LAS COSAS QUE NOS
UNEN
DESDE ESA ETERNIDAD
QUE YA ES OLVIDO[1]
UNA LECTURA DE MI
FAMILIA Y OTRAS MISERIAS DE ORLANDO MAZEYRA GUILLÉN
Somos infelices y
miserables por muchos motivos: acaso el principal sea porque recordamos, jamás
nos acordamos de olvidar. Creo que, entre otras cosas, por eso duele la
existencia, porque no hay remedio para la culpa, porque en nuestro cuerpo y
mente siempre va grabándose la vida. A nosotros, mortales, no nos fue otorgada
la Nepenta ni las aguas del Leteo; nuestra cultura, a diferencia de aquella
tierra que se menciona en la Odisea, jamás probará el fruto —dulce como la miel— del árbol de donde mana el
olvido: condenados estamos a la memoria, a la sentencia irrevocable de la
escritura.
—Rafael Toriz,
en una cita del Fedro de Platón
darwin
bedoya
0.-
«RESULTA QUE UN HIJO CON FUTURO NO ES ÚTIL EN UNA FAMILIA CON UN PADRE QUE NO
ESTÁ PORQUE NO QUIERE NINGÚN FUTURO PARA NADIE» (VÍCTOR GARCÍA)
Con
ciertos resplandores vargasllosianos y algunos destellos del autor de Los inocentes o Lima en rock, además de leves
improntas rulfianas y guiños con el Ampuero de Malos modales y Bicho raro,
Orlando Mazeyra Guillén (Arequipa, 1980) nos
presenta su más reciente cuentario: Mi
familia y otras miserias. Esta primera lectura que hago de estos textos
irrevocables gira en torno a dos puntos insertos en el libro, primero está la
orientación que expresa el cántico-epígrafe de Cat Stevens y, segundo, el
cuento que apertura el libro, me refiero a Mi primera máquina de escribir que, por razones que expondré más adelante, ambos
representan el corpus integral de estos textos que a
veces devienen biografías, autobiografías, memorias, posmemorias, testimonios,
historias de vida, diarios, pero también recuerdos de infancia, autoficciones,
filmes, vídeos y hasta fragmentos autobiográficos, además de los innúmeros
registros poéticos en el lenguaje. Al final, todos ellos hacen relatos, aparte
de breves, introspectivos, con microuniversos individuales, que van generando
correspondencias entre los mejores cuentos del libro.
La
primera impresión que tengo de este libro es que se trata de un texto cuya expresión
se erige narrando historias con un estilo directo y trasgresor. Un libro cuya
lectura equivale a entrar en un bosque de árboles plantados en la memoria,
unidades que van asistiendo al entramado de un corpus sólido, un conjunto de
historias que del mismo modo pueden conformar una nouvelle o de historias que también pueden leerse
independientemente. Aunque a veces pareciera que estos relatos suponen la
estructuración exclusiva de una suite de memorias familiares. Porque leer Mi familia y otras miserias implica esencialmente llegar a la conmoción
y, posiblemente a la identificación con alguno de sus personajes. En cada
relato Mazeyra ofrece una historia, una imagen para resumir el mundo, la
condición humana, un retazo de vida para las palabras. En este libro quizá
encontremos la historia definitiva de Mazeyra, su forma de explicar la vida y
la de los demás: un padre abominable, una madre desconsolada, un hijo
angustiado, son los personajes necesarios y suficientes para fundar un nuevo
dominio en la narrativa, un libro nuevo, un territorio donde poder erigir un
propio universo literario. La imagen que nos queda después de la lectura de Mi familia y otras miserias es la de un panorama extremo de la familia,
que en ocasiones nos evoca el origen del mundo y también el fin del mundo. Las páginas,
las historias de este libro nos muestra el lugar donde se alargan las
nostalgias y el sitio exacto donde las sombras se hacen más oscuras.
