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Mario Guevara, del pesimismo a la esperanza, pasando por la nostalgia
Por: Alfredo Herrera Flores
“Guevara vuelve” podría decir un graffiti en cualquier pared de nuestra ciudad, por supuesto no en las maravillosas piedras de la zona imperial, pero sí en algunos muros revestidos de yeso y mal pintados de Santiago, Wanchaq o San Sebastián, o en los baños de algún bar del centro, de los muchos que hay en esta ciudad donde se puede contar una historia distinta en cada esquina, en cada puerta. Y, efectivamente, esta frase era repetida cada vez con mayor seguridad por amigos en conversaciones casi íntimas, pues Mario Guevara no había publicado un libro en varios años y nos estábamos acostumbrando a verlo solamente tras la edición de la revista “Sieteculebras”, que más que una mención merece, creo, mucho más reconocimiento del que se le tiene, o impulsando alguna actividad cultural o viajando y llevando y trayendo libros. Entonces, ya sabíamos que Mario volvía. Pero estábamos hablando también de las paredes de esta ciudad, pequeña coincidencia, pues Mario también apellida Paredes. Bueno, hablo entonces de los muros, de las calles, de las mismas calles por las que un policía va de bar en bar, tratando de ahogar sus penas y soledades, hasta tropezar con un colega que hace el mismo camino casi por las mismas razones. Estos caminos los llevan a bares como el “Wiphala”, en la calle Heladeros, y a una misma habitación, a un mismo lecho, a una misma mujer, solo que la mujer es de uno de ellos.
Esta es una de las historias con las que Mario Guevara vuelve, y con sus historias, o en sus historias, también vuelve la ciudad, Cusco, el ombligo del mundo, la imperial, la capital arqueológica, la cosmopolita y al mismo tiempo la provinciana, la tradicional. Creo que esta es una de las primeras ideas que se debe destacar del volumen de cuentos “Usted, nuestra amante italiana”, que se publica en el sello Estruendomudo. La ciudad pasa de ser un escenario a convertirse en un personaje secundario, que asume personalidad e influye en las emociones y acciones de los protagonistas; al mismo tiempo, y gracias a la precisa escritura de Guevara, la ciudad establece un lazo con el lector, en primera instancia con el lector cusqueño, que fácilmente reconoce la calle Mantas, Desamparados o Tecsecocha, donde antes o después, tarde o temprano, también tiene una historia que contar; y muy probablemente genere la misma relación con el lector foráneo, que verá en esos nombres mágicos o impronunciables el velo de misterio que se respira en cada plaza, cada esquina, cada patio y cada calle empedrada de esta ciudad.
Ya en su famoso libro “Cazador de gringas y otros cuentos”, publicado en 1995, Mario Guevara puso a la ciudad en el primer plano de la atención literaria nacional, gracias a un personaje que, mientras iba detrás de las gringas, recorría estas calles bohemias, bailables, humeantes y jadeantes. Es cierto que otros autores también habían hecho de la ciudad su personaje y su escenario, lo siguen haciendo, pero la fama, como la de La Mancha gracias a El Quijote, la hace el caminante, aquel personaje que va de un lado a otro, entrando y saliendo de sus callejones, solares, casas, templos, mercados, edificios, bares, prostíbulos y oficinas públicas, en ese orden. La ciudad de Guevara es la ciudad que vemos, o hemos visto. No es una ciudad ideal o descrita con romanticismo, tampoco es una ciudad criticada o exaltada por sentimientos de revancha o chovinismo, es una ciudad vista con los ojos de personajes distraídos, despreocupados, ensimismados, interesados en sus propios problemas, caminando por sus calles con el encargo y la carga que el autor les ha impuesto en su febril delirio de creador.
Destaco un breve ejemplo de la manera tan espontánea y natural con que los narradores de las historias de este libro se refieren a Cusco. En el relato “Janos, el hombre que corrigió a André Breton”, el narrador, muy probablemente el propio Guevara, cuenta una anécdota sucedida en el bar “Carlitos, debajo del puente Pichincha, en el centro de Quito”, y cuando un personaje se entera que el narrador es cusqueño dice: “éste, al saber de dónde provenía, empezó a hablarme del Perú, en especial de Cusco, donde vivió un tórrido romance con una gringa que conoció en el tren a Machupicchu”. Estas dos frases demuestran que, sin necesidad de hacer exhaustivas y detalladas descripciones, se nos puede mostrar el espíritu de la ciudad. Primero Quito y luego Cusco, ambas relacionadas con la historia, arquitectura y vida bohemia. Luego de demostrar esta relación intrínseca, se menciona directamente a Cusco, la que a su vez es reconocida por Machupicchu y mejor recordada por las historias secretas e íntimas que en sus calles, plazas, bares o alrededores se originan, producen, promueven y mueven. Lo interesante es que cualquier lector podrá, inmediatamente, recordar la ciudad, algún bar, una calle, el tren, Machupicchu o una gringa, en otros casos un gringo. Demás está reiterar que el ejemplo es mínimo, en estas breves historias el lector podrá encontrar muchas calles, esquinas y plazas, pero sobre todo bares y cantinas. Todas, calles y cantinas, son fáciles de reconocer y, por supuesto, recordar.
