sábado, 15 de enero de 2011

Relación de reflexiones acongojadas


Eduardo Moga

La poesía no sirve para nada. La poesía es un arte obsoleto, que corresponde a un estadio primitivo de la evolución de la cultura, y que sobrevive, fuera de lugar y del tiempo, en sociedades mecanizadas, indiferentes al hecho verbal.
La poesía es anacrónica y carece de sentido. El poeta resulta tan necesario en nuestro mundo como el fabricante de miriñaques.
Los poetas se consideran muy importantes, pero su importancia social es nula.
Nadie lee poesía, ni siquiera los poetas.
Muchos editores de poesía tampoco leen poesía.
Si los poetas desaparecieran, no pasaría nada.
En una comunidad hablante de más de cuatrocientos millones de personas, no habrá ni cinco mil genuinamente interesadas por la poesía.
Se escribe demasiada poesía.
Se publica demasiada poesía.
Nadie compra poesía.
Se escribe poesía porque se es infeliz. Los poetas están llenos de complejos, inseguridades y miedos. Con la poesía pretenden que los quieran más. La poesía es una gran prótesis.
La gran mayoría de la poesía que se publica es muy mala o, simplemente, carece de interés.
Muchos poetas no saben escribir. Algunos tendrían graves problemas para aprobar un examen de gramática elemental.
Todos los poetas se consideran genios.
Todos los poetas esperan que el mundo reconozca —y recompense— su genialidad.
Ningún poeta está satisfecho con el reconocimiento que obtiene. Todos piensan que el mundo no les ha dado lo que merecen. Todos creen, en cambio, que el reconocimiento logrado por los demás poetas es superior a sus méritos.
Todos los poetas esperan que los demás alaben su poesía.
Los poetas sólo se leen a sí mismos.
La incultura poética de los poetas no conoce límites.
Todos los poetas esperan que los demás poetas les regalen los libros que han escrito, pero que compren los suyos.
Las reuniones de poetas son terrarios.
Las lecturas de poesía son aburridísimas.
La gran mayoría de actos que giran en torno a la poesía —congresos, encuentros, talleres— son aburridísimos. Su único interés radica en que permiten establecer contactos que luego permitan medrar a los poetas.
La mayoría de los críticos de poesía son pésimos. Algunos son analfabetos. Muchos son poetas.
La crítica de poesía sólo se practica para beneficiar a los amigos del crítico o para perjudicar a sus enemigos. El crítico siempre tiene en cuenta sus propios intereses cuando escribe. La crítica desinteresada y objetiva no existe.
El crítico siempre habla de sí cuando habla de los demás.
Los editores subordinan con frecuencia sus decisiones a razones mercantiles que no tienen nada que ver con la calidad del texto. Muchos no saben nada de poesía.
Casi todos los editores se dedican a la edición de poesía para compensar u ocultar su fracaso como poetas. Cuando pueden, se autopublican.
Muchas revistas poéticas son obra de grupos de amigos sin ninguna relevancia literaria, que funcionan sin criterio ni profesionalidad algunos.
Casi ningún premio de poesía vale nada. La mayoría satisfacen intereses políticos, editoriales o tribales. Muchos están amañados.
Los poetas suelen integrarse en grupos, frente a los que se constituyen otros grupos. Esos grupos suelen enfrentarse ferozmente. Los novelistas no se constituyen en grupos.
Todo poeta que se inicia como poeta alternativo y crítico acaba preso en las mallas del poder.
Es fundamental no indisponerse con los poderosos —críticos influyentes, editores importantes, altos funcionarios culturales, directores de fundaciones o universidades de verano—, aunque sean poetas nauseabundos, sujetos despreciables o retrasados mentales. El capullo de hoy es el mandamás de mañana.
Los poetas nunca dicen lo que piensan. En las presentaciones de libros o actos públicos sobre otros poetas, hablan bien de ellos, aunque los consideren inmundos.
El poeta es un ser desproporcionado y patético.
Yo soy poeta.

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