I.-
«UNA FAMILIA FELIZ ES UNA LARGA CONVERSACIÓN QUE SIEMPRE PARECE DEMASIADO CORTA»
(ANDRÈ MAUROIS)
Muchos
lectores deben haber sentido lo que yo al haber terminado de leer este libro. Y
la verdad es que me siento privilegiado de vivir y leer en la misma época en
que están escribiendo narradores como Orlando Mazeyra Guillén, Carlos Yushimito,
Daniel Alarcón y Luis Hernán Castañeda en nuestro mapa. Y en el mapa hispanoamericano:
Rodrigo Hasbún (Bolivia), Patricio Pron (Argentina), Alejandro Zambra (Chile),
Juan Gabriel Vásquez (Colombia) y Julián Herbert (México). En recientes
conversas con amigos que de alguna manera están involucrados en el mundo
literario, yo escuchaba que todos coincidían en que Mazeyra, con este nuevo
libro, ha marcado no un hito, sino una frontera que lo va a convertir en una
potencia narrativa. Yo suscribo con entusiasmo ese juicio. Pero al plantear
esta aseveración nos preguntarán muchos ¿en qué consiste un acierto literario?
Yo sostengo que un acierto literario radica en la capacidad de sacudir en algún
nivel la consciencia del lector. Mover al lector desde algún estado de ánimo.
Tener la capacidad de crear vida en el relato. Hacer arte. Ir más allá del
oficio. (Y digo esto lejos del prejuicio y la idea abstracta o la afirmación
que podría entrar a los límites de lo ligeramente demagógico). En eso radica la
capacidad de un buen libro. Y precisamente eso es lo que tiene Mi familia y otras miserias (Tribal, 2013, 156 pp.), tercer libro de
Mazeyra, antes había publicado Urgente:
necesito un retazo de felicidad (2007) y La prosperidad reclusa (2010). Creo que una primera lectura de este
nuevo libro conmueve, no sé si sea objetivamente, ontológicamente emotivo. ¿Hay
acaso un «ser» de la emoción? ¿Posee la emoción un código genético que el
artista pueda administrar eficazmente desde sus dotes expresivas? Francamente
no lo creo. Quiero empezar a comentar este libro mencionando los puntos que han
hecho que mi primera lectura afirme que estamos frente a un acierto literario.
Si en Mi
familia y otras miserias existe
una «única historia», ésta esconde un «bajo fondo», un «latido» subterráneo más
«salvaje» que un bárbaro venido de otro mundo. Tan salvaje que emerge hasta la
superficie de esa historia dominante, violenta y fuerte, como un huracán: se
deja ver, asoma una marca, crece un bulto sobre la piel que anuncia su
presencia interior. Porque lo que subyace es un contrario reprimido que
quisiera ser «más cierto» y clama «pidiendo aullar», abriéndose espacio en el
cuento, con una prosa doblemente concebida: quebrada y erigida. Y ese
contrario, cuya victoria se recibe como una premonición («será»), es signo de
una inminente rebelión interior: esa «cría salvaje aunque desconocida». —El
temor a la existencia de un vacío que hay que ocultar. —La sacralización de un
yo que debe ser protegido mediante el despliegue de toda una serie de escudos
discursivos orientados a fortalecer su esencia y a desorientar ante un posible
asedio.
II.-
«LA FAMILIA ES ALGO ASÍ COMO ARMAR UN EDIFICIO DE JUGUETE SIN MANUAL DE
INSTRUCCIONES» (AMMUNNI BALA)
Este
libro tiene los indicios suficientes como para decir que estamos ante un texto
que tiene las escrituras del sí mismo. Pero ese tipo de escrituras tiene varias
formas enunciativas. Una de ellas es la autobiografía. La autobiografía ha sido
un importante objeto de estudio sobre todo a partir de los años setenta del
pasado siglo. Ante la eclosión de numerosos textos en los que el sujeto
pretende narrarse a sí mismo, han surgido numerosas teorías y análisis sobre
las formas y los contenidos de estas escrituras que ofrecen diversas lecturas e
interpretaciones además de denominaciones distintas según varios criterios.
