- Creo que el poeta latinoamericano, hasta 1970, podía reclamar para sí una identidad generacional. Si bien en los últimos años hay factores socio históricos- Afganistán, Irak, el derrumbe de las Torres Gemelas- me parece que hoy en día el poeta, al que podríamos denominar como Post-2000, se encuentran en la antípoda de un espíritu colectivo. La heterogeneidad de poéticas, posturas creativas y discursos ideológicos (una dispersión monumental) impiden, a pesar de que se haya incluso publicado un libro con tal nombre, el uso del nominalismo generacional. Esto se evidencia en las antologías, que por cierto son relatividades subjetivas, pero que no dejan de ser un termómetro de lo que se viene escribiendo. Decía que esto se evidencia “hoy”. Sin embargo basta una somera revisión bibliográfica para darse cuenta de que tú, como poeta, más allá de la propuesta discursiva y / o estética no tienes nada en común, por ejemplo, con un Enrique Verástegui, con un Raúl Zurita. ¿Hasta qué punto es válida la existencia de una generación literaria, o esta, paulatinamente se ha convertido en una caricaturización del concepto de orteguiano de generación?
-Es, en efecto, arbitrario el término generación poética o generación literaria aplicados al momento presente de la poesía latinoamericana. Rara vez están unidos escritores o poetas en lo que realmente importaría que es su visión de la poesía o de la literatura. Si te fijas bien, ni en los llamados movimientos (dadaísta, surrealista, expresionista, etc) hay una homogeneidad de visión. Las visiones siempre son múltiples. Si uno busca unidad identificatoria en la visión poética de los poetas de la generación del 27 español erra el camino. Son importantes esas nociones en un sentido clasificatorio, para recopilar los documentos y decir “este va acá con este otro”. Generalmente, incluso en el momento de “archivar”, resulta que los criterios creativos o estéticos revelan su disfuncionalidad. Cada cual en su estética que es como decir cada cual con su destino, rotas las vinculaciones suprapersonales, parece ser la triste – o feliz- realidad. No hay una noción de comunidad poética (sobre el tema Maurice Blanchot y Jean Luc Nancy han escrito bien). Pero hay una cierta tendencia a unirse frente, por ejemplo, a la movida imperialista norteamericana. Tal vez los intereses mundiales, la respuesta a cierta propuesta de mundo global, aunque no sea muy clara, importe hoy más que una mirada clasificatoria a cierto tipo de arte. No olvidemos que estamos en pleno momento de negatividad dialéctica aplicada al orden mundial. Si usásemos el mismo tipo de medida en poesía no resultaría porque la oferta es completamente plural. Hoy hay de todo en el jardín de las delicias poéticas. Esta última alusión al Cantar de los Cantares y al Bosco es excesiva para la poesía que se hace hoy. Pero se trata de apostar.
- Hasta la época de la “ciudad letrada” de los 60 creo que en Latinoamérica se manifestaba cierta tendencia efebolátrica, es decir el paradigma del poeta joven constituía una institución, en muchos casos artificial. Lo que observo es que a medida que transcurre el tiempo este Síndrome Rimbaud, que muy bien podría encarnar un Antonio Cisneros, como en su momento lo hizo Jorge Eduardo Eielson se ha ido extraviando. Otro aspecto que me resulta interesante es la pérdida de ese afán adanista, refundacional, parricida. Tal vez los últimos bastiones de este espíritu lo constituya en los 70 el grupo CADA en Chile. Y en los 80 los Chavos poshippies en México o el Movimiento Poético Kloaka en el Perú. Pero ¿y luego?. Esta ambición – creo que el aspirar a una repolitización poética amparada en un sustento ideológico constituye una sana ambición- fue evaporándose. ¿Cómo debemos de interpretar este fenómeno?
