Por Darwin Bedoya
¿Hay en la genialidad del poeta gérmenes de locura?, ¿qué se puede esperar, al fin y al cabo, de un poeta o de la poesía misma?, ¿vale, siquiera un bledo, la poesía en estos tiempos?, ¿para qué sirve la poesía? Cuando a un niño le preguntan: ¿Qué quieres ser cuando seas grande? Lo más seguro es que dirá Doctor o Presidente o Ingeniero; estamos seguros que jamás de los jamases responderá «yo quiero ser poeta» y, sin embargo, los poetas no son pájaros extintos. No son esa «rara avis» que se encuentra solamente cuando la luna refleja, por milenio una sola vez sobre la escarcha de una hoja de malvas y se puede ver un sacudimiento de plumas brillando sobre la piel de un ciervo, esa luz que precisamente por error brincó por allí, no. Los poetas están aquí, en cada palabra, en cada silencio.
La poesía puneña como cualquier otra poesía en el Perú, Latinoamérica o el mundo ha vivido y vive su propia metamorfosis. Ha tenido sus cambios y regresos. Sus altas y bajas. Sus luces y sombras. Sus ovejas negras y sus habitaciones de marfil. Para de algún modo entender este proceso quisiera hacer un breve detenimiento sobre un momento importante de nuestra poesía: «La promoción intelectual Carlos Oquendo de Amat» integrada esencialmente por Omar Aramayo, José Luis Ayala, Percy Zaga, Gerardo García, Gloria Mendoza y Serapio Salinas, particularmente quiero detenerme en la poesía de Percy Zaga Bustinza (Puno, 1945), profesor y promotor cultural, pero, sobre todo, poeta y narrador; tal vez el más descollante de este momento literario de la poesía puneña.
Después de que los aullidos lautreamonianos, los sollozos verlinianos, los arcanos mallarmeanos cerraran el s.XIX, tuvo que suceder que años después Guillaume Apollinaire abriera con «Alcoholes» (1913), la nueva poesía contemporánea. Sin embargo T.S. Eliot retomaría aquel reducto de erudición y pureza que Mallarmé dejó abierto desempolvando páginas desde la Biblia hasta Baudelaire para crear uno de los monumentos literarios de la poesía del s.XX. Es desde este siglo que la poesía peruana empieza a tener un nuevo rumbo estético, descoyuntural y perecedero: aparece el simbolismo y las vanguardias y es desde este espacio que el poeta Zaga toma como espacio o punto de referencia su poética signada por cierto espíritu vanguardista que va cubriendo como un manto casi toda su obra poética; sin embargo, como dijera Omar Aramayo, en su poemario «Mi ciego, mi gallo y tú» (2003), hay cierto «ligero golpe de timón» que radica esencialmente en un quiebre de su exaltación temática anterior (A diferencia de buena parte de nuestra poesía más reciente, nosotros habremos de contar con la manera de cómo ha sido construida la conciencia de cada lector. Después de sus poemas de corte social, ha aparecido un nuevo poeta en Zaga que, a pesar aún de tener un «nuevo rumbo», no ha dejado del todo su sino anterior, lo conserva como una bandera), para mostrarnos una nueva impronta que más concierta con la prédica de lo que rezaba Bataille: potencialización de la sorpresa y del misterio de lo cotidiano en la voz.
En este conjunto de versos reunidos en «Mi ciego, mi gallo y tú» se puede percibir una cierta violencia semántica en el sentido de asumir las imágenes con un signo concreto, en esa especie de dureza con que va fluyendo el discurso del yo poético. ¿Acaso un malditismo secreto?, ¿acaso una poesía en clave?, ¿quizá una leve sombra de crítica social e ideológica?, ¿tal vez un presagio o una ironía de erotismo gastado en el tintero…? Posiblemente con este conjunto de poemas el autor de «Mi ciego, mi gallo y tú» sea un poeta «rupturista» en la inmensa calma y lirismo de la tradición poética puneña. Tal vez, en cuanto al tema, «Falo» de Armaza sea un pequeño referente. Pero no por eso la poesía de Zaga deja de tener un temperamento, una fuerza incólume que de por sí gravita en un enunciado expresamente cabal. No es éste el típico libro que el mandato dicta que un poeta debe escribir; ni los señoritos del amor, ni los intelectuales posmodernos. Los poemas son directos y procuran el asombro: «Róeme rata hermosa, esta entraña terca,/ este hueso duro y este ojo tuerto», la carga significativa y escrituraria de estos versos nos recuerdan que la poesía existe porque este conjunto de poemas es el alejamiento de la calma y la parsimonia para entrar en una turbulencia de música más deslumbrante donde el autor proclama la autonomía absoluta de la escritura, de la poesía. El proyecto tácito de «Mi ciego, mi gallo y tú» parece ser hacer poesía y hablar poesía con lo que no se dice y no se habla o con lo que todos saben y no lo quieren decir, a través de poemas que reafirman en cada trazo el gesto de quien no cesa de pertenecer a una tradición que llamamos vanguardia. Al autor de este conjunto de textos no le hace faltar luchar con el lenguaje, no obliga a la palabra a ser y decir algo que no figure en su sentido estricto.