Para intentar acercarnos un poco a este libro, diremos que los textos de esta
índole tienen un tipo de escritura en la que el autor proyecta su propio yo,
reconstruyéndose o reinventándose a sí mismo, inspirándose en sus propias
vivencias y experiencias. Mi
familia y otras miserias y sus 32
cuentos nos ha puesto sobre el tapete, digamos, una especie de problemática de
género alrededor de la cual se plantean numerosas cuestiones, entre ellas, las
más importantes, la distinción entre discurso ficticio y discurso de verdad y
el problema de la identidad o la diferencia entre el autor, el narrador y el
personaje, cuestión que nos trasladará a plantearnos la construcción de la
identidad narrativa en el texto. Porque, qué nos podrían estar diciendo cuentos
como: Mi
primera máquina de escribir, Es mejor hacerlo con agua mineral, De
cómo mi padre se fue al infierno, Uña y mugre, Me
enseñaste a orinar, Cuero de chancho, Culpables
de tu locura, La llave de tu conciencia y Sueños
sucios.
Ya
sabemos que una cosa es el narrador y otra cosa el yo del autor, pero lo que no
está tan claro es la condición real o ficticia desde la que habla ese narrador
que toma la voz y se nombra en plan retrato, memoria, herencia, crónica,
acusación o prueba de descargo, que algo así es lo que viene a suceder en este
libro. Aquí el yo personal y propio de un joven escritor alcanza a ser memoria
de una generación y de una época. Entonces ¿Qué quiere este libro de nosotros?
¿Cantar el dolor de un hijo? ¿Ser crónica de una eternidad que ya es olvido?
¿Mostrarnos los verdaderos rostros de algunos padres? ¿O acaso pretende que
nosotros, tan posmodernos, nos manchemos las manos y acabemos con nosotros
mismos de una vez por todas? Creo que Mazeyra, desde su primer libro, dejó
claras sus tareas narrativas que se había autoimpuesto: sorprendernos con su
forma de renovar su discurso narrativo agresor, su manera tan realista de
construir un cuento; pero, sobre todo, fascinarnos con la alta calidad de su escritura.
Tal vez Mi familia y otras miserias no sea un libro de cuentos, sino un gran
libro de confesiones, un verdadero descubrimiento de la realidad que a veces no
puede ser dicha y vive oculta para siempre. Estas páginas son la intersección
entre géneros literarios (generalización de géneros) y categorías de lo real,
mediación entre lo íntimo y lo histórico, espacio donde se asienta la
identidad, porque las escrituras del sí mismo son un lugar lleno de enigmas y
de ambivalencias, donde el texto reenvía continuamente a la vida trozos de
memoria. Tal vez por eso la relación entre la escritura y la vida nos conduce
inevitablemente al estudio de la referencialidad del lenguaje, a la
representación del mundo y del sujeto en el texto escrito, en definitiva, al
problema de la veracidad o de la ficción del referente y, consecuentemente, a
la cuestión de las escrituras del sí mismo y de la construcción de la identidad
narrativa.
