lunes, 29 de diciembre de 2008

FERNANDO IWASAKI, ESCRITOR PERUANO AFINCADO EN SEVILLA - ESPAÑA


Iwasaki en dos palabras

Nació en Lima, Perú, el 5 de junio de 1961. Se recibió como licenciado e hizo una maestría en Historia en la Pontificia Universidad Católica del Perú, donde dio clases entre 1985 y 1989, año en el cual fijó su residencia en Sevilla. Allí dirige la revista literaria Renacimiento. Publicó una docena de libros, elogiados por escritores como Mario Vargas Llosa, Guillermo Cabrera Infante, Jorge Edwards y Antonio Muñoz Molina.


Cuentos:

—Tres noches de corbata (Ediciones AVE, Lima, 1987)
—A Troya, Helena (Los libros de Hermes, Bilbao, 1993)
—Un milagro informal (Alfaguara, Madrid, 2003)
—Ajuar funerario (Páginas de Espuma, Madrid, 2004)
—Helarte de amar y otras historias de ciencia-fricción (Páginas de Espuma, Madrid, 2006)
—Inquisiciones peruanas (Páginas de Espuma, Madrid 2007)

Novela:

—Libro de mal amor (RBA Libros, Barcelona, 2001)
—Neguijón (Alfaguara, Madrid, 2005)

Ensayo:

—Nación peruana: entelequia o utopía (Centro Regional de Estudios Socio Económicos, Lima, 1988)
—El comercio ambulatorio (coautor, Instituto Libertad y Democracia, Lima, 1989)
—Extremo Oriente y el Perú en el siglo XVI (Mapfre, Madrid, 1992)
—Mario Vargas Llosa, entre la libertad y el infierno (Estelar, Barcelona, 1992)
—El descubrimiento de España (Peisa/Arango, Lima, 2000)
—Mi poncho es un kimono flamenco (Alfaguara, Madrid, 2006)

Crónicas:

—El sentimiento trágico de la Liga (Renacimiento, Sevilla, 1995)
—La caja de pan duro (Signatura, Sevilla, 2000)


«Lo más importante es el tono
de la narración, que el lector lo
perciba como una confidencia
o una revelación»


Tiene 46 años, nació en Lima y desde hace dos décadas vive en la capital andaluza. Allí desarrolló una obra literaria que incluye cuentos, novelas, microrrelatos, crónicas, ensayos y textos históricos. Publicó una docena de obras, pero se define como un creador aquejado por la escasez de un recurso no renovable: el tiempo. Por eso, no hace borradores ni versiones preliminares, y su última novela lleva casi dos años a la espera de que su autor retome la pluma. «No hay elección», dice Iwasaki, optimista: «Seré un jubilado que escriba».

Por: Cristian Vazquez
cristianvazquez24@yahoo.com.ar

Ecléctico, divertido. Dos adjetivos, dos cualidades, que le van muy bien al escritor peruano Fernando Iwasaki Cauti. Ecléctico, porque muchas de sus obras abordan géneros y temáticas de lo más diversas, desde los cuentos tradicionales (reunidos en Un milagro informal) y la novela supuestamente autobiográfica (Libro de mal amor) hasta el compendio de historias de personajes reales del Perú colonial (Inquisiciones peruanas) y la colección de microrrelatos de suspenso y terror (Ajuar funerario), pasando por las recopilaciones de ensayos y crónicas. Divertido, porque es imposible recorrer la prosa de Iwasaki sin una sonrisa en los labios, cuando no se deja directamente estallar la carcajada. ¿El método? Un manejo del lenguaje certero (que le permite combinar, por ejemplo, sin mayores estridencias, costumbrismos peruanos con el habla coloquial española) y un sentido del humor afilado para hablar de temas en los que, cuando no hay temblores y conmociones, ay risas: el miedo y el amor.

Iwasaki nació hace 46 años en Lima. Allí estudió Historia y luego se dedicó a la docencia universitaria. A principios de los 80 llegó a Sevilla para terminar su tesis doctoral, y desde fines de esa década se afincó para siempre en esa ciudad. Es allí donde formó su familia, da clases, dirige la revista literaria Renacimiento y planea vivir el resto de sus días. Aquella tesis doctoral por la que cruzó el Atlántico nunca la terminó; por eso la última edición de Inquisiciones peruanas lo define —parodiando el estilo de los viejos catecismos y libros religiosos— como un «antiguo colegial de los muy reverendos Hermanos Maristas de la noble Provincia de Lima, Maestro de Historia y Artes en la Pontificia Universidad Católica del Perú y Doctorando por la de Sevilla, hasta que el Ministerio le reconozca sus títulos de Ultramar». Desde la capital andaluza, que es su ciudad desde hace dos décadas, el escritor respondió, vía correo electrónico, a las preguntas de Teína.