En segundo lugar me quiero referir a los personajes. Un policía fracasado acepta el encargo pagado de seguir y espiar a un marido infiel, cuando está por resolver el misterio la sorpresa para el policía es mayúscula y desastrosa. Un hombre agobiado por el alcohol recuerda a la chica más bonita del barrio y luego la encuentra en el Takuchi, emborrachándose con borrachines de mala vida. Un hombre, envalentonado por la borrachera, decide declararse a la mujer que le ha quitado el sueño por mucho tiempo, pero cuando toca a su puerta aparece otra persona. Un poeta fracasado escribe en las sucias mesas de los bares de Quito un cuaderno de poemas, plagiando a Breton. Un hombre, cegado por la borrachera, pide ayuda a su amigo para asentar una denuncia por asesinato en la comisaría de Wanchaq, la víctima es su mujer. Una mujer, ofendida porque su hombre la llamó enana, decide deshacerse de él mientras duerme la borrachera, no se imaginan cómo. Otro policía, le confiesa a su colega muerto, los pormenores de la infidelidad de su mujer.
Así, los personajes de esta ciudad, sumidos en la frustración, el desengaño y la ruina, recorren los bares de esta ciudad más bien majestuosa, solemne y admirada, generando un contraste bien logrado. Los personajes, apenas nombrados por sus primeros nombres y en otros casos anónimos, transmiten una sensación de abandono moral que, si bien puede interpretarse como un llamado de atención a los problemas sociales que nos aquejan, en realidad son solamente espejos que reflejan una condición humana que queremos esconder. No me atrevo a suponer que esa decadencia, pesimismo y desesperanza que se lee en los cuentos de Guevara sean manifestaciones de los demonios, sueños u obsesiones del autor, por el contrario, creo que debería haber una lectura entre líneas, en la que podremos descubrir la esperanza y emoción de que lo vivido sea el impulso a una nueva vida. Así se cierra el libro, precisamente con el cuento que da título al conjunto.
Este es el tercer aspecto que quiero comentar. Los temas y argumentos de las nueve historias son simples, nada complejas, se trata de anécdotas comunes a la vida de personas que tienen como principal encargo, divino y terrenal, vivir. Estoy seguro que muchos lectores han tenido anécdotas similares o escuchado las mismas historias de boca de amigos y familiares, y creo que este es, tal vez, el mayor resultado literario de esta etapa de Guevara, hacer de la vida común y corriente una pequeña obra de arte.
El cuento “Usted, nuestra amante italiana”, es un emotivo monólogo, una narración en primera persona de alguien que, pasado el tiempo, decide repasar silenciosamente la historia de su adolescencia, y la de los amigos que aún se reúnen para beber un copa de vino, y celebrar el amor platónico por la actriz italiana Laura Antonelli, famosa entre los jóvenes por la película “Malicia”, esa llena de picardía, sensualidad y erotismo que podía desquiciar a cualquiera.
Entre paréntesis: les cuento que hace unas semanas, alrededor de una mesa, brindando con cerveza, entre amigos que conocen a Mario y hablando de su retorno literario, tratábamos de recordar el título del cuento y, por supuesto del libro, tampoco recordábamos el nombre de la actriz, pero en ese ejercicio de adivinar nombres y títulos (incluso hicimos llamadas a otros amigos), lo que sí recordábamos con claridad y precisión eran las escenas de la película y los atributos de la Antonelli. Uno de los que contestó el teléfono dijo: “sí, sí, la de la película Malicia, la que se subía las medias suavemente, pero no recuerdo su nombre”. Es seguro que ese amigo, como el protagonista del cuento, se dio tiempo para recordar, sin malicia, las veces que iba al cine para emocionarse de lejos y en la oscuridad con la italiana.
No quiero dejar de mencionar la cercanía del texto con otros notables, a los que he recordado con afecto muy personal, como “Queremos tanto a Glenda” de Julio Cortázar, por su relación con el tema del cine; “Los juegos verdaderos” de Edmundo de los Ríos, por la forma como recuerda personajes y calles de una ciudad íntima como Arequipa, y “Bajo el volcán” de Malcom Lowry, por ese olor a alcohol y piso de cantina que emana de cada una de las páginas del libro.