- Lo que llamas el “síndrome Rimbaud” fue posible, entre otras cosas, porque la crisis de la modernidad estaba ahí, en plena efervescencia industrial y lo que significaba ese conflicto para la poesía.. La nostalgia de una palabra primera, esa especie de “todo el poder a los jóvenes” fue una movida digna y alteradora de un orden poético, de una o de varias concepciones de la poesía, y también de un orden político y social. Sabemos más, en general, como receptores semicultos, de la función alteradora de Rimbaud como personaje –es un personaje demoledor para cualquier que no sea totalmente hipócrita- que el significado de la palabra de Rimbaud. ¿Era su palabra una palabra joven? A mí que me importa que Antonio Cisneros o Eilelson hayan publicado muy jóvenes. ¿Cambiaron la poesía latinoamericana? No voy a negar el valor de Cisneros o de Eielson. Existen, tienen una obra. Pero ninguno es Rimbaud ni tampoco lo fue. ¿Quién los puso en ese lugar? ¿Estamos todos locos? ¿Cuáles son los criterios? Cuidado ahí, nada de linchamientos pero tampoco de hinchamientos. Por otra parte (o por la misma): los jóvenes, ese “efebismo” al que aludes no sé si positiva o negativamente –pero reconozco esa existencia “potente” como fuerza social que ya no está- son menos hipócritas en general –o eran- que los adultos. Tal vez ahora el orden del mundo y la ideología del sistema que se transmite a los jóvenes sea tan cínico que capta su flaqueza –es decir, su realidad generalizada- desde temprano. ¿Qué alternativas tiene un joven ante la certeza de un mundo cínico al que no puede –o tal vez no quiere- cambiar? ¿ Somos conscientes de lo que es una mente –joven- en manos de la liquidación practicada por la cultura mediática? Luego, ante un mundo repulsivo, y siguiendo esa lógica media, aparentemente incambiable en el sentido de más humano, abierto, tolerante en realidad y no bajo el chantaje de la “siempre tolerancia” que nos vuelve impotentes de responder a cualquier avasallamiento por la posible acusación de “negatividad” –todo eso junto, y la frase es larga- ¿es posible mantener una palabra joven?¿Cuál es el escucha de esa palabra joven? A fines del siglo pasado, coincidiendo con el milenio que también terminaba, hubo una creencia en el regreso de una cierta sabiduría, que pasaba entreverada con un cierto renacimiento del mito. Luego vimos que se trataba de una nueva manifestación del negocio de la cultura.. Mucho me temo que ya no podemos hacer ese tipo de divisiones del tipo joven/viejo. El único sentido que tiene la juventud en este mundo es que es sangre nueva para el consumo, ya no podemos decir “sangre nueva para ser explotada”. El concepto de trabajo cambió, la resistencia del trabajador es improbable, en América Latina tener trabajo es equivalente a salvarse la vida, se lucha más para mantener la dignidad que para mejorar la calidad de vida ya no hay memoria de los mártires de Chicago. Los levantamientos en Bolivia o Ecuador son básicos, o sea, para defender el patrimonio nacional. Tal vez desde esa cosa básica se reorganice algo más profundo. Por el momento las conquistas -ojo: digo las conquistas- están perdidas si siguen siendo pisoteadas. El modelo neoliberal es una bomba de tiempo en nuestras sociedades. Rimbaud, aparte de efebo y dueño de una palabra revitalizante, veía todo eso. El problema es más amplio: lo que ve la juventud y lo que no ve la –novela “Juventud” podría decir Nicanor Parra- juventud. Joven es aquel que da el tono de surfista: el modelo de la juventud es todavía un beachboy. No hemos salido de ese bronceado californiano. Lo que tienen los jóvenes en la cabeza –siempre que no sea negativo- no molesta a nadie. La frase de un padre a otro en la escuela de los hijos de clase media es: “Que tengas una semana muy productiva”. Hay una diferencia entre los poetas que nacimos alrededor de los cincuenta y los poetas que nacieron 15 o 20 años después, para no hablar de los más recientes. No es que viéramos más: la memoria tenía sentido, nuestros padres estaban construyendo algo, hubo un legado que se transmitió. ¿Qué se transmite hoy? La memoria no se recicla como transmisión de valores de sentido. Se recicla a lo bruto, a lo total. Lo que se recicla es la confusión. Cuestionar la palabra joven, el perfil joven significa preguntar por qué es la vida de los jóvenes hoy, cual su esperanza y su futuro, si es que lo hay. Creo que estamos construyendo todo de nuevo. Es la conciencia que hay que tener como padre, la de la necesidad de una transmisión paralela a le educación, que es insuficiente, ideológica o no existe como posible. La pregunta -¿para qué, quién, dónde, cuando? vale hacérsela uno mismo en cualquier tiempo. La responsabilidad es de cada uno. Pero la respuesta la sabremos después.
