De acuerdo: las editoriales españolas, que gozan de mejor distribución en México que las latinoamericanas, siguen representando un visto bueno irritantemente necesario para que prestemos atención a ciertos autores. Es un hecho: aparecer en una antología española pesa más, en la notita curricular, que aparecer en una salvadoreña. Por si fuera poco, las antologías made in Mexico se publican bajo sospecha: de amiguismo, de intercambio de favores, de sesgo ajeno al puro lirismo puro. Y las que se hacen del ecuador para abajo son, en principio, demasiado radicales para el “buen gusto” mexicano: medusarios, neobarrosos, trasplatinos... Estas serían, a grandes rasgos, las peores razones para atender Cuerpo plural. Las buenas: que a pesar de ser una antología nutridísima, no se trata de un censo poético ni de un inocuo “panorama”. Tiene una intención, un prólogo que modifica la lectura de los poemas –y los poemas, entre sí, se modifican. Incluye a una generación, los poetas nacidos en los años setenta, que no se había tomado en cuenta en antologías anteriores. Me detengo un poco en esto: la inclusión de los poetas más jóvenes (pienso en Alan Mills, en Héctor Hernández Montecinos, en Jorge Vessel, los tres de 1979) no es un capricho ni una cuota: ayuda a comprender el resto de la selección, la redondea, le confiere matices. Los autores más recientes no son solo un puerto de llegada, un predecible desenlace de una tradición que ya los anunciaba; son también los artífices de una obra que afecta a esa tradición, que obliga a leerla de otro modo.
Hay aquí nada menos que 58 autores. Un cuerpo plural, sí: de temas, de recursos formales, de registros, de procedencias. Pero, con todo, Gustavo Guerrero (Caracas, 1957) rastrea un argumento en la diversidad: “es éste, en su conjunto, el primer grupo de poetas hispanoamericanos que se forma y se da a conocer en el período inestable de rupturas y transiciones que sigue a la caída del paradigma moderno”. La principal característica del nuevo modelo: no existe ya un concepto unitario de poesía. En el prólogo se habla, una y otra vez, de una “atomización y diversificación” de ese concepto. Aunque a pesar de esta atomización se pueden encontrar algunas confluencias. Por ejemplo, la “crítica de la sacralización moderna de la poesía”, intención que predomina en buena parte del volumen. En esta línea caben autores tan diversos como Tedi López Mills o Eduardo Chirinos, Daniel García Helder o Sergio Parra, León Félix Batista o Fabián Casas, Julio Trujillo o Yanko González. Pero también hay otros para quienes la desmitificación no es tan importante como la búsqueda de una nueva, personalísima trascendencia; el ideal moderno (el poeta como antena de emisiones radiofónicas sublimes) no es definitivamente descartado, pero trastoca sus referentes y sus modelos enunciativos: ahí están Patricia Guzmán, Edwin Madrid, Rocío Silva Santisteban, Otoniel Guevara y el ya mencionado Hernández Montecinos.
Una de las diferencias fundamentales que guarda Cuerpo plural respecto de otras antologías es que parece leer la poesía no desde la infértil endogamia crítica que tantas veces caracteriza a las muestras de este tipo, sino en relación con otros géneros literarios y, más aún, con una visión panorámica de la literatura latinoamericana actual que el antólogo domina a la perfección. Gustavo Guerrero, ensayista agudo, se mueve entre poetas con la misma soltura que entre narradores (acaba de publicar en Gallimard, junto a Fernando Iwasaki, Les bonnes nouvelles de l’Amérique latine / Anthologie de la nouvelle latino-américaine contemporaine) y esta solvencia se nota tanto en su prólogo como en la selección: hay una perspectiva, un enfoque que ayuda a entender la poesía como un producto cultural anclado en el tiempo y en el espacio. Esto, que podría sonar a obviedad, es un punto de partida infrecuente entre muchos críticos, que prefieren renunciar al esclarecimiento de la obra en provecho de una chata prescriptiva o de una mistificación del poeta y sus labores.
En otras palabras, la de Guerrero es una crítica coherente con la pluralidad de su selección. No se acerca a los textos con una idea previa de lo que deberían ser, sino que les permite sugerir su relación con el momento histórico. Así lo deja ver hacia el final de su prólogo: “A la manera moderna, todavía se sigue esperando que un poema nos conmueva, sentimentalmente hablando, cuando hoy, como ayer, la poesía es capaz de hacer muchas otras cosas: interpelarnos, asombrarnos, dejarnos perplejos, hacernos reír, hacernos pensar, suscitar disgusto, alegría o rechazo. También a la manera moderna, aún se alzan voces para decir que esto o aquello no es poesía, cuando el problema hoy es justamente el de su indeterminación conceptual.” Tiene Cuerpo plural algunos nombres que son casi obligados para entender la poesía en español de los últimos años (Antonio José Ponte, Fabián Casas, Damaris Calderón, Germán Carrasco, Luis Felipe Fabre) y otros que por la escasa difusión de su obra era casi imposible haber leído antes; entre estos últimos, hay lo mismo decepciones (el hondureño Fabricio Estrada) que hallazgos importantes (el dominicano Frank Báez). No sorprende encontrar más poetas (y con más textos cada uno) de Chile, Perú y Argentina, países cuya lírica se adelantó, en cierto modo, al cambio de paradigma. No faltará quien añada nombres y proponga enmiendas, pero lo importante es no perder de vista el afán inclusivo del antólogo (quien se lamenta de no poder añadir, por ejemplo, soportes multimedia) y la nota de indudable optimismo con que entiende el presente poético, sin juzgarlo desde el templete siempre fatigoso de las glorias pretéritas: “quizás lo más difícil de entender sea que el fin del sistema moderno no obsta a que la poesía siga siendo hoy, a principios del siglo xxi, no sólo uno de los instrumentos de medición más reveladores del presente, sino además uno de los espacios críticos más creativos, independientes y radicales de nuestra cultura”. La selección preparada por Guerrero confirma este diagnóstico y lo rebasa.
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