Guevara ha vuelto, pues, para remecernos el corazón, para tocar las fibras del recuerdo y la nostalgia, para decirnos que hay que mirarnos al espejo, no para peinarnos o afeitarnos, sino para limpiar el vapor de su superficie y descubrir nuestro verdadero rostro. Ha vuelto para decirnos que hay que fijarnos en lo que pasa a nuestro alrededor, en las calles que diariamente recorremos, en los bares que no tan diariamente visitamos y en las personas que de vez en cuando reencontramos.
Finalmente, creo que estamos frente a un buen libro, una muestra de elegante literatura, que no requiere de adornos y largas frases para emocionarnos.
Esta es una de las historias con las que Mario Guevara vuelve, y con sus historias, o en sus historias, también vuelve la ciudad, Cusco, el ombligo del mundo, la imperial, la capital arqueológica, la cosmopolita y al mismo tiempo la provinciana, la tradicional. Creo que esta es una de las primeras ideas que se debe destacar del volumen de cuentos “Usted, nuestra amante italiana”, que se publica en el sello Estruendomudo. La ciudad pasa de ser un escenario a convertirse en un personaje secundario, que asume personalidad e influye en las emociones y acciones de los protagonistas; al mismo tiempo, y gracias a la precisa escritura de Guevara, la ciudad establece un lazo con el lector, en primera instancia con el lector cusqueño, que fácilmente reconoce la calle Mantas, Desamparados o Tecsecocha, donde antes o después, tarde o temprano, también tiene una historia que contar; y muy probablemente genere la misma relación con el lector foráneo, que verá en esos nombres mágicos o impronunciables el velo de misterio que se respira en cada plaza, cada esquina, cada patio y cada calle empedrada de esta ciudad.
Ya en su famoso libro “Cazador de gringas y otros cuentos”, publicado en 1995, Mario Guevara puso a la ciudad en el primer plano de la atención literaria nacional, gracias a un personaje que, mientras iba detrás de las gringas, recorría estas calles bohemias, bailables, humeantes y jadeantes. Es cierto que otros autores también habían hecho de la ciudad su personaje y su escenario, lo siguen haciendo, pero la fama, como la de La Mancha gracias a El Quijote, la hace el caminante, aquel personaje que va de un lado a otro, entrando y saliendo de sus callejones, solares, casas, templos, mercados, edificios, bares, prostíbulos y oficinas públicas, en ese orden. La ciudad de Guevara es la ciudad que vemos, o hemos visto. No es una ciudad ideal o descrita con romanticismo, tampoco es una ciudad criticada o exaltada por sentimientos de revancha o chovinismo, es una ciudad vista con los ojos de personajes distraídos, despreocupados, ensimismados, interesados en sus propios problemas, caminando por sus calles con el encargo y la carga que el autor les ha impuesto en su febril delirio de creador.
Destaco un breve ejemplo de la manera tan espontánea y natural con que los narradores de las historias de este libro se refieren a Cusco. En el relato “Janos, el hombre que corrigió a André Breton”, el narrador, muy probablemente el propio Guevara, cuenta una anécdota sucedida en el bar “Carlitos, debajo del puente Pichincha, en el centro de Quito”, y cuando un personaje se entera que el narrador es cusqueño dice: “éste, al saber de dónde provenía, empezó a hablarme del Perú, en especial de Cusco, donde vivió un tórrido romance con una gringa que conoció en el tren a Machupicchu”. Estas dos frases demuestran que, sin necesidad de hacer exhaustivas y detalladas descripciones, se nos puede mostrar el espíritu de la ciudad. Primero Quito y luego Cusco, ambas relacionadas con la historia, arquitectura y vida bohemia. Luego de demostrar esta relación intrínseca, se menciona directamente a Cusco, la que a su vez es reconocida por Machupicchu y mejor recordada por las historias secretas e íntimas que en sus calles, plazas, bares o alrededores se originan, producen, promueven y mueven. Lo interesante es que cualquier lector podrá, inmediatamente, recordar la ciudad, algún bar, una calle, el tren, Machupicchu o una gringa, en otros casos un gringo. Demás está reiterar que el ejemplo es mínimo, en estas breves historias el lector podrá encontrar muchas calles, esquinas y plazas, pero sobre todo bares y cantinas. Todas, calles y cantinas, son fáciles de reconocer y, por supuesto, recordar.