III.-
«LA FAMILIA ES UN ERROR DEL QUE NO NOS REPONEMOS FÁCILMENTE» (HERMANN HESSE)
Desde el
primer cuento de este libro el lector se enfrenta a una realidad que no sabe si
ciertamente es realidad o ficción. El criterio de distinción entre ficción y
no-ficción es importante por cuanto se tiende a considerar que en los textos
autobiográficos debe prevalecer la condición de texto no literario, es decir,
no inventado. Esta diferenciación constituye el punto de partida de teorías
que, como la de Genette, intentan analizar y distinguir las características de
las escrituras «ficticias» en las que el autor inventa completamente el mundo
narrado, de las escrituras facticias, en las que, por el contrario, el autor se
atiene o debe atenerse a la narración de los hechos acontecidos. Pero en una
atenta lectura de Mi
familia y otras miserias,
llegaremos a la conclusión de que la intencionalidad del receptor, en el
momento de la lectura, será pues la que construya el sentido textual. Como
consecuencia, veremos entonces que, todo texto puede ser realista al proyectar
la experiencia empírica de la realidad sobre la ficción leída, produciendo lo
que conocemos, gracias a Genette, como «realismo intencional». El lector
actualiza el texto y se lo apropia, creando «el realismo verdadero en la
historia». Por esa suspensión del descreimiento que da paso al entusiasmo de la
epifanía, desde el cual se difumina la frontera sutil entre historia y ficción.
Sabemos que toda realidad es un constructo conformado por modelos de
representación comunes a una determinada cultura. Por eso el texto funciona
además como un instrumento de comunicación estética, dejando entrever una
realidad psíquica que no se limita a un caso particular, sino que es común a
todos, convirtiéndose en una herramienta de conocimiento de sí y del otro.
En
realidad, las escrituras que se acercan al tema del yo tienen este carácter
ambivalente: por un lado son actos de conciencia que construyen una identidad
pero, por otro, son actos de comunicación. Esto supone un proceso de selección
y de ordenamiento de sí mismo, de autodefinición frente al otro. Lo que parece
más cercano en Mi
familia y otras miserias es que,
aunque sea un espacio de ficción, como podría pretender, por ejemplo, Derrida o
Paul de Man, estos textos literarios no son leídos como ficción. Aunque tanto
autores como lectores puedan perder la ingenuidad respecto al reflejo verídico
del sujeto en la escritura, no por ello el pacto de lectura deja de funcionar
en su esencia. La cuestión será el definir ese pacto de lectura. La
construcción de la identidad conduce, inexorablemente, a la búsqueda de los
orígenes y, por tanto, a la exploración narrativa dentro del grupo
sociofamiliar donde tuvo lugar el nacimiento, grupo que asigna un nombre y un
apellido al sujeto, digamos, primeros signos de identidad. En esa construcción
identitaria, el sujeto recompone imaginariamente sus orígenes familiares. El
psicoanálisis freudiano se detuvo un instanteeterno para hablar de este tema
que recrea Mazeyra, por ejemplo, con mayor notoriedad, en el cuento Me enseñaste a orinar. Este último argumento en el que el padre
está ausente es característico de los relatos de héroes míticos, conquistadores
legendarios o profetas religiosos, cuyos orígenes son parcialmente anómalos,
oscuros o extraordinarios. De alguna forma, el heroísmo viene así conectado con
el narcisismo: el héroe sería así alguien que no le debe la vida a nadie, un
ser autogenerado. Estas dos transformaciones de la historia familiar están,
según la teoría psicoanalítica, íntimamente relacionadas con dos fantasmas
derivados del complejo de Edipo: por un lado, el autoengendramiento y, por
otro, el fantasma de la propia muerte. Constituyen ambos una reescritura de los
orígenes, la reconstrucción de la historia del encuentro, fruto del cual, el
niño o la niña han nacido, y del que está excluido para siempre, como quiere
ser el cuento Cuero
de chancho.
Desde
este punto de vista, las escrituras del yo, podrían ser construcciones logradas
por el lenguaje escrito, por esa exploración del sí mismo en la que el sujeto
(narrador) reinventa o reconstruye su propia identidad en la ficción. Mazeyra,
más que narrar lo que sabe de sí mismo, utiliza la narración para averiguar lo
que ignora, lo que se esconde en la parte más oscura de la memoria. En esa
utilización heurística de la ficción se pone de relieve, en primer lugar, el
deseo del autor de la narración de hacer morir al padre y fantasear su propio
autoengendramiento. No tiene pues nada de extraño el que en este
autoalumbramiento en el que las figuras paternas quedan ocultas, el autor
adopte en muchas ocasiones el viaje de revisitación al pasado, lo que al final
devendría estar condenado a la memoria, a la escritura.