- Diera la impresión de que en estos últimos años, junto a la babelización poética, hubiera el resurgimiento de lo que Perlongher denominaba como neobarroso es decir, la tendencia a un lenguaje caracterizado por la acumulación y el exceso, sucio, terroso, húmedo que atenta contra los límites mismos de la comprensión, tal como si el sonido se constituyera en el sentido del poema. Lo culterano, desde mi perspectiva sería un primer/ segundo rasgo característico (si asumimos como el inicial el desbordamiento discursivo) Otra característica podríamos ubicarla en la poetización desde los escombros de lo que fuera nuestra capital retórica, es decir, la versificación desde las ruinas del imperio hiper urbanizado, eminentemente posconversacional. Y una última, que no puedo dejar pasar, la tendencia a nuevas maneras de mostrarnos el libro. Una, vía el denominado libro-objeto- apuesta del sello argentino VOX (Argentina) o del Álbum del Universo Bacterial (Perú) Otra, vía la edición de libros mediante el uso del papel reciclado, de bajo costo, pero con un tratamiento bastante original. ¿Cuál es tu lectura de esta última poesía latinoamericana?
-Lo neobarroco, lo culterano, la poetización desde los escombros o desde las ruinas de nuestra propia retórica son tres fenómenos palpables, aliados a ese último, menos palpable y menos frecuente quizás por el costo y por la diferencia en el modo de su consumo, que señalas como cambio en el formato o en la presentación del objeto-libro, en la poesía latinoamericana reciente. En cuanto a la persistencia neobarroca, por decirlo así, eso se explica por la propia flexibilidad, no del término neobarroco o neobarroso como quería Perlongher, sino de su aplicación, es decir, de la flexibilidad neobarroca para autoreconocerse y a partir de ahí actuar como fenómeno incluyente de los poetas que considera el mismo movimiento como practicantes pares o “compañeros de ruta”. La antología de Echavarren, Kozer y Sefamí, Medusario, editada por el Fondo de Cultura Económica en 1996, es lo mejor que hay sobre el tema. Y curioso: no es una antología de la poesía neobarroca (o neobarroca): hay un saber hacer de sus actores ahí que es deslumbrante, un designar sin designar pero designando, un no-ser-siendo, una especie de paradoja que atrapa, aparte de la calidad mayoritaria del material antologado. Hay que ver eso desde un punto más amplio, de lo contrario captaremos sólo las derivas neobarroquitas, es decir las poéticas recientes que reproducen ciertas estrategias neobarrocas (o neobarrocas) fáciles de advertir: desbordamiento del discurso, mucho metalenguaje, juegos de palabras, crítica cultural, alternancia entre revelaciones y ocultamientos del sentido, etc. Hay que ver más ampliamente el neobarroco como integrante del barroco como estrategia de vida, como diría Bolívar Echeverría. El neobarroco (o neobarroso) poético es un efecto de descentramiento de una retórica mayor, un efecto metonímico. Es un “salirse” de una concepción poética desestructurante de lo que podía concebirse como “visión estética de las vanguardias” que, aunque múltiple, plural, contradictoria incluso en sus efectos, se revelaba como global, total, omniabarcadora en la medida de su jugada final: la disolución del arte en la práctica social. No es que el neobarroco (o neobarroso) sea un saldo de aquella visión, lo que quedó. Porque eso es una manera de legitimar históricamente, a posteriori como se hace siempre, algo que no necesariamente tenía que ocurrir. Lo que sí creo que era posible era una forma de descentramiento, unas desestructuraciones de esa hegemonía que es la vanguardia. Hegemonía contradictoria la de la vanguardia: alcanza para todo. Sus efectos se perciben aun cuando es negada, debido, tal vez, a una cierta simbiosis que la crítica agencia del proceder de las vanguardias: la vanguardia es una negación. Al ser negada tiende a afirmarse , a “cumplirse” como discurso. Quiero decir que el neobarroco estaba ahí en la medida en que cualquier poética de descentramiento estaba ahí. La centralización expansiva de las vanguardias trajo el germen de su descentramiento ya que aquella expansión