Luego de haber publicado «Poemas» (1998), su mejor poemario vanguardista a nuestro juicio; la poesía de Percy Zaga guarda siempre un orden de reserva, que atrae, a su vez, la demora de quien mira, lee, escucha, como una reverberación de esa misma atención que el poeta pone en juego; espejo que no termina de atrapar el reflejo cuando ya está proyectándolo bajo otra luz, el poema conserva su impulso oracular, su apetencia de entrar en el tiempo creando atajos que desarticulan la sucesión de la cronología y el ritmo de la vigilia: «Mi sueño y tu sueño y el sueño de/ los justos/ para convertirlo en trizas de cartón/ o en botes de papel para los niños.»
Si la renovación de la estructura poética se debe fundamentalmente a Poe, Whitman y Dickinson con la difusión de versos libres, también hubo otra revolución que surgió, como señalé líneas arriba, con los simbolistas y añado algunos más: Verlaine, Nerval, Rimbaud, Laforgue, Lautrèamont y Valèry. Sin olvidar obviamente a Rilke o a Yeats. No podemos dejar de mencionar la valía inmensa que adquiere la vanguardia en Carlos Oquendo de Amat y, en consecuencia, en la poesía que escribe Zaga. No podemos olvidar el surrealismo de Breton, Apollinaire, Aragón o Eluard y el lacerado grito de Artaud que trasladarían el eje, ubicado en la razón cartesiana, a la razón de la irracionalidad, esa aparente paradoja. Tampoco el imaginismo de Eliot o Pound, el hermetismo vanguardista de Ungaretti, Saba, Montale o Quasimodo, la poesía soviética de Esenin, Pasternak, Evtuchenko (leída ampliamanete por Zaga, tanto o más que la del mismísimo Vladimir Maiakovski), Ajmátova o Mandelstam, la vanguardia española de Aleixandre, Cernuda o Hernández, el alemán Hesse, el griego Elytis, el inglés Dylan Thomas. Tiene su propia importancia el neorrealismo italiano de Pavese, los estadounidenses Frost, Stevens, Williams o Marianne Moore, los hispanoamericanos Vallejo, Neruda, Paz, Huidobro o Parra, el portugués Pessoa, los brasileños Drummond de Andrade o Bandera; es decir, aquí confluyen las distintas vertientes que conforman decididamente una nueva poesía que pasará por los años como por los siglos y la mencionamos porque de ella bebió la poética del ignoto «leader» intelectual de «La promoción intelectual Carlos Oquendo de Amat».
Finalmente, la poesía de Zaga nos confirma, una vez más, lo que decía Robert Duncan: «La poesía es un acontecimiento, no el registro de varios acontecimientos.» El tiempo. Los tiempos, el tiempo, los tiempos. Sí, aquí hoy a la poesía no se le otorga un pelo de importancia. Pero la poesía nunca ha necesitado de nadie para ser ella. Ni siquiera de mujeres para ser ella. Pero ella se acuesta aquí, desayuna aquí, lava su ropa aquí, amamanta aquí, se procrea aquí, vive aquí, enjuga sus lágrimas aquí, agoniza aquí y no morirá nunca aquí ni en ningún lugar. Sin embargo, debería inquietarnos lo altamente inofensiva y lenta que resulta la poesía actual. Todo parece confirmarnos que nuestra última poesía carece por completo de temperamento. Inmune al asombro, parece que se escribiera en un tiempo formado sólo por consecuencias y sueños bajo la luz de la luna. La poesía no se sacia en nadie ni con nada. La poesía es un secreto que todos saben. Entonces ya no es un secreto, claro. Para mayores señas, concluyo con estas palabras de Quique Falcón: «Apenas hemos comenzado a explorar las bases de las nuevas estructuras de nuestro tiempo, y los poemas de nuestros valores juveniles nacen, desde el comienzo, completamente saciados.»
Dos poemas de Percy Zaga (*)
IV
A este nuestro largo grillo
que tanto con su cola blanca
osa quitar al sol su luz y que luego
en la mañana destruye con su aliento
mi sueño y tu sueño y el sueño de
los justos
para convertirlo en trizas de cartón
o en botes de papel para los niños.
Grillo! Le digo
le cierro un ojo, le limpio la calva,
le meneo los pelos de mi cola
y le tuerzo la lengua hasta que
muera.
El grillo lee luego el diario,
come los bizcochos de mis niños
se lava los pies en agua limpia
y pregunta por la hora exacta
ah! Grillo mío, tan feo, tan bueno,
tan tierno
como llegaste has de morir
solo y colgado de una crin.
V
Róeme rata hermosa, esta entraña terca,
este hueso duro y este ojo tuerto,
y estos brazos tiesos que aguardan
la madrugada imposible que añoran.
Consume en tu pira mis huesos,
tritúralos y sus cenizas hecha al río más hondo;
cabalga de tu bestia, sus cascos en mi vientre,
y enmadeja mis entrañas en tus crines.
Destruye mis cabellos, quema mi boca,
golpea mi lomo, castiga mis plantas,
mis venas destroza y ultima mi sexo,
mátame diez, veinte, cien mil veces…
y deja que los buitres devoren mis carnes…
Pero no toques nunca más, oh, rata
oh, dulce, tierna y añorada rata mía
no toques nunca más mi pecho,
ni controles los mal latidos de mi corazón.
(*) Textos de «Mi ciego, mi gallo y tú»
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PUBLICADO EN EL DIARIO "LOS ANDES" 22-03-09
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