Escribe: Alfredo Herrera Flores
Sabido es por todos, y reconocido, que la literatura puneña es una de las que más ha aportado e influido en el proceso cultural de nuestro país. En general, todas las manifestaciones culturales que se han generado en el territorio del altiplano, desde la danza y la música autóctona hasta la cosmovisión, el pensamiento y el arte, son importantes para entender el espíritu de los peruanos. Precisamente esta es una de las razones por las que la aparición de cualquier estudio de interpretación de la cultura puneña provoca expectativa y, en consecuencia, polémica.
La aparición de Aquí no falta nadie, antología de la poesía puneña (Grupo Editorial “Hijos de la lluvia” & LagOculto editores, Juliaca, 2008) no es la excepción. Su autor, Walter L. Bedregal Paz, ha seleccionado a veintiún escritores del siglo veinte bajo un criterio muy general que ha llamado fractalidad. En los primeros párrafos de su estudio introductorio explica que este término deviene más bien de un razonamiento que relaciona un texto mayor (hipertexto) con uno menor, o posterior, o que se corresponde (hipotexto).
Sin embargo, el término fractalidad no es tan antiguo como dice el autor. Aparece en la década del setenta del siglo pasado en una teoría matemática del franco polaco Benoît B. Mandelbrot, con la que explica que una figura geométrica o estructura compleja se puede repetir de manera idéntica a diferente escala. Si bien se trata de una teoría abstracta, su concepto se ha extendido a otras ciencias y técnicas, como la digitalización de imágenes, donde en un plano finito y concreto puede haber repeticiones infinitas.
En esta lógica, el autor de la antología deja entender que cualquier texto literario tendría la suficiente validez como para ser considerado como una continuidad en un espectro común, o fractal; pero, al mismo tiempo, la condición abstracta de la teoría le da al autor, o científico, de “escoger” las regeneraciones o rediseños de la literatura de Puno, que sería el modelo fractal que nos ocupa.
Esta debe ser la explicación por la que Bedregal ha escogido a los veintiuno de su preferencia, dejando al margen (como finalmente debe ser al tratarse de una antología), lo que los lectores habrían hecho en su lugar, aunque no precisamente lo que puedan pensar los lectores.
Pero la antología de Bedregal ha levantado más que polémicas, más allá de su buen gusto o no, del buen o mal análisis de la obra escogida, ha provocado una suerte de huracán que atrae a su centro a todos los actores de su empresa (antologados, no antologados, lectores, críticos, estudiosos y curiosos) y desde el ojo de ese huracán cada quien opina sobre si la mirada de Bedregal fue la correcta. Y el libro en sí, será sometido a la mirada fractal de cualquier otro estudioso, que busque explicaciones técnicas, éticas o estéticas a la poesía escrita alrededor del lago.
El huracán va a pasar y a su paso ha de dejar destrucción y desolación, y habrá quienes lo hayan visto pasar desde lejos, pero todos, al final estarán expuesto a sus fuerzas encontradas, para ser expulsados de su destructivo ojo por la fuerza centrífuga o ser tragados hasta la desaparición, como cuando se resume el agua al abrirse el tapón del fondo. ¿A qué le temen los que están y los que no están tras esa puerta que Bedregal intenta cerrar luego de salir del siglo veinte, o entrar al siglo veintiuno?
Estoy seguro que ninguno de los autores seleccionados por Bedregal ha escrito sus poemas con la esperanza de ser considerados en alguna antología, grande o pequeña, sino que han salido desde el fondo de sus complejas almas para garantizar la sobrevivencia de sus cuerpos, para rozar la felicidad, para redimirse, para alcanzar la libertad, o por el contrario, recordando las duras palabras del atormentado Juan Carlos Onetti para una “dulce condenación”.
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