de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Lima, 2009
por: Giancarlo Stagnaro
Cuando en 2005 se produjo la recordada polémica literaria entre los llamados escritores “andinos y criollos”, hubo acusaciones y calificativos de todo tipo, y la gran ausente fue la literatura. Lo concreto es que el debate produjo de todo pero no iba a la cuestión de fondo. En esta suerte de dimes y diretes entre un grupo de escritores con fuerte presencia en los medios y otros que la han conseguido paulatinamente luego de 2005, no obstante, aún se puede hallar una visión literaria del Perú muy definida por la visión limeña (o “limeñocéntrica”, como algunos refieren).
En realidad, el debate y sus secuelas nos revelan, una vez más, cómo se ha manejado la representación del Perú en términos literarios: esto es, una construcción literaria usufructuada y manipulada por las tendencias capitalinas. Es decir, la literatura peruana oficial permanece en el juego de espejos de la ciudad letrada, desde cuyo pedestal se erige la idea del país que imaginariamente se recrea en la escritura.
Contraria a esta suposición de un canon homogéneo escrito en español, la literatura producida en la ciudad se encuentra en permanente tensión con una serie de propuestas elaboradas en los extramuros, casi siempre por individuos bilingües quechuas y castellanos, tal como lo sostiene la proposición acerca de la “otra literatura peruana”, elaborada por Edmundo Bendezú. En esa línea, y con el fin de dar cuenta de una genealogía de dichas propuestas y de cómo han ido variando según los procesos modernizadores en el Perú, el profesor y crítico literario Ulises Juan Zevallos Aguilar publica el libro Las provincias contraatacan. Regionalismo y anticentralismo en la literatura peruana del siglo XX.
Desde la portada —la danza de tijeras— y el título, nos enfrentamos a un texto que inequívocamente se detendrá en las alternativas literarias elaboradas desde el interior del país, frente a la idea del Perú construido según las lógicas del “limeñocentrismo”. Justamente, regionalismo y anticentralismo son los términos empleados por Zevallos Aguilar para describir la gestión indígena: un conjunto de prácticas y estrategias desarrollados por las comunidades andinas a lo largo del siglo XX con el fin de reclamar y hacer suyos los derechos ciudadanos que las diversas constituciones republicanas les otorgaban (14-15).
Dicha gestión indígena posee un corte básicamente comunitario, es decir, que los indígenas peruanos asumieron que la defensa de sus intereses y su representación debía pasar por el tamiz de lo colectivo. En este tipo de gestión, los intelectuales cumplen un rol decisivo, porque de cierto modo son quienes asumen la tarea de divulgar y proponer los lineamientos de dicha gestión. En ese sentido, Las provincias contraatacan apunta a reconstruir el itinerario intelectual de la gestión indígena, a partir de las propuestas del libro Tempestad en los Andes, de Luis Eduardo Valcárcel; la novela regionalista Sangama, de Arturo Hernández; los vínculos de la danza de tijeras en la obra en su conjunto de José María Arguedas; los manifiestos del movimiento poético Kloaka en la década de 1980, desde el punto de vista de la composición provinciana de sus miembros; y la aparición en años recientes de una nueva hornada de escritores bilingües quechuas que con la migración al extranjero han diversificado su público lector y participado hasta en ediciones trilingües (inglés, castellano y quechua).
Zevallos Aguilar plantea el primer registro de la gestión andina en el libro Tempestad en los Andes (1927), de Luis Valcárcel, de una manera en que rebate las líneas de la interpretación trazada por Mario Vargas Llosa en La utopía arcaica (1996). En realidad, nos dice Zevallos Aguilar, la propuesta de Valcárcel, destacado académico cusqueño, pasaba más bien por la inclusión de los movimientos campesinos que luchaban por defender sus propiedades. Para apoyarse en esta lectura, Zevallos Aguilar se basa en testimonios que el propio Valcárcel, como intelectual cusqueño, recogió acerca de los dirigentes campesinos que éste conoció. En cierto modo, Tempestad en los Andes da cuenta del poder creciente de las movilizaciones andinas, sin afiliaciones políticas explícitas: su lucha iba sólo en contra de los terribles abusos de los terratenientes y gamonales, con el fin de hacer valer sus derechos. Como el Estado y los grupos de poder apelaban a la represión policial para acallar las crecientes protestas, el libro de Valcárcel formula una advertencia: o nos hacemos cargo del problema indígena incluyéndolos en el proyecto nacional o nos enfrentaremos a las consecuencias de la marginación y la postración, de manera violenta.