no fue recogida en la transformación social. Abortada como aquella, las vanguardias entraron al museo. La práctica artística que recupera estrategias escriturales de la vanguardia es un fenómeno natural en la medida en que la estética de las vanguardias absorbieron el repertorio íntegro de la experimentación estético-verbal y no verbal. Es imposible escapar de un fenómeno así salvo que se practique una crítica verdaderamente seria. Eso no existe en la poesía latinoamericana actual. El neobarroco (o neobarroco) recupera el compromiso verbal de las vanguardias, la crítica cultural. Pero no la actitud de compromiso humano. Sólo Perlongher, que yo sepa, hizo eso. Lo demás es práctica poética separada de la vida. Y quizás esta objeción al neobarroco(o neobarroso) no sea válida en la medida en que, salvo excepcionalmente, no hay práctica poética que yo conozca que esté estrechamente vinculada a una práctica vital en el presente. No se me ocurre ni siquiera cómo podría ser eso. Había una cierta coherencia entre la escritura y la vida en los primeros textos del Subcomandante Marcos: su rebelión política era también una rebelión textual. Mezcla de Derrida y Joyce, el inca Garcilaso y el Chilam Balam, el Popol Vuh y también, por qué no, Eduardo Galeano, Vallejo y los que vayan saliendo. Se trata de una concepción de desobediencia lingüística, de la conciencia real de que el lenguaje es un instrumento de poder. Es una ética del lenguaje que se levanta desde la base indígena sometida. Con ese sustrato, con ese sustento enmudecido por otra lengua, de modo que la lengua sometida se convierte no en otra (esa dignificación queda para después, para el momento del rescate, hoy, no quinientos o cuatrocientos o trescientos años atrás), sino en un dialecto intermitente de nexo familiar o de pequeña comunidad, no intercambiable con la lengua dominante, equivalente a una especie de silencio que a veces se manifiesta en habla. ¿Cómo no arremeter contra el lenguaje y decir de otra manera? Hay que leer esos textos. Ninguna guerrilla, por más especial que haya sido esa, escribió tan bien. Se trataba obviamente de devolverle poder a la palabra. Pero una cosa es querer y otra poder. Ellos pudieron. El culteranismo manifiesta más un estado de la poesía ante el mundo, una semiclausura ante lo que es el horro del mundo. NO necesariamente refiere a un estado del habla poética, un resurgimiento de Orfeo o algo así. No significa un movimiento subterráneo, una protección del sentido ante la barbarie verificable en cada esquina. ¿Qué hay en el habla poética que no haya sido arrasado? Los que olvidan eso son los inocentes nostálgicos del pasado que intentan saltar para atrás por encima de lo estético-histórico. De modo que no existió lo que existió, ni la poesía en su lenguaje fue arrasada, no existe un gasto de la palabra poética, todo está en algún lugar intacto. Sí, ¿en cual? Es una cosa profundamente antidialéctica ese retorno, una cosa neo-aurática, de llorones de tía. En cuanto a la “poética de los escombros” ojalá fuera algo estéticamente tomado en serio y no algo meramente coyuntural en el sentido de que”la cosa es así ahora” o “está así y por lo tanto yo escribo así: el mundo es un escombro y así va”. Pero de nuevo hay que saber para quién las cosas son así y qué se juega en que así aparezcan para nosotros .En todo esto es necesario reflexionar una y otra vez sobre el estado del arte poético y sobre el estado del lenguaje poético y sobre el estado de la palabra poética. Además de la obligada reflexión sobre el estado del mundo y sobre el estado de nosotros mismos. Supongo que era eso que decía Huidobro cuando afirmaba que “para ser poeta hay que ser más que poeta”. Y “ser más que poeta” es ser, como quiere Augusto de Campos, “poetamenos”. En cuanto a la manera de presentar al libro es también herencia de la vanguardia: ahí se abrió la entera posibilidad de la presentación de la cosa poética –lo digo a propósito: la poesía sufrió una sobrecosificación con las alternativas en los soportes. Pero es irreversible. Y qué bueno. Algo tiene que ser irreversible en este asunto, un freno al vale todo que vivimos.
