Escribe: Darwin Bedoya
Walter Benjamín en su «Diario de Moscú» escribió: «Un lugar no se conoce hasta no haberlo vivido en el mayor número posible de dimensiones. Para poseer un sitio hay que haber entrado en él desde los cuatro puntos cardinales, e incluso haberlo abandonado en esas mismas direcciones.» Vicente Benavente Calla (Juliaca, 1926) es el poeta que no sólo vive en Juliaca y la conoce más que a la misma palma de su mano, sino que también es el cantor de Juliaca. Benavente lleva a cabo, por fin, la verdadera mirada poética de los referentes que tiñen su pueblo y se coloca cara a cara con su propia vida y su entorno en el altiplano. Desde «Julia» (Poemas de 7 estancias, 1954) Tipografía Molleapaza, Juliaca; hasta «Raíces del viento» (Antología poética, 1997) Editorial Cielo y tierra, Juliaca; en su obra poética subyacen como una trilogía la triple alianza de los elementos que vertebraban su quehacer literario: el tiempo - la memoria - el homenaje. Toda obra literaria supone un acto de comprensión y de interpretación del mundo operado a través del lenguaje. Nuestra comprensión de una obra literaria es un proceso siempre inconcluso, donde la semiosis de la interpretación permanece siempre abierta. Sin duda, nuestra interpretación de una obra literaria se basa en la presuposición de que toda obra literaria nace de un acto voluntario en tanto que conjunto, y que se caracteriza por una particular dinámica de la composición: desde los elementos al conjunto, y del conjunto a los elementos. En cada elemento de la obra se encuentra el conjunto, y en el conjunto se encuentra cada elemento. Por eso, sólo cuando la obra literaria es comprendida y captada en su conjunto, es susceptible de abrirse al lector y de entregarle el secreto de su mensaje literario.
Este cuarto elemento de la poesía de Benavente, homenaje, es, no hay duda para ello, uno de los referentes mayores que aflora en toda su producción poética. La amalgama de su verso no es sino el grito modulado del hombre en su largo camino hacia el silencio. Es la manifestación de su impotencia para mantenerse en el silencio primordial de las cosas. La poesía de Benavente define un tipo de mirada. Una mirada que tiene que ver con el nexo entre homenaje y vida, con el ensanchamiento y la acumulación de los sentimientos. El aura poética de Benavente consiste, sobre todo, en enumerar pacientemente las pequeñas y las inmensas cosas. Los tejidos, los tokoros, los colores, los cerros, las pampas, los aromas, las distancias, los sentimientos, el viento; todos entran y salen, los tiempos, las inmensidades, las ausencias, los amores, las ruinas, todo cabe en el poema. Todo se vuelve poesía. La particularidad de Benavente es el hecho de saber adentrarse en sus propios interiores. La única forma de ser poeta es ser uno mismo. Cuando el poeta intenta ser los otros, gustar a los otros, sorprender a los otros, deja de tener valor su poesía. La autenticidad de la poesía es el descubrimiento radical del recorrido por las miserias humanas, de nuestra debilidad congénita, de nuestra inmersión en el abismo de nuestra condición, de nuestra muerte cotidiana. La obra del poeta tiene valor solo si descubre que su experiencia en la vida está al servicio de evidenciar nuestra frágil condición.
