenderían el viaje
ella hacía todo lo posible porque pasara lo que pasara las cosas volvieran a su sitio
él hacía todo lo posible por remover el lugar fijo de las cosas
ella medía el tiempo en círculos
él medía el tiempo en una línea de fuga
lo que aún es un enigma para mí
es por qué en los últimos años de sus vidas cambiaron de papeles
y cuando tuvieron un jardín
mi madre sembró plantas que dan flores
pero mi padre sembró plantas que dan frutos
mi padre era un hombre que llevaba sus ruedas a todas partes
mi madre era una mujer que dondequiera que vivía buscaba arraigarse
mi padre era un hombre que dondequiera que vivía buscaba la hora de irse
mi madre era una persona que necesitaba un espacio para hacerlo suyo
mi padre era una persona que necesitaba un espacio para recorrerlo
ella quería saber siempre el nombre del lugar a donde llegaría
él quería saber la hora anticipada en la que emprenderían el viaje
ella hacía todo lo posible porque pasara lo que pasara las cosas volvieran a su sitio
él hacía todo lo posible por remover el lugar fijo de las cosas
ella medía el tiempo en círculos
él medía el tiempo en una línea de fuga
lo que aún es un enigma para mí
es por qué en los últimos años de sus vidas cambiaron de papeles
y cuando tuvieron un jardín
mi madre sembró plantas que dan flores
pero mi padre sembró plantas que dan frutos
(Tao, p.56 del libro Principio de incertidumbre, 2007)
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Jorge Fernández Granados (Ciudad de México, 1965) Ha publicado los libros de poesía La música de las esferas (Castillo, 1990), El arcángel ebrio (UNAM, 1992), Resurrección (Aldus, 1995), El cristal (ERA, 2000) y Los hábitos de la ceniza (Joaquín Mortiz, 2000), Principio de incertidumbre (ERA, 2007); además, en narrativa, el volumen de cuentos El cartógrafo (CNCA, 1996). Como crítico ha publicado La fábula del tiempo, antología de la obra poética de José Emilio Pacheco (ERA, 2005). Fue becario del Centro Mexicano de Escritores (1988) y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (1992 y 1997). Pertenece al Sistema Nacional de Creadores de Arte desde 2001. Ha obtenido, entre otros, el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines (1995) y el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes (2000).
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