martes, 17 de marzo de 2009

Blanca Varela. Yo mujer, yo poeta, yo universo


Blanca Varela
(1926-2009)


Su voz, su palabra, tiene tanta fuerza, tanta vida, que desconcierta. Ir a su poesía es una experiencia irrepetible. Un hallazgo constante y apasionado. Aquí, nuestra poeta mayor, se mira a sí misma en unos fragmentos de entrevistas a cargo de Rosina Valcárcel y Y. Pantin. Forman parte de un libro esperado.

Cuando a los siete años garabateé mis primeros versos, mi abuela y mi madre reaccionaron como suelen reaccionar los seres que nos quieren: piensan que todos en la familia —entre comillas— son muy inteligentes. En realidad, en casa era una especie de costumbre hacer versos. Eso viene desde atrás, un poco también entre comillas.






Quizás el hecho de haber sido criada en un hogar de mujeres influyó en mi capacidad de observar el mundo, el entorno (...) Indudablemente la presencia de mujeres afinó en mí esa capacidad de mirar. Somos por naturaleza muy observadoras.

El hecho de que mi padre no viviera con nosotros no es condición definitiva para que algunos lectores perciban en mi poesía la ausencia de la figura paterna. Mi padre era una persona a quien yo quería mucho y con el cual tuve una muy buena relación. Es verdad que no estaba en el hogar, como presencia, pero era una persona a quien yo quería y con la cual tenía amistad, que es una cosa mucho más bonita (...) Mi padre era una persona crítica, una persona muy divertida, que decía cosas a veces duras, pero con tanta gracia, además con mucha sabiduría (...) Fue una de las personas que determinó mis gustos literarios, claro que sí.




Siempre he sido bastante solitaria y además me entretenía mucho conmigo misma. Era fantasiosa, según término que usaba mi abuela. Siempre estaba creando situaciones y personajes. De pronto, por estados de ánimo, me imaginaba una situación triste o una situación romántica, aun desde muy pequeña. Yo creo que no me sentía sola en absoluto. La sordera de Dios es evidente, hasta hoy la siento.

El poema "Puerto Supe" ("Aquí en la costa tengo raíces,/ manos imperfectas,/ un lecho ardiente en donde lloro a solas") lo escribí recién llegada a París. Lo considero como un poema inicial. Es un poema en el cual me enfrento con un país, con una sociedad, con una situación.

Yo era una chica peruana que había llegado a París en condiciones modestas, recién casada, buscando conocer cosas. Sentí muy fuerte la indiferencia, es decir, mi identidad se hizo muy insistente. No es que la tuviera formada, tal vez, pero comenzó a formarse como una especie de gran dolor y añoranza de lo otro. Entonces, cuando me refiero a mi infancia, me refiero al Perú, a la sociedad peruana.

Los seres humanos no tenemos mucho tiempo para hacer lo que quisiéramos hacer y tal vez tenemos limitaciones. (...) Me hubiera gustado en un momento ser una heroína. Cuando era más joven sentía que era capaz de dar la vida por algo. Ahora ya no, ya mi vida vale poco, son muy pocos los años que me quedan, ya qué puedo dar. ¿Me comprendes? Es importante la juventud, pero siento que la juventud ignora el valor que tiene el potencial de la existencia. (...) A mi manera he luchado, en un aspecto que tal vez es muy hermético, como es el de la poesía misma. Ha sido un trabajo muy solitario.

Yo siempre he tenido el problema de la sobrevivencia, me casé con un pintor que no tenía plata, teníamos que trabajar; teníamos que ir adelante, no tenía dinero ni fortuna familiar, no la tenía; había nacido cuando ya la familia se había ido al suelo, estaban viviendo muy modestamente con ciertos estilos, que no era lo real.

Entonces sí, yo he tenido antenas muy grandes y mucha suerte de conocer a Cortázar, a Paz, de salir de este grupo maravilloso del Perú, de haber sido tan amiga de Sebastián Salazar Bondy, de Raúl Deustua. Yo era muy jovencita, ingresé a San Marcos cuando tenía 16 años, sabes lo que es eso... Mira qué rebelde era, no pensé en la Católica, no pensé en nada de eso; pensé en San Marcos.

Cuando mi hijo Lorenzo tenía catorce años, pasaba al lado mío y no me veía, como si yo no existiera, como si fuese transparente. No sabes cómo me dolía. Entonces escribí "Casa de cuervos".



(...) Te hago una confesión: a mí no me gusta mi poesía, pero es la única que puedo escribir. Es una poesía honesta; no podía haber escrito de otra manera. Si hubiera querido fingir un mundo feliz no hubiera podido hacerlo. Mi apreciación del mundo es el de un mundo difícil, duro, a veces hermoso. A pesar de todo, es gratificante tener conciencia de todo ello. (...) ¿Por qué no me gusta mi poesía? Tal vez porque soy una insatisfecha, creo que es el destino de toda persona que aspira a ser auténtica; eso sí, creo que ser auténtico es buscar siempre algo que uno no alcanza.

Yo miento mucho. Pero miento en las cosas pequeñas, es curioso, en las cosas que no tienen importancia, digo mentiras tontas; te dije que el lunes es el cumpleaños de mi madre, pero no es así, es el cumpleaños de una de mis nietas. No sé por qué te dije eso. Quien no miente es la poesía, ¿cierto?