- En el posfacio que escribes en El decir y el Vértigo, Panorama de la poesía hispanoamericana reciente, de Cerón, Herbert y Plascencia. Me refiero a En torno a una posible situación de la penúltima poesía latinoamericana. Ahí señalas que: Lo que se señalaba como crisis poética continúa siendo crisis poética. Con una diferencia, que tiene que ver con la variedad de poéticas que representa la muestra, que a su vez responde a la asimilación de la problemática general de acuerdo a la recepción de cada tradición geográfico-poética y de cada poeta en particular: los diferentes parcelamientos no desaparecen la evidencia, ese estado de crisis está asumido, con o sin conciencia explícita, con o sin revelación en la escritura. (...) Pese a mis discrepancias con la muestra en cuestión, tengo algunas inquietudes ante lo que sostienes. En primer lugar coincido en que, circa 1985-1988, la producción bibliográfica da cuenta de una crisis basada en la obsesión por resemantizar lo coloquial, cuando lo coloquial de discurso expresivo y “jugado”, allá por los años 70, no constituía más que un facilismo comunicacional, muchas veces apoético. Esta misma crisis podía observarse en como los autores se aferraban a su parcela cuando históricamente nuestro continente vive una era posnacionalista. Lo que yo me pregunto es que si hoy vivimos aún los embates de esa crisis o, contrariamente la salida de la misma. La falacia resemantizadora inmediatista como que viene siendo desplazada por una renovación, sin bridas, es cierto, caótica, pero renovación al fin y al cabo. Asimismo, si comparo lo que se vive con aquel período que te señalaba, me parece que el poeta de una parcela tiene más contacto con el de otras generándose, también desordenadamente, una suerte de intercambio bibliográfico, vivencial. Eduardo, ¿estamos en una crisis poética o buscando la salida de esa crisis?. Hoy, ¿ los poetas latinoamericanos continuamos siendo esa suerte de Crussoes abandonados a la suerte, cada cual en su islote, o hay gestos, guiños y morisquetas de que empezamos a aproximarnos unos a otros?¿ No crees que empieza a gestarse una precaria conciencia de ese ser latinoamericano y la búsqueda por manifestar a “ese ser” sea una de las causas del babelismo que ambos vislumbramos?
-Hay una conciencia mayor que, como decía arriba, tal vez esté incluyendo o logre incluir a la reflexión y a las prácticas artísticas. Cuando uno marcha contra Estados Unidos y su afán imperial queda claro. Eso es político, incluyente. Una conciencia poética incluyente tendría que pasar por encima de las diferencias de concepción, hacerse cargo de ellas sin que eso fuera ningún impedimento para el reconocimiento global de la poesía, una frase sentimental que suena a fracaso por anticipado o a reblandecimiento conceptual. Para que eso ocurra tiene que haber un planteo de destino común, un proyecto. La tolerancia no es un proyecto: es un modo de estar –la tolerancia con sus límites, por supuesto, aunque hay un riesgo en el posicionamiento que hago desde el momento en que se despliega la tolerancia sin condiciones; aun así creo que no podemos confundir tolerancia con negligencia u omisión-, la tolerancia es la condición de posibilidad de otra cosa. Tengo mis dudas que un proyecto de legitimación del estado del mundo, por ejemplo, pudiera convocarnos como destino. Tendría que ser otra cosa. No sé si vemos otra cosa, otra posibilidad real de otra cosa. Por lo pronto está todavía el deseo –más o menos liberado- de otra cosa. No sé hasta cuando es posible sostenerse en la no concreción. Estoy de acuerdo con los intentos en ese sentido. Me preocupa el alcance, la duración de ese deseo ante una realidad cada vez más apremiante. De modo que, si estamos en una crisis de la poesía latinoamericana hace mucho tiempo que estamos en una crisis, que es lo que sostengo