IV.-
«LA FAMILIA ES UNA DE LAS MEJORES FORMAS DE ODIARSE UNOS A OTROS» (LORD BYRON)
En los
cuentos De
cómo mi padre se fue al infierno y Sueños sucios podría volver a darse la construcción de la
narración familiar, el sujeto recompone imaginariamente sus orígenes, como
primera manifestación de la ficcionalización del yo, dando lugar a dos
fantasmas donde se sitúa la escena primitiva, el autoengendramiento y la propia
muerte, el comienzo absoluto y la permanencia de un yo que se quiere padre e
hijo de una obra que es su doble. La construcción de esa historia familiar
reenvía pues al escritor a las razones profundas de su escritura, a la
averiguación de lo que se oculta en la «sombra oscura» del sí mismo. El hecho
de que el narrador se convierta en sujeto de escritura supone, en una
tanatografía, «terminar» con el padre y autodenominarse con un apellido que, no
obstante, mantiene una referencia toponímica paterna. Creadora de sí misma, el
autor reelaborará imaginariamente a la madre en distintas figuras, en
diferentes situaciones, pero en las más de las veces, será una imagen
evocadora.
Concebidos
la mayoría de cuentos como un espacio donde se construye la identidad
narrativa, el autor se proyectará en las diversas instancias discursivas del
texto. Permitiéndonos de ese modo el conocimiento/análisis de la enunciación
narrativa y sus posibles identificaciones, entonces partiríamos de la
conciencia de una serie de conceptos narratológicos un tanto confusos, como
focalizador, narrador, enunciador y autor implícito. Entendiendo por
focalización la representación lingüística en el texto de la perspectiva
cognitiva a partir de la cual se enuncia el discurso, seguiríamos con las
diversas clasificaciones, pero siempre en función del sujeto o el objeto, que
pueda distinguir entre focalización delegada y no delegada, y focalización
interna y externa. La existencia de una focalización que puede ser delegada o
no nos indica, en definitiva, que la perspectiva cognitiva parte siempre del
narrador, tanto como la enunciación, pudiendo ser una instancia narrativa o
discursiva, tal como ocurre en Mi
primera máquina de escribir.
V.-
«LA FAMILIA ES UN NIDO DE PERVERSIONES» (SIMONE DE BEAUVOIR)
En este
tipo de escrituras el nombre es el origen y el signo más evidente de la
identidad. Con el nombre y los apellidos se le designa como perteneciente a dos
colectivos bien delimitados: a un género y a una familia patriarcal, puesto que
es por el nombre del padre por el que se le diferencia y se le «sujeta». Estos
dos grupos comportan una serie de connotaciones diferentes.
Esta
afirmación supone, en las escrituras del sí mismo, a pesar de la utilización de
diversas personas gramaticales, una cierta identificación, por parte del
lector, la cual ocurre entre el autor implícito y el enunciador o narrador, y
el personaje principal del texto. Y, sobre todo, que el enunciador o narrador
puedaidentificarse, en cierta forma, con el enunciado o lo narrado. Para
proceder al reconocimiento de la enunciación narrativa y sus posibles
identificaciones establecemos la definición de una serie de conceptos
utilizados con frecuencia en narratología y lingüística que dan cuenta de una
cierta confusión entre las nociones de focalizador, narrador/enunciador, autor
implícito y autor real. Partiendo de las nociones de diégesis y de mímesis,
podemos establecer una diferencia entre el universo diegético o mundo narrado,
y la instancia que narra profiriendo el discurso, y que es la organizadora de
la historia, al final nos darán cuenta, respectivamente, de la «mostración» o
showing, y de la narración, telling o talking. En el primer caso, estaríamos
frente a hechos presentados sin la mediación de una fuente narrativa, mientras
que en el segundo, se trataría de tomar en consideración los textos en los que
el relato puede partir de puntos de vista diferentes, y a veces
contradictorios, del narrador. De ahí la confusión, en numerosas ocasiones,
entre el focalizador y el narrador, instancias solidarias e incluso a veces
indiscernibles. Son numerosos los estudios realizados sobre el concepto de
focalización, de ahí una cierta confusión en la terminología. Por focalización
entiendo la representación lingüística en el texto de la perspectiva cognitiva
a partir de la cual se enuncia el discurso. En la teoría narratológica de
Genette, la diferencia entre mostrar y relatar, entre la focalización y la
narración, se ve plasmada en el concepto de distancia como la expresión de los
diferentes grados de intervención del narrador en los discursos de los
personajes, esta iteración la podemos reconocer, por ejemplo en el cuento Es mejor hacerlo con agua mineral.