En esa corriente de reivindicación de las culturas autóctonas, cobra gran importancia la novela regional. Menospreciada por los escritores del boom, no obstante, en las novelas regionales se pueden apreciar determinadas tensiones generadas por la modernidad, en la medida que ésta incluso va reconfigurando los territorios y paisajes locales. Tal es el caso de Sangama, la novela sobre la selva de Arturo Hernández (1942), publicada con motivo del cuatricentenario del descubrimiento del río Amazonas y en el contexto de la victoria de las fuerzas armadas peruanas tras el conflicto con Ecuador del año anterior. En todo caso, la historia de Sangama se narra como una novela de aventuras, en donde la selva envuelve al lector mediante una serie de secretos. En esta alegoría, Hernández aborda la posible vuelta al imperio incaico, pero a partir del rescate del valor del conocimiento acumulado por incontables generaciones de indígenas amazónicos, un conocimiento, por cierto, muy distinto al occidental, y que erige a los recursos naturales como su centro privilegiado. Una postura que se ha visto enfrentada con el poder central en los recientes y deplorables sucesos de Bagua, producto de la ausencia de diálogo entre el gobierno y los ciudadanos amazónicos. Por ello, el matrimonio entre la hija de Sangama y el narrador de la novela reafirma, según Zevallos Aguilar, el surgimiento de una nueva generación que hará valer este conocimiento de defensa de la selva en el futuro.
La relación entre la danza de tijeras, los danzaq y la obra de José María Arguedas ha sido ampliamente referida y estudiada; y en su ensayo sobre el relato “La agonía de Rasu Ñiti”, Zevallos Aguilar da cuenta de los cambios que ha experimentado la danza de tijeras como símbolo de la peruanidad. Aunque existen testimonios sobre la danza, el cuento de Arguedas es la que la coloca en primer plano. Dirigido principalmente a un lector no andino, el relato sobre la muerte y resurrección del Wamani funciona como un poderoso enlace imaginario acerca del traspaso del conocimiento entre generaciones (de manera semejante que en Sangama). En el estudio, el crítico da cuenta de la importancia del cuento como generador de una serie de miradas sobre el mundo andino, que van desde los estudios sociológicos hasta el cine e incluso la política, pero desestimando una lectura sobre un mundo andino estático o anquilosado en tiempos remotos, como suele operar la mirada canónica del indigenismo “limeñocéntrico”; sino más bien de un mundo andino en constante cambio y modernización, al punto que los hijos de los migrantes aprecian en la danza comportamientos insertados en las lógicas de consumo globales.
Aunque Zevallos Aguilar ha abordado el estudio del grupo poético Kloaka en el libro Movimiento Kloaka (1982-1984): Cultura juvenil urbana de la postmodernidad periférica (2002), retoma este tópico desde el punto de vista de la gestión cultural en relación con las políticas neoliberales implementadas con el retorno de la democracia en 1980. Justamente, la actitud de Kloaka frente a dichas políticas tuvo como base la crítica radical (recuérdese, sobre todo, el comunicado escrito por la matanza de Uchuraccay), con lo cual nos enfrentamos, aquí, a la inoperancia del sistema democrático formal para evitar tanto la violencia senderista como la represión policial y militar. En ese sentido, la advertencia de Valcárcel, formulada medio siglo antes, cobra un sentido trágico. En esa continuidad de perspectivas, de rechazo al establishment literario (que, en el fondo, es un rechazo al establishment político), movimientos poéticos como Kloaka abogan, si bien por una plenitud vivencial, también por un proyecto de nación más inclusivo y horizontal, como lo sustentan la mayoría de sus manifiestos poéticos incluidos en este estudio.
Y si Kloaka puede considerarse como un antecedente de la poesía crítica en tiempos de desregulación y neoliberalismo, el renacimiento que ha venido cobrando la poesía quechua, descendiente directo en su faceta contemporánea tanto de Arguedas como de Kilku Warak’a, es sintomática de la apertura de los mercados en tiempos recientes y la conversión de “ciudadanos en consumidores”, como sostiene García Canclini. Si bien Arguedas alentó la producción de escritura en quechua, sólo en años recientes el quechua viene siendo revalorado, por múltiples razones, y no se descarta como parte del reposicionamiento de los movimientos indígenas en relación con la onda globalizante planetaria. La lucha por la reivindicación ecológica y el juego de identidades como consecuencia de la migración de la periferia a los centros hegemónicos han obrado como motores de la revalorización actual del quechua. Zevallos Aguilar cita una serie de trabajos recientes —entre las que se encuentran las traducciones al quechua de obras canónicas como El principito (2004) y Don Quijote de la Mancha (2005), entre otras—, antologías y ediciones bilingües y trilingües, pero se centra fundamentalmente en los trabajos de Freddy Roncalla, Odi Gonzales y Ch'aska Anka Ninawaman (nombre de por sí poético, compuesto por las palabras lucero del alba / águila / halcón de fuego).
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