A las figuras artesanales de la calcetera y el machuaycha y chiñipilcos, de la que comercia con tejidos y calcetas, el poeta agrega otras que atan infancia, lenguaje y maternidad vinculando de algún modo la persistencia de la identidad grupal al ciclo natural de la repetición genealógica que mantiene unida la cadena de herencias que conforman el espacio familiar. Si bien es cierto que el espacio geográfico juliaqueño repite el primer gesto humano de manifestación de poder ante la naturaleza: recortar una parcela de la continuidad e infinitud del espacio y configurar un sentido conforme a una unidad específica, en la poesía de Vicente Benavente, este gesto evoca tanto la cadena asociativa del refugio, como la del encierro y la finitud. En palabras de Bachelard, el espacio geográfico es calabozo y es mundo. Podemos extender esta afirmación del filósofo de un modo simple: la tradición es relato que incluye y excluye al mismo tiempo. Funciona como el nexo que permite reivindicar el hilo de la memoria, y al mismo tiempo como una especie de ghetto, de encierro que atrapa, que separe, que inscriba fuertemente su ley. Así es la poesía de Benavente. Es cierto que cada época exige una nueva manera de pensar y asumir el mundo y que sostener un proyecto poético en torno a una sola perspectiva resulta prácticamente imposible. Pero en lo referente a esa tradición, nunca ha estado más viva que en las últimas décadas. La poesía juliaqueña de nuestro tiempo mira y actúa y siente muy diferente de la poesía de cualquier otro periodo de la historia. Aunque, es verdad que los cultores de poesía en Juliaca sean poquísimos, para enumerarlos, los dedos de la mano sobrarían. Sin embargo, la verdadera poesía o el verdadero silencio es el que traza el olvido sobre la obra que no llega a su público y sobre el autor privado de la capacidad de publicar y de conectar con sus lectores. El silencio como gesto en el artista contemporáneo se desarrolla como una aporía, pues, heredada del romanticismo y no resuelta por las estéticas del siglo XX, que alargan el debate de la ruptura vanguardista a medida que ya vamos llegando a la conclusión de la primera década de este nuevo siglo.
Hay momentos en que la poesía de Benavente recupera la inocencia de la infancia como un momento en el que el poeta simplemente ignora la corrupción del tiempo y de la historia. La memoria abre una ventana en el tiempo para ofrecer una imagen de realidad que se articula a través de la primera persona, a través del poeta que inicia una meditación al declinar el día, al atardecer, y continúa en un ambiente nocturno de estudio. El viento, como si fuesen hojas secas trae los días pasados y comienza como un monólogo el discurso poético de Benavente, pero gira fuera de la memoria privada para afirmarse cual columna de imágenes tatuadas en la piel del tiempo, entonces ya no es la simple voz del poeta, sino la voz del tiempo que toma conciencia del momento en que escribe, no sólo de su escritura, también de su vida misma. El acto poético es un acto visionario, un reconocimiento, un destello que muestra la doble condición del mundo: la verdad y la falsedad. Lo que ahora se ve, como revelación, como redescubrimiento, hace retirarse con su destello a la oscuridad reinante anteriormente. La epifanía ahuyenta la mentira, retira el velo. Se hace la poesía. La poesía del homenaje y la memoria de Vicente Benavente toma como punto de partida su mirada atenta, su sentir profundo, su amor a su espacio, a su hábitat, si bien es cierto que una geografía que supone el elemento contrario a la soberbia humana, una naturaleza que es misterio y origen, sobre todo sencillez, a la que solo es posible acceder a través de ese pensamiento que se instala en lo mágico, en un orden extraño y, a la vez, natural. Es extraño para nuestros intentos de comprensión racionales, pero es natural porque está en la base de lo primordial, de los movimientos internos que rigen la vida misma del poeta y de cualquier mortal.
Quien custodia los restos de la memoria, del pueblo, del hogar, del entorno familiar, siempre tiene en cuenta la verdad de que nada de lo que alguna vez aconteció puede darse por perdido completamente. El pasado lleva consigo un secreto índice que permite la redención. Como diría Walter Benjamín: «¿Acaso no nos roza un hálito del aire que envolvió a los precedentes? ¿Acaso no hay en las voces a las que prestamos oídos, un eco de otras, enmudecidas ahora?” Para quien los custodia, los restos no son nunca ruinas, sabe, como Benjamín que hay dimensión abierta e indeterminada en el pasado que en el presente pueden desatarse a porvenires múltiples.
______________________________
Tomado del Diario Los Andes, Puno. Cultural - 19 abr 2009
No hay comentarios:
Publicar un comentario