Escribe Teresina Muñoz-Nájar
Los tenía guardados Mario Cárdenas, amigo de Humareda y compulsivo comprador de sus cuadros. El es dueño, por cierto, de un memorable boceto de "El quirófano". Divertida escena de un suceso más bien trágico en la cual el maestro se retrata a sí mismo sobrepasándose con una enfermera. Una clara demostración del humor que siempre lo acompañó. Inclusive al enfrentarse con la muerte.
Según Cárdenas, cuando Víctor Humareda dejó Neoplásicas, en 1984, fue directamente a la casa de Ivette Taboada, en la Quinta Heeren. Allí, en pocos segundos, trazó la primera versión del que sería uno de sus últimos cuadros. Al mostrárselo a la amiga, ésta exclamó: ¡Inmoral!, palabra que quedó grabada al pie del dibujo. Sin embargo, Humareda quiso ser más explícito y detrás del bosquejo anotó: "Vi a una compatriota suya, le vi las piernas y dije: creo en Dios. Carmen Sevilla. Me puse un espejito en el zapato. Salem dijo que no es grave. Ojalá".
Picardía de Víctor Humareda hasta en su lecho de enfermo. Se trata de uno de los bocetos de su cuadro "El quirófano" (al lado). "Un hombre capaz de pintar a la muerte con luminosa alegría como él lo hizo, forzosamente debía tener ese toque de genialidad de los grandes artistas", escribió el crítico Luis E. Lama en 1986, a propósito de la desaparición del pintor. A la izquierda, Boceto de arlequín que aparece en la tapa de una de sus libretitas y óleo "Arlequín sentado".
En abril de 1985, Humareda ocupa toda una libreta en observaciones sobre las elecciones presidenciales. Dibuja obsesivamente la bandera de Izquierda Unida marcada con una "x" y los números de su libreta electoral. Se preocupa: "Julio Garró me ha dicho que si sale Barrantes puede ocurrir lo mismo que en Chile con Allende". Al parecer, fue elegido miembro de mesa en el Bausate y Mesa dónde le tocó votar: "Me humillan pidiéndome un certificado médico para darme la exoneración", escribe.
Entre 1981 y 1982, cuando aún no se le había detectado la enfermedad que le robó la vida, sus apuntes eran inagotables. En realidad anotaba de todo. Los pagos que le hacían por sus pinturas, lo que le debían y hasta su encuentro con posibles compradores: "Cualquier jueves de 4 a 8 vendrá un señor Gómez con Julio Enrique Oviedo a comprarme un cuadro". Cada dos o tres carillas, el reporte de la ropa interior que dejaba tendida en la azotea del Hotel Lima: "Secando en la azotea: un par de medias, un calzoncillo, un bibidí". De pronto, un estallido de ironía: "Presentarme ante Delfín como el difunto Matías Pascal". Siempre, alguna alusión al amor de su vida:"Ya no me conformo con Ivette ni con Nelly ni con Elizabeth, quiero a la verdadera Marilyn Monroe". ("Mi otro amor es el color violeta que me esfuerzo por dominar", le contestó en una entrevista a Juan Gonzalo Rose).
Compartía su soledad -"la soledad me ha moldeado como ha querido"- con los seres que amaba: "Si mis amigos son Rembrandt, Ticiano, Goya y Velásquez ¿para qué quiero más?". Pensaba en su muerte: "Poetas del Perú cuando yo esté bajo tierra ya consumido por el tiempo, reúnan todos mis huesos y préndanles fuego". Bailaba en solitario: "Yo no creería en un dios que no sepa danzar". Recordaba al pintor admirado: "47 años vivió Sérvulo Gutiérrez". Bromeaba: "De lunes a viernes no hago nada. El sábado y domingo descanso".
Lo cierto es que el genial pintor de Lampa, el hombre que habitó un mundo poblado de arlequines y quijotes, el que se conmovió tanto por las injusticias de esta tierra, jamás descansó. Vivió por y para la pintura. Y lo que es más importante, lo hizo con humor.
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