en el artículo que citas publicado como uno de los posfacios de El decir y el vértigo, una antología valiente en el sentido en que asume que alguien- yo, en ese caso- critique el material ahí presente. Hay cosas que me parecen obvias: aunque estemos en crisis como lenguaje poético latinoamericano, no implica eso que no pueda haber un sentimiento o una conciencia común que nos convoque. Me gustaría que esa conciencia fuera, en primer lugar, la conciencia de que estamos en crisis. Eso ni siquiera se reconoce. La mentalidad triunfalista, el cansancio de esta noria histórica, económica, política y social –curioso: no se reconoce que la cultura, en el sentido de producción de bienes culturales, está también en crisis- el lastre negativo que arrastra la palabra cambio y su agenciamiento por parte de un conservadurismo solapado en la sola nomenclatura de la palabra cambio –así, cambio sería volver a lo más reaccionario y rancio de nuestras sociedades, por ejemplo, ante el fracaso de las promesas de cambio reales; interesante en este sentido es ver cómo cierta izquierda, la brasileña, por ejemplo, y puede ser que un sector autodenominado izquierda en México también –pero no quiero anticiparme- ha quemado la palabra cambio y regó aceite para que vuelvan a arder las piras de la inquisición apostólico-romana – no hay mejor aliado que un enemigo corrupto-, ojalá me equivoque. Respeto mucho a la poesía más reciente que ve con claridad que el lenguaje poético saltó en pedazos, aunque no sepa muy bien lo que hacer. Hay retóricas que aparentan una cierta sustentabilidad al menos en lo próximo. El neobarroco (o neobarroso), por ejemplo. Ahí hay conciencia de lo que digo. Pero la conciencia de la precariedad de esa aparente sustentabilidad es lo que importa. Prefiero eso a la vuelta a posiciones situadas histórico-estéticamente antes del big bang.
- Así como paulatinamente desaparece el paradigma del poeta joven tengo la impresión de que asistimos a la extinción de otra ficción crítica, la del poeta representativo. En medio de todo este desborde de discursos, cuando incluso se relativiza la existencia generacional, de acuerdo a cómo comprendíamos la generación en los 60, 70 u 80, ¿Crees tú que aún existe ese poeta representativo? Aquel que es antologado, por ejemplo, ¿a quién representa?. ¿No estamos en un tiempo que parece darle la razón a Borges en el sentido de que cada poeta se constituye en su propia representación?
-No creo que haya representatividad de nada en poesía. Representar a otro es político o religioso, no artístico. Hay tipos que dicen que representan al modo de habla de tal comunidad, o el espíritu de tal grupo humano. Pero en poesía no es así. Uno está representando al fenómeno poético. “Y a continuación, representando al neobarroco (o neobarroso), fulano, y representando a las poéticas del retorno, mengano”: ¿es eso posible en este tiempo? Es posible y es probable, pero es falso.
- Hasta la época de la “ciudad letrada” de los 60 creo que en Latinoamérica se manifestaba cierta tendencia efebolátrica, es decir el paradigma del poeta joven constituía una institución, en muchos casos artificial. Lo que observo es que a medida que transcurre el tiempo este Síndrome Rimbaud, que muy bien podría encarnar un Antonio Cisneros, como en su momento lo hizo Jorge Eduardo Eielson se ha ido extraviando. Otro aspecto que me resulta interesante es la pérdida de ese afán adanista, refundacional, parricida. Tal vez los últimos bastiones de este espíritu lo constituya en los 70 el grupo CADA en Chile. Y en los 80 los Chavos poshippies en México o el Movimiento Poético Kloaka en el Perú. Pero ¿y luego?. Esta ambición – creo que el aspirar a una repolitización poética amparada en un sustento ideológico constituye una sana ambición- fue evaporándose. ¿Cómo debemos de interpretar este fenómeno?
