donde soy la misma piedra soleada
en tus palabras
Luis Pacho
Escribe: Walter L. Bedregal Paz
Luis Edgar Pacho Poma
(Laraqueri, Puno, 1969)
Hoy que la poesía puneña está adquiriendo vestigios de formas, Pacho, recupera la energía inicial de un pueblo que está a las faldas de una de las riquezas turísticas que tiene nuestro país, el Titicaca, volviendo a ubicarse dentro de los valores de una actividad poética que requiere de presencias como la de él. Con esta lucubración en torno a la materia, donde los aciertos convierten la nostalgia en innovación y en lo que debe ser poesía.
Porque no tienen que ser, a veces nuestros propios coterráneos (paisanos) y a veces la malvada crítica centralista (de nuestro entorno) los que desmeriten las bondades del talento literario puneño, en una palabra es acertado aquello qué: nadie es profeta en su tierra, pero a Luis Pacho, eso no lo amilana, al contrario, lo vuelve más preocupado con lo que él desea mostrarnos: poesía; una poesía nacida desde su propio lar, sus propios aires, que confundidos con la nieve de invierno formarían lo que él siempre sueña: poesía para el mundo y así llegar a saber que Puno tiene mucho que expresar; en cada uno de sus versos apreciamos ese cariño a la tierra que lo vio nacer, no sólo como hombre sino como poeta.
Obtuvo el Primer Premio en los VI Juegos Florales de
Geografía de la distancia Arteidea Editores (Lima, 2004), es su primer libro de poesías publicado. La poesía de Pacho es multiforme, vivencial y heterogénea, roza con los más variados quehaceres del hombre de hoy y su circunstancia, para decirlo en tono existencialista, en hechos y personajes históricos y en ajetreos psicológicos, desde el ángulo conceptual; Vladimiro Centeno (2004) en una apreciación crítica que publica, señala: “…el título de la obra posee, según el mismo autor, varias posibles significaciones: el espacio de la práctica poética, la distancia del individuo respecto a la realidad y el espacio de la soledad interior. Esta referencia coincide con la lectura que efectuamos. El libro está dividido en cuatro partes: “Atisbo de lejanía”, “Cuadro posterior”, “Confesión menor” y “Ahocinario”. Cada parte corresponde a un propósito estético claramente precisado: la autorreflexión del sujeto poético, la confrontación del destino individual con el colectivo…”. (“Pez de Oro”, Nº 8, Septiembre/octubre).
El poeta Boris Espezúa Salmón, en la contratapa del libro señala con valor crítico que: “…la poesía de Geografía de
…Y un lago
que se detenía en nuestras pupilas hasta
lagrimear de inmensidad.
Boris Espezúa
I
Mis pies perseguían los caminos. Mis pies recorrían las orillas de un lago lapislázuli que no tenía nada que envidiar a los ocasos del mar ni a los arrecifes esparcidos de ausencias. Nada distante de redes carcomidas de sal o sol, nada parecido al romance inventado en sus acantilados o al naufragio de los peces en la pavorosa mezcla de persecución y bultos de cifras contaminadas.
II
Las lluvias copiaban el cielo. Yo me copiaba en la lluvia también. La lluvia era una gota que giraba mil veces para hacer una fiesta después de los crepúsculos. Sólo entonces los sueños volvían como pillcos solitarios, aquellas aves acosadas por el viento y el olvido, de quienes se dice traían noticias inéditas cuando en estos lugares no se conocían palomas ni nubes que se consuelen del alma.
III
Yo esculpía los vientos manchados de lejanía. Luego de subvertir el antiguo final con que se hunde la distancia, debíamos volver sin la sonrisa trémula de la lluvia, sin el color del mar ni la resolana que aviste el día en puertos lejanos. No obstante, un camino que en cierta manera traza un horizonte preñado de palabras, se extendía entre los riscos soleados para decrecer entre las noches anegadas de arriba hacía abajo.
IV
A veces escribía garabatos que no entendía. Sin embargo, la brisa que olía a totora, poblaba las islas con el apuro de la garúa sobre las piedras y traía coleópteros alborozados para esconder en su noche la soledad y un cielo líquido. (Yo, todavía vivo bajo un paraguas hecho de una alborada ignota, que no sé si escribirla u ocultarla, o amontonarla entre apacibles geranios).
V
Y avistamos otra forma de navegar sin fronteras. Sólo entonces podíamos sumergir nuestros rostros dispersos y asediar la ventura de las comarcas humedecidas por el crepúsculo. Desde entonces yo también ofrezco a los dioses los frutos de mi red persiguiendo a los vientos, como he ofrecido al alba la fatiga de los acantilados deicidas
Cuerpo presente
A mamá María, en la distancia.
1.
Amanecía y su rueca hilaba nubes.
Ella escogía los últimos granos y nosotros
dormíamos en una alfombra de lluvia.
El silencio como su voz era tierra de todos.
Un día - cuando la noche huía de mis ojos –
deletreé su nombre atardecido.
2.
El pico del halcón que trajimos
servía para atravesar la tinta de los crepúsculos.
Mirábamos a los pájaros extraviados
que solían anidar en los muros alejados
de la noche.
El cielo caía en sus espaldas
pero ella tenía el tiempo para acunar
en sus manos la sonrisa de la luna.
Final
Un poema
o
una mariposa
es lo mismo
en la pared de una rosa:
nos enseñan
a desatar
telarañas
en la piel de las rocas
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(**) Parte de este texto está inmerso en el libro Aquí no falta nadie, antología de poesía puneña de Walter L. Bedregal Paz. Grupo Editorial "Hijos de la lluvia" & LagOculto Editores. 2008.
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