VI.-
«A PESAR DE TODO, LO ÚLTIMO QUE SIEMPRE QUEDA ES LA FAMILIA» (MARLON BRANDO)
Mazeyra,
en su revisitación, se ha desplazado por los territorios de la escritura de la
búsqueda y el hallazgo. Y sus lectores hemos encontrado, con su libro, la
lectura de la sensibilidad y la conmoción. La repetición de algunas ideas en Mi familia y otras miserias incide igualmente en la cronología del texto,
atentando, de alguna manera contra el principio según el cual el relato debe
ser una sucesión de acontecimientos lógica y cronológicamente orientados hacia
un fin. Esto produce pues un efecto de inmovilización o, cuanto menos, de
enlentecimiento, abriendo el final del relato. Y no olvidemos que la repetición
es no sólo una figura de preferencia dentro de los mismos textos, sino también
intertextual: no sólo palabras, sino también frases, incluso fragmentos,
aparecen en distintos textos con pequeñas variaciones. Como por ejemplo,
ciertos fragmentos de Me
enseñaste a orinar y Cuero de chancho, produciendo un efecto extraño de
desdoblamiento, de universo cerrado y la a la vez disperso que se refleja en sí
mismo aunque distorsionado. En Mi
familia y otras miserias, Mazeyra
es, en definitiva, un personaje que construye su identidad narrativa a través
de los textos que va creando, en constante interacción con el lector. Es
mediante la “mentira-verdad” por donde se puede acceder a la verdad íntima del
sí mismo, en la construcción de una ipseidad que describe tres sentidos de la
invención. El primero, responde a la pregunta de quién soy yo: ante la
constatación del vacío central inalcanzable del sujeto, desde el cual surge la
necesidad de construirse una identidad en la escritura; el segundo, se plasma
en la reinvención del sujeto en su relación con el mundo exterior; y el
tercero, en una proyección onírica que conduce a otra verdad de sí mismo.
Estamos
entonces ante el autor de un libro íntimo, aquel que estuvo anotando en su
memoria, día a día, sus impresiones y sus estados de ánimo, fijando el cuadro
de su realidad cotidiana sin preocupación alguna por la continuidad. Esta es
una escritura de fondo personal, muy intensa, en las que las palabras a veces
son duras, en otras, mordaces y a veces punzantes. Al leer estos cuentos
estamos asistiendo a un doble movimiento acelerado que nos introduce en la vida
íntima de un personaje para abrirnos al mundo en su más grande amplitud. El
escritor entonces se muestra por momentos elegíaco y agresivo, pero el trazo de
las frases es siempre preciso, el pulso con que fueron escritas estas historias
es firme y nítido y su ritmo vertiginoso, pues mientras vamos leyendo hay una
luz que exterioriza el sinsentido de nuestros afectos más recónditos. Así es
como las escrituras del sí mismo se convierten pues en el proceso de búsqueda
de una identidad, construcción significante que sitúa al yo en una línea de
ficción, como diría Lacan. Construida en una interacción con la alteridad
imaginaria, la obra supone el desdoblamiento hacia el sí mismo más profundo y
oscuro, de donde surge su forma y expresión literaria.