En segundo lugar me quiero referir a los personajes. Un policía fracasado acepta el encargo pagado de seguir y espiar a un marido infiel, cuando está por resolver el misterio la sorpresa para el policía es mayúscula y desastrosa. Un hombre agobiado por el alcohol recuerda a la chica más bonita del barrio y luego la encuentra en el Takuchi, emborrachándose con borrachines de mala vida. Un hombre, envalentonado por la borrachera, decide declararse a la mujer que le ha quitado el sueño por mucho tiempo, pero cuando toca a su puerta aparece otra persona. Un poeta fracasado escribe en las sucias mesas de los bares de Quito un cuaderno de poemas, plagiando a Breton. Un hombre, cegado por la borrachera, pide ayuda a su amigo para asentar una denuncia por asesinato en la comisaría de Wanchaq, la víctima es su mujer. Una mujer, ofendida porque su hombre la llamó enana, decide deshacerse de él mientras duerme la borrachera, no se imaginan cómo. Otro policía, le confiesa a su colega muerto, los pormenores de la infidelidad de su mujer.
Así, los personajes de esta ciudad, sumidos en la frustración, el desengaño y la ruina, recorren los bares de esta ciudad más bien majestuosa, solemne y admirada, generando un contraste bien logrado. Los personajes, apenas nombrados por sus primeros nombres y en otros casos anónimos, transmiten una sensación de abandono moral que, si bien puede interpretarse como un llamado de atención a los problemas sociales que nos aquejan, en realidad son solamente espejos que reflejan una condición humana que queremos esconder. No me atrevo a suponer que esa decadencia, pesimismo y desesperanza que se lee en los cuentos de Guevara sean manifestaciones de los demonios, sueños u obsesiones del autor, por el contrario, creo que debería haber una lectura entre líneas, en la que podremos descubrir la esperanza y emoción de que lo vivido sea el impulso a una nueva vida. Así se cierra el libro, precisamente con el cuento que da título al conjunto.
Este es el tercer aspecto que quiero comentar. Los temas y argumentos de las nueve historias son simples, nada complejas, se trata de anécdotas comunes a la vida de personas que tienen como principal encargo, divino y terrenal, vivir. Estoy seguro que muchos lectores han tenido anécdotas similares o escuchado las mismas historias de boca de amigos y familiares, y creo que este es, tal vez, el mayor resultado literario de esta etapa de Guevara, hacer de la vida común y corriente una pequeña obra de arte.
El cuento “Usted, nuestra amante italiana”, es un emotivo monólogo, una narración en primera persona de alguien que, pasado el tiempo, decide repasar silenciosamente la historia de su adolescencia, y la de los amigos que aún se reúnen para beber un copa de vino, y celebrar el amor platónico por la actriz italiana Laura Antonelli, famosa entre los jóvenes por la película “Malicia”, esa llena de picardía, sensualidad y erotismo que podía desquiciar a cualquiera.
Entre paréntesis: les cuento que hace unas semanas, alrededor de una mesa, brindando con cerveza, entre amigos que conocen a Mario y hablando de su retorno literario, tratábamos de recordar el título del cuento y, por supuesto del libro, tampoco recordábamos el nombre de la actriz, pero en ese ejercicio de adivinar nombres y títulos (incluso hicimos llamadas a otros amigos), lo que sí recordábamos con claridad y precisión eran las escenas de la película y los atributos de la Antonelli. Uno de los que contestó el teléfono dijo: “sí, sí, la de la película Malicia, la que se subía las medias suavemente, pero no recuerdo su nombre”. Es seguro que ese amigo, como el protagonista del cuento, se dio tiempo para recordar, sin malicia, las veces que iba al cine para emocionarse de lejos y en la oscuridad con la italiana.
No quiero dejar de mencionar la cercanía del texto con otros notables, a los que he recordado con afecto muy personal, como “Queremos tanto a Glenda” de Julio Cortázar, por su relación con el tema del cine; “Los juegos verdaderos” de Edmundo de los Ríos, por la forma como recuerda personajes y calles de una ciudad íntima como Arequipa, y “Bajo el volcán” de Malcom Lowry, por ese olor a alcohol y piso de cantina que emana de cada una de las páginas del libro.
Guevara ha vuelto, pues, para remecernos el corazón, para tocar las fibras del recuerdo y la nostalgia, para decirnos que hay que mirarnos al espejo, no para peinarnos o afeitarnos, sino para limpiar el vapor de su superficie y descubrir nuestro verdadero rostro. Ha vuelto para decirnos que hay que fijarnos en lo que pasa a nuestro alrededor, en las calles que diariamente recorremos, en los bares que no tan diariamente visitamos y en las personas que de vez en cuando reencontramos.
Finalmente, creo que estamos frente a un buen libro, una muestra de elegante literatura, que no requiere de adornos y largas frases para emocionarnos.
Cusco, ciudad de piedra, enero del 2011
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Tomado de: http://lasillaprestada.blogspot.com/
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