Entre mis temas recurrentes están el mar, el tiempo y el color, desde el primer poemario hasta el último. Y algo más, el equilibrio, la forma no es la clásica (...) Tengo la absoluta preocupación de ordenar. No creas que es un orden formal, pero sí de poner las cosas en sus lugares, en los lugares que yo creo que deben de estar; soy arbitraria también. Tengo una gran necesidad de saber dónde están las cosas, no puedo vivir en el caos. ¿Sabes por qué? Tal vez porque mi esencia es caótica, la única manera de alcanzar una dureza, una permanencia dentro de mí es ordenando mi entorno. Tengo una gran capacidad de delirio y de locura, que tienen todos los seres humanos que piensan; sin embargo, yo creo en el orden. Me gusta controlarlo todo y a la vez tengo un gran autocontrol, yo creo que sí.

Un psicoanalista amigo mío, un hombre brillante, Max Hernández, me dijo que yo era más padre que madre. Qué curioso, ¿no?

Te confieso que recién cuando tengo hijos tengo sentimientos estables y legítimos; compromisos realmente. Antes no, tan era así que podía estar muy enamorada, lo he estado, amar mucho a algo o a alguien, sin embargo todo era digamos no necesariamente efímero, pero no era permanente, era algo que podía pasar. En el caso de los hijos es diferente, los hijos me dieron una gran estabilidad, me colocaron en un lugar en la naturaleza y tal vez en mi mente también.



Es probable que la pérdida de mi hijo Lorenzo algo me haya cambiado, no lo sé con exactitud. Es tal el contacto con el escándalo, con el horror de la muerte. ¿Quieres que te diga una cosa? Aunque suene escalofriante, casi no me sorprendió. Eso es terrible, porque es algo que yo esperaba. Creo que hay que esperar esas cosas terribles, ese es el destino en la vida, pero no lo esperaba evidentemente. A la última persona que hubiera esperado que le sucediera era a uno de mis niños.

¿Que cómo me autopercibo? Es una pregunta difícil. Creo que mi sensualidad y mi sexualidad controlan mi inteligencia de alguna manera, de veras creo eso. Te diré la verdad, el humor negro, todos esos elementos existen en mí, es parte de mi idiosincrasia, de mi forma de ser, pero creo que no soy en absoluto inteligente cuando escribo poesía. Es una cosa absolutamente de intuición y no sé cómo lo hago, indudablemente es un conocimiento que he adquirido (...) Funciona cuando trato los adjetivos, cuando repito cosas, cuando uso algunos silencios y ciertos elementos. Cuando me releo me doy cuenta de todo esto.

Yo he sido una mujer muy seductora. A veces me miraba en el espejo y me encantaba, ese brillo de la mirada. Hasta que no me gusté más. Cuando era joven e iba a las fiestas, me fijaba en el hombre más guapo de la reunión, y ¿puedes creerlo? enseguida estaba al lado mío y me invitaba a bailar. Pero siempre resultaban tan aburridos...

No me gustan las mujeres pero tampoco me gustan los hombres (...) Odio a los hombres con las uñas arregladas, me horroriza la idea de que una mano así me toque. Es extraño, pero cuando era joven y vivía en París, me gustó un hombre pequeño, feo, con una pelusa en la cabeza y gotas de sudor sobre el labio. Yo no podía creerlo, qué me está pasando, pero me gustaba, tenía algo.
(...) Mis mejores amigas son mujeres que no tienen que ver con la literatura. Hay pocas, pero viejas amigas, otras mucho más jóvenes que yo; me resulta más fácil.

Yo no digo lisuras, pero ahora me gustaría decir: Carajo. ¿Ustedes dicen carajo? Quiero irme al quinto coño. No quiero despedirme de nadie, odio las despedidas.
Voz celebrada en todo el mundo




Es una de las voces poéticas más importantes en América Latina. Blanca Leonor Varela Gonzales nació el 10 de agosto de 1926. Ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en 1942 para estudiar Letras y Educación. Allí conoció a Sebastián Salazar Bondy, Javier Sologuren, Jorge Eduardo Eielson, más adelante con esos compañeros integrarían la Generación del 50. En 1946 conoce a quien sería su esposo, el pintor Fernando de Szyszlo. Por esos años asiste a las tertulias de la Peña Pancho Fierro de Alicia Bustamante. En 1949 viaja con Szyszlo a París, donde entraría en contacto con la vida artística y literaria de la mano de Octavio Paz. En 1960 regresa a Lima para establecerse definitivamente. Tuvo dos hijos: Vicente y Lorenzo. En 1996 fallece Lorenzo en un accidente aéreo. Ganó el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.

Un libro esperado. Nadie sabe mis cosas. Reflexiones en torno a la poesía de Blanca Varela, de Mariela Dreyfus y Rocío Silva Santisteban, será presentado mañana a las 7 pm. en el Congreso de la República. Allí figuran las entrevistas de Rosina Valcárcel y de la venezolana Yolanda Pantin.





"...Qué bueno que en este invierno callado de tu vida, cada vez más gente lo sepa también, y te lea, te quiera, te premie y reconozca en ti toda la inmensa sabiduría, talento y humanidad generosa que has contagiado a tu alrededor, con que has escrito y vivido la poesía".


Mario Vargas Llosa



"Su poesía no explica ni razona. Tampoco es una confidencia... Es una piedra negra tatuada por el fuego y la sal, el amor, el tiempo y la soledad. Y una exploración de la propia conciencia".


Octavio Paz



"Nos acerca a la historia literaria, a los grandes caminantes como Basho, a los simples viajeros y navegantes, y también a sí misma, pues para llegar a ser joven –dice la poeta– se necesitan muchos años".

Carmen Ollé



"Huyendo de las academias o los oropeles del mercado, ha urdido una obra lúcida y estoica, cuyo propósito fundamental es transmitir al lector el aprendizaje de la muerte en medio de la voracidad de la vida".


Rocío Silva Santisteban


"Yergue su poesía en legítima defensa contra las coartadas del sentimentalismo, y el ámbito familiar y los ritos sociales que enmascaran y asfixian la naturaleza humana".


José Miguel Oviedo




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