jueves, 9 de julio de 2009

NO UNA, SINO MUCHAS MUERTES: UN MERECIDO ADIOS A ENRIQUE CONGRAINS MARTÍN



Por José Córdova

La primera vez que leí a Enrique Congrains fue a mitad del colegio, cuando en el curso de Lenguaje y Literatura hallé su cuento —clásico e inolvidable en nuestras letras— El niño de Junto al cielo. Claro, en ese tiempo, el efecto que me causó al principio fue lo anecdótico, jugó más la historia del personaje: Esteban, un pequeño inmigrante que proveniente de Tarma, terminó viviendo en un cerro, es decir, un pueblo joven de Lima (en El agustino).Pero la historia iba mucho más allá de lo contado. Y todo ello lo fui descubriendo a medida que pude conseguir dos de sus primeras obras: el libro de cuentos Lima, hora cero, y la novela, No una, sino muchas muertes, ambas editadas en la desaparecida editorial Populibros peruanos.


Las dos obras retratan los avatares de esa Lima descubierta y nombrada irónicamente en El niño de Junto al cielo como “La bestia con un millón de cabezas” (y que 50 años más tarde ha aumentado a ocho millones de cabezas, y algo más) volviéndose más “horrible” que la Lima de Augusto Salazar Bondy; ya que por ese entonces se encontraba en plena y caótica expansión debido a las grandes olas de inmigrantes provenientes de todas partes del país, tras la conquista de una ciudadanía esquiva desde los inicios de la República, o mejor dicho, tras la nueva “conquista del Perú”.


Y, además, de todos aquellos testimonios de una época de cambios que comenzaron a darle otro rostro al país (el que también fue plasmado por las geniales plumas de Julio Ramón Ribeyro, Oswaldo Reynoso, Carlos Eduardo Zavaleta, entre otros), Lima era descrita o mejor dicho, cuestionada desde todo punto de vista: sus habitantes “criollos” indiferentes, abusivos, malvados, explotadores, que junto a la ironía de los desposeídos que persiguían el sueño de tener un lugar donde vivir, hacían de esta “bestia” un paisaje literario lleno de retratos de dramas y tristezas, de crueles desengaños (como en Lima, hora cero por ejemplo), y cuya entropía nunca le ha permitido —ni permitirá— ver, más allá de sus propias narices, lo que sucede con lo más distante del Perú (sino, veamos lo de Bagua por ejemplo).


Es así que quizá la única vez que “la capital” volteó la cabeza para ver lo que había en su periferia cercana (y un poquito más allá) fue cuando el conflicto “interno” llegó hasta (su) la cabeza, y se dio cuenta que estos inmigrantes soñadores estaban tan cerca y tan lejos de sus aspiraciones que la convirtió en “chicha”, para luego volver nuevamente a enterrarla (misma avestruz) con la satisfacción de que esa migración por fin se ha convertido en la representación de “lo peruano”, (por ello hoy en día es denominada como clase provinciana emergente).


Nunca ha habido una, sino muchas muertes. Es cierto. Sobre todo, cada vez que muere un escritor nuestro. Y quizá nunca terminemos de reflexionar sobre el significado de sus vidas, pero quizá también, esto sirva para darnos cuenta de lo necesarios que han sido, y de lo importante que seguirán siendo en nuestras vidas, todo el legado que nos van dejando.


Enrique Congrains Martín (1932-2009).


A continuación transcribo el colofón de la contratapa de su novela No una, sino muchas muertes, sólo para que se sepa lo importante que siempre ha sido Congrains en y para nuestra literatura:


En 1954 un joven de apenas veintidós años, que acababa de aparecer en las letras peruanas con algunos cuentos, publicó su primer libro: “Lima, hora cero”. Este muchacho, Enrique Congrains Martín, aun inexperto en el manejo del idioma pero dueño de un poder de observación de la realidad y de una inteligencia capaz de interpretar los hechos en forma literaria, concitó la admiración de los medios intelectuales. Su personalidad era, además, singular. Antes de ser escritor, había sido inventor, pequeño industrial, vendedor de objetos domésticos, y esa habilidad comercial la puso al servicio de su producción narrativa siendo así escritor, editor y vendedor al mismo tiempo, y convirtiéndose en agente de otros escritores.


Su segundo libro, “Kikuyo”, fue también recibido con elogios. Inquieto, Congrains salió entonces al extranjero: recorrió Brasil, Argentina, Chile, Venezuela, Centroamérica, México, como vendedor de los libros que editaba. En el exterior redactó su novela “No una, sino muchas muertes”, que ahora Populibros incluye en esta serie como expresión de la literatura realista que prospera en el país, no porque ella halague con referencias a temas escabrosos, sino porque pinta con fuerza y profundidad un medio en que miseria y ternura se alternan al modo de un contrapunto acertadamente conducido por una siempre afortunada calidad narrativa. Dementes, muchachos violentos, pequeños y grandes explotadores, ansiedad y pureza en una palabra, son materia en “No una, sino muchas muertes” de una verdadera poetización.


A propósito de la reciente novela de Mario Vargas Llosa premiada en Europa, Mario Castro Arenas ha proclamado la superioridad de ésta de Congrains: es “la más valiosa novela de los narradores peruanos jóvenes”, dijo. Y añadió el citado crítico: “Congrains logró una atmósfera, una cierta fuerza narrativa para incorporar a su citada novela el aire infecto de la barriada, el aroma de abyección que, por igual, corroe en las zonas marginales a humanos y objetos materiales, a todo ese vasto mundo heteróclito que desfallece, agoniza, muere, entre túmulos humeantes de basura y tiznadas casuchas de esteras”.


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Publicado por LA TORRE DE LAS PARADOJAS

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