En Mi familia y otras miserias el narrador es a la vez producto textual e
instancia activa que enuncia ser, no obstante, una proyección ficticia del
autor dentro del texto y en el que éste delega los modos de presentar la
historia, además del emisor del monólogo narrativo que envuelve todas las voces
y la voz principal, aunque su figura permanezca latente. Si esto lo
comprendemos así, aunque hablen los personajes, el narrador no puede permanecer
en silencio: la polifonía del discurso no será más que la emanación de dicho
narrador, voz multiplicada en una alteridad. El creer que el personaje tiene
voz propia sería pretender su referencialidad en el mundo real, independiente
del narrador, instancia creada a su vez por el autor implícito, figura del
autor real. El autor real se proyecta además en el autor implícito o modelo. A
pesar del intento de delimitación de estas categorías, las fronteras entre las
diversas instancias pueden desplazarse, sobre todo cuando el autor decide
entablar un juego de equívocos. Estas confusiones derivan directamente de la
labilidad de los pronombres personales que, en la enunciación, traducirían el
fantasma de una identidad múltiple y movediza, construcción del lenguaje,
viniendo a demostrar que un mismo enunciador puede ocupar todas las instancias
del discurso. Las instancias discursivas serán pues elaboración de aquella a la
que se refiere la firma de Mazeyra, representación del autor real, como
manifestación del desdoblamiento y fragmentación que constituye el propio acto
de escribir, donde la alteridad es necesaria para construir la identidad narrativa.
Es esta una colección de relatos nacidos del reconocimiento entre iguales.
Estas son historias entrelazadas que nos asoman en toda su crudeza a la
separación y unión consumadas. Mazeyra consigue mostrar no sólo que pudo
escribir las historias que deseaba: ha desnudado su intencionalidad, su arte y
su particular visión del mundo de un hijo, de un escritor, de un hombre. Porque
los personajes de carne y hueso de Mi
familia y otras miserias transitan
por el dolor, la ausencia, la separación, la pérdida y la memoria misma como
parte de la vida. Estos son cuentos escritos con la energía que dispone el
sentimiento sin aquiescencias, los retazos familiares que componen estas
páginas dan forma a la obra que más nos ha tocado de cuantas se hayan escrito
en los últimos tiempos en la narrativa peruana.
Quizá
estemos frente a una de sus narraciones más poderosas. Relativamente breve,
pero muy intensa. Por eso esta colección de cuentos es una invitación a la
reflexión, a la incomodidad del dolor. Es un libro contra el olvido, contra la
indiferencia. Este libro nos permite asomarnos y ver lo que hay detrás de la
miseria, al lado, enfrente, lo que queda más allá de nosotros, de nuestros
actos, de nuestras formas de ser. En Mi
familia y otras miserias hay
héroes verdaderos. Hay hazañas construidas dentro de un corazón. Hay decisiones
terribles; pero sobre todo, hay miradas hacia atrás. Lugares que no se olvidan.
Palabras que aún repican como las campanas doblan al atardecer. Hay nombres
propios y vidas que se apagan con una memoria. Hay deseos de vivir y de morir.
Hay destinos paradójicos, sucesos que se quedan hundidos en la memoria. Con Mi familia y otras miserias, podemos reiterar: su autor ha trazado una
ruta emocional que une como puntos de coordenada un tipo de sentimiento, un
mapa melancólico. Orlando Mazeyra Guillén ha escrito un libro para releer y nos
ha hecho recordar que las verdaderas historias viven dentro de nosotros, porque
simplemente las hemos vivido y las conocemos, las sentimos. Este es un autor al
que hay que seguirle la pista.
Juliaca, octubre de
2013
[1] Texto leído en la presentación de Mi familia y otras miserias en la II FIL
Juliaca, 2013.
A continuación imágenes para el recuerdo grato...
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