Cuando uno piensa en tu formación como historiador, el primer beneficio en que uno piensa son los conocimientos adquiridos. ¿En qué más te ayudó?
El primer beneficio no tiene nada que ver con la Historia sino con la formación académica, pues como filólogo, filósofo o arqueólogo igual me habrían beneficiado el rigor, la metodología y la curiosidad bibliográfica. En cuanto a la Historia en sí como disciplina, el único beneficio es que he sabido orientar mis ficciones hacia los temas que yo mismo he trabajado como historiador, pues si quisiera escribir una novela sobre cátaros y templarios, sobre nazis y tenores o sobre etruscos y romanos, te aseguro que haber estudiado Historia no me serviría de nada.

¿Cómo combinás, si es que se combinan de alguna forma, tu trabajo para vivir y «pagar la hipoteca» con tu trabajo literario?

De mi trabajo «para vivir» depende mi familia. Del trabajo literario sólo depende mi equilibrio emocional. Así que no hay elección: seré un jubilado que escriba.

«Pagar la hipoteca» aparece en distintas entrevistas que le han hecho a Iwasaki como la síntesis de la dificultad a la que se enfrenta el escritor que quisiera dedicarse tiempo completo a la literatura pero debe trabajar diez o doce horas diarias para ganar el sustento. De ahí la pregunta. La respuesta deja lugar para pensar que, para proyectarse como un futuro «jubilado que escriba», la docena de libros que ya publicó son —al menos— un buen prolegómeno.


«Lo que escribo, cuando por fin escribo, es lo que queda»

Debido a que no dispone de mucho tiempo para escribir, Iwasaki explicó un método de trabajo que se vio en la «obligación» de utilizar en más de una oportunidad: pensar y tomar apuntes para sus obras, y luego dedicar un período intensivo de trabajo a la redacción final de sus textos. Sin embargo, en los textos se nota un tratamiento profundo del lenguaje, juegos de palabras y un estilo que, al menos en la superficie, parece «trabajado». ¿Cómo es ese proceso de escritura?

—Aquellas respuestas en las que hablaba sobre apuntes y meses en el congelador —dice el autor— se referían a los microrrelatos de Ajuar funerario (2004), pero ese método no es extrapolable a mis otros libros. Cuando escribí Neguijón (2005), el lenguaje era otro protagonista de la novela y eso me supuso una compulsa permanente, pues todas las palabras empleadas en aquella novela eran de uso corriente en los siglos XVI y XVII. Con Libro de mal amor (2001) me ocurrió algo parecido, pues a veces un solo párrafo me ocupaba semanas. Lo que sí es cierto es que no hago ni borradores ni versiones preliminares, de manera que lo que escribo, cuando por fin escribo, es lo queda.

Hay escritores que se obsesionan con la corrección. ¿Corregís mucho los textos? ¿Hay algo de eso en el porqué de que un párrafo te lleve semanas de trabajo?
Es una cuestión de relación con el tiempo: como nunca tengo plazos perentorios para entregar un manuscrito, me puedo permitir el lujo de miniar una frase o un párrafo hasta quedar absolutamente satisfecho. Eso sí, una vez que pienso que ya está, no la vuelvo a revisar. Por eso digo que no hago borradores.

¿Qué hay de la autobiografía en tus relatos? Es decir: Libro de mal amor se presenta como «bastante autobiográfico». ¿Cuál es la relación entre realidad y ficción en general en tu obra?

Todos los escritores utilizamos nuestra vida y la de otros serviciales desprevenidos como insumo literario, pero no a todos nos interesa la «autoficción» y no todos los que jugamos con nuestra biografía lo hacemos al mismo nivel. La tía Julia y el escribidor, de Mario Vargas Llosa, La Habana para un infante difunto, de Guillermo Cabrera Infante, y Tu rostro mañana, de Javier Marías, son tres ejemplos diferentes de escritura autobiográfica, pues van desde la más explícita hasta la más sugerente. A mí me interesaba que el lector supiera de antemano que Libro de mal amor es explícitamente autobiográfica, porque después no se lo va a creer. Y esa perplejidad también me interesa.

BIEN PENSADO Y ATADO

A la hora de hablar sobre procedimientos y técnicas de escritura, que cada escritor tiene los suyos, una de las cuestiones más interesantes suele ser cuánto conoce el creador de la historia que se propone narrar. Por ejemplo, Julio Cortázar escribe en la «Nota» final de Los premios: «Para mi maravilla y gran diversión, la novela se cortó sola y tuve que seguirla, primer lector de episodios que jamás había imaginado que ocurrirían a bordo de un barco de la Magenta Star. ¿Quién me iba a decir que el Pelusa, que no me era demasiado simpático, se agrandaría tanto al final?».

Iwasaki se posiciona en las antípodas del escritor argentino. «Nunca escribo nada sin tenerlo todo antes muy bien pensado y atado», afirma. «Admiro y envidio a los escritores que juran que sus personajes se les rebelan o a los que aseguran que simplemente no saben cómo van a terminar sus libros, pero yo debo ser o muy autoritario o muy maniático, porque hasta ahora mis personajes siempre han hecho lo que he querido».

Eso me recuerda a una frase de Raymond Chandler, que decía que cuando empezó a escribir no sabía cómo hacer entrar a un personaje a una habitación. ¿Cómo fue tu aprendizaje como escritor?

Para mí lo más importante fue encontrar el tono de la narración. Es decir, un tono que el lector percibiera como una confidencia o una revelación. Como algo personal, aunque se trate de una ironía.


En esa búsqueda, ¿cómo influyó el hecho de irte de Perú?

No me fui del Perú para ser escritor, sino para investigar en un archivo porque estaba trabajando en mi tesis doctoral de Historia. Lo que ocurrió fue que luego no me dediqué, como pensaba, a la enseñanza universitaria. No obstante, seguro que si me hubiera quedado en el Perú sí habría seguido enseñando en una universidad y no habría publicado ni la décima parte de lo que he publicado hasta hoy, aunque estoy convencido de que sí habría continuado escribiendo.

LAS INFLUENCIAS Y LA ACTUALIDAD

Cuando lo consultan por sus influencias, a Iwasaki se le hace inevitable hablar de Jorge Luis Borges. Dice que el autor de El Aleph es el autor que le permite «ordenar» todas sus lecturas. También menciona a muchísimos otros escritores, como para hacer justicia con todas aquellas horas y horas de placer que, como a todo buen lector, los libros le proporcionaron. Pero el caso de Borges parece ser especial, y le dedica un lugar importante en el cuento «El derby de los penúltimos», incluido en el libro Un milagro informal.

Ese relato transita por tres ciudades y con personajes (peruanos, españoles, argentinos) variados, hasta que al final uno de ellos, Cocolucho, pide que lo llamen Jorge Luis. ¿Lo pensaste como un homenaje a Borges, o es un invitado más en la trama?
El protagonista del cuento en realidad es Félix del Valle, un escritor peruano tan olvidado… Todo el cuento es un homenaje a él, aunque aparezca Borges. Más bien, invité a Borges a que participara en el homenaje a Félix del Valle, como en los conciertos de los rockeros viejos.

Entre tus preferidos e influencias también mencionás a Cortázar y la colección Robin Hood. ¿Qué relación tenés con la literatura argentina, más allá de Borges?
Sin la literatura argentina yo sería un pichiruchi. Mi madre coleccionaba Billiken y yo leí maravillado aquellas revistas antiguas, pero llenas de cosas nuevas para mí. También tuve los cuentos de la colección Nueva Atlántida de Constancio C. Vigil —Chicharrón, El mono relojero, etc.— y los libros de Bomba, el niño de la selva de la editorial Robin Hood. Y no puedo dejar de mencionar mi colección de Mafalda y mi lectura semanal de El Gráfico, pues todo eso me preparó para comenzar a leer a Cortázar y a Borges. No obstante, también soy un gran lector y admirador de Sábato, Osvaldo Lamborghini, Di Benedetto y Marco Denevi. Procuro estar al día de las novedades de Aira y Piglia. ¡Me encanta Ana María Shua! Quise y leí mucho a Fontanarrosa (aunque yo soy «leproso»), así como leo y quiero a Rodrigo Fresán, Guillermo Martínez, Alan Pauls, María Fasce, Alfredo Taján, Pablo de Santis, Claudia Piñeiro, Marcelo Birmajer, Gonzalo Garcés y Andrés Neuman. Argentina es un continente literario donde uno todavía puede descubrir autores raros, geniales y olvidados como Alberto Ghiraldo, Manuel Forcada Cabanellas, César Tiempo y Conrado Nalé Roxlo. Por lo tanto, mi deuda literaria con Argentina es más impagable que la deuda externa peruana.

Para cerrar, ¿en qué estás trabajando actualmente? ¿Podés adelantarnos algo de tus proyectos futuros?
En septiembre de 2006 escribí las primeras 42 páginas de una novela que abandoné por falta de tiempo y que todavía no he podido retomar. Esto es algo que siempre me ocurre y contra lo que nada puedo hacer. Mientras tanto, repaso y corrijo algunos ensayos que podría publicar a lo largo de 2008, porque no todo en la vida es ficción.


Tomado de: revistateína Nº 17. (Valencia - España).

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