- Lo que llamas el “síndrome Rimbaud” fue posible, entre otras cosas, porque la crisis de la modernidad estaba ahí, en plena efervescencia industrial y lo que significaba ese conflicto para la poesía.. La nostalgia de una palabra primera, esa especie de “todo el poder a los jóvenes” fue una movida digna y alteradora de un orden poético, de una o de varias concepciones de la poesía, y también de un orden político y social. Sabemos más, en general, como receptores semicultos, de la función alteradora de Rimbaud como personaje –es un personaje demoledor para cualquier que no sea totalmente hipócrita- que el significado de la palabra de Rimbaud. ¿Era su palabra una palabra joven? A mí que me importa que Antonio Cisneros o Eilelson hayan publicado muy jóvenes. ¿Cambiaron la poesía latinoamericana? No voy a negar el valor de Cisneros o de Eielson. Existen, tienen una obra. Pero ninguno es Rimbaud ni tampoco lo fue. ¿Quién los puso en ese lugar? ¿Estamos todos locos? ¿Cuáles son los criterios? Cuidado ahí, nada de linchamientos pero tampoco de hinchamientos. Por otra parte (o por la misma): los jóvenes, ese “efebismo” al que aludes no sé si positiva o negativamente –pero reconozco esa existencia “potente” como fuerza social que ya no está- son menos hipócritas en general –o eran- que los adultos. Tal vez ahora el orden del mundo y la ideología del sistema que se transmite a los jóvenes sea tan cínico que capta su flaqueza –es decir, su realidad generalizada- desde temprano. ¿Qué alternativas tiene un joven ante la certeza de un mundo cínico al que no puede –o tal vez no quiere- cambiar? ¿ Somos conscientes de lo que es una mente –joven- en manos de la liquidación practicada por la cultura mediática? Luego, ante un mundo repulsivo, y siguiendo esa lógica media, aparentemente incambiable en el sentido de más humano, abierto, tolerante en realidad y no bajo el chantaje de la “siempre tolerancia” que nos vuelve impotentes de responder a cualquier avasallamiento por la posible acusación de “negatividad” –todo eso junto, y la frase es larga- ¿es posible mantener una palabra joven?¿Cuál es el escucha de esa palabra joven? A fines del siglo pasado, coincidiendo con el milenio que también terminaba, hubo una creencia en el regreso de una cierta sabiduría, que pasaba entreverada con un cierto renacimiento del mito. Luego vimos que se trataba de una nueva manifestación del negocio de la cultura.. Mucho me temo que ya no podemos hacer ese tipo de divisiones del tipo joven/viejo. El único sentido que tiene la juventud en este mundo es que es sangre nueva para el consumo, ya no podemos decir “sangre nueva para ser explotada”. El concepto de trabajo cambió, la resistencia del trabajador es improbable, en América Latina tener trabajo es equivalente a salvarse la vida, se lucha más para mantener la dignidad que para mejorar la calidad de vida ya no hay memoria de los mártires de Chicago. Los levantamientos en Bolivia o Ecuador son básicos, o sea, para defender el patrimonio nacional. Tal vez desde esa cosa básica se reorganice algo más profundo. Por el momento las conquistas -ojo: digo las conquistas- están perdidas si siguen siendo pisoteadas. El modelo neoliberal es una bomba de tiempo en nuestras sociedades. Rimbaud, aparte de efebo y dueño de una palabra revitalizante, veía todo eso. El problema es más amplio: lo que ve la juventud y lo que no ve la –novela “Juventud” podría decir Nicanor Parra- juventud. Joven es aquel que da el tono de surfista: el modelo de la juventud es todavía un beachboy. No hemos salido de ese bronceado californiano. Lo que tienen los jóvenes en la cabeza –siempre que no sea negativo- no molesta a nadie. La frase de un padre a otro en la escuela de los hijos de clase media es: “Que tengas una semana muy productiva”. Hay una diferencia entre los poetas que nacimos alrededor de los cincuenta y los poetas que nacieron 15 o 20 años después, para no hablar de los más recientes. No es que viéramos más: la memoria tenía sentido, nuestros padres estaban construyendo algo, hubo un legado que se transmitió. ¿Qué se transmite hoy? La memoria no se recicla como transmisión de valores de sentido. Se recicla a lo bruto, a lo total. Lo que se recicla es la confusión. Cuestionar la palabra joven, el perfil joven significa preguntar por qué es la vida de los jóvenes hoy, cual su esperanza y su futuro, si es que lo hay. Creo que estamos construyendo todo de nuevo. Es la conciencia que hay que tener como padre, la de la necesidad de una transmisión paralela a le educación, que es insuficiente, ideológica o no existe como posible. La pregunta -¿para qué, quién, dónde, cuando? vale hacérsela uno mismo en cualquier tiempo. La responsabilidad es de cada uno. Pero la respuesta la sabremos después.
- Diera la impresión de que en estos últimos años, junto a la babelización poética, hubiera el resurgimiento de lo que Perlongher denominaba como neobarroso es decir, la tendencia a un lenguaje caracterizado por la acumulación y el exceso, sucio, terroso, húmedo que atenta contra los límites mismos de la comprensión, tal como si el sonido se constituyera en el sentido del poema. Lo culterano, desde mi perspectiva sería un primer/ segundo rasgo característico (si asumimos como el inicial el desbordamiento discursivo) Otra característica podríamos ubicarla en la poetización desde los escombros de lo que fuera nuestra capital retórica, es decir, la versificación desde las ruinas del imperio hiper urbanizado, eminentemente posconversacional. Y una última, que no puedo dejar pasar, la tendencia a nuevas maneras de mostrarnos el libro. Una, vía el denominado libro-objeto- apuesta del sello argentino VOX (Argentina) o del Álbum del Universo Bacterial (Perú) Otra, vía la edición de libros mediante el uso del papel reciclado, de bajo costo, pero con un tratamiento bastante original. ¿Cuál es tu lectura de esta última poesía latinoamericana?
-Lo neobarroco, lo culterano, la poetización desde los escombros o desde las ruinas de nuestra propia retórica son tres fenómenos palpables, aliados a ese último, menos palpable y menos frecuente quizás por el costo y por la diferencia en el modo de su consumo, que señalas como cambio en el formato o en la presentación del objeto-libro, en la poesía latinoamericana reciente. En cuanto a la persistencia neobarroca, por decirlo así, eso se explica por la propia flexibilidad, no del término neobarroco o neobarroso como quería Perlongher, sino de su aplicación, es decir, de la flexibilidad neobarroca para autoreconocerse y a partir de ahí actuar como fenómeno incluyente de los poetas que considera el mismo movimiento como practicantes pares o “compañeros de ruta”. La antología de Echavarren, Kozer y Sefamí, Medusario, editada por el Fondo de Cultura Económica en 1996, es lo mejor que hay sobre el tema. Y curioso: no es una antología de la poesía neobarroca (o neobarroca): hay un saber hacer de sus actores ahí que es deslumbrante, un designar sin designar pero designando, un no-ser-siendo, una especie de paradoja que atrapa, aparte de la calidad mayoritaria del material antologado. Hay que ver eso desde un punto más amplio, de lo contrario captaremos sólo las derivas neobarroquitas, es decir las poéticas recientes que reproducen ciertas estrategias neobarrocas (o neobarrocas) fáciles de advertir: desbordamiento del discurso, mucho metalenguaje, juegos de palabras, crítica cultural, alternancia entre revelaciones y ocultamientos del sentido, etc. Hay que ver más ampliamente el neobarroco como integrante del barroco como estrategia de vida, como diría Bolívar Echeverría. El neobarroco (o neobarroso) poético es un efecto de descentramiento de una retórica mayor, un efecto metonímico. Es un “salirse” de una concepción poética desestructurante de lo que podía concebirse como “visión estética de las vanguardias” que, aunque múltiple, plural, contradictoria incluso en sus efectos, se revelaba como global, total, omniabarcadora en la medida de su jugada final: la disolución del arte en la práctica social. No es que el neobarroco (o neobarroso) sea un saldo de aquella visión, lo que quedó. Porque eso es una manera de legitimar históricamente, a posteriori como se hace siempre, algo que no necesariamente tenía que ocurrir. Lo que sí creo que era posible era una forma de descentramiento, unas desestructuraciones de esa hegemonía que es la vanguardia. Hegemonía contradictoria la de la vanguardia: alcanza para todo. Sus efectos se perciben aun cuando es negada, debido, tal vez, a una cierta simbiosis que la crítica agencia del proceder de las vanguardias: la vanguardia es una negación. Al ser negada tiende a afirmarse , a “cumplirse” como discurso. Quiero decir que el neobarroco estaba ahí en la medida en que cualquier poética de descentramiento estaba ahí. La centralización expansiva de las vanguardias trajo el germen de su descentramiento ya que aquella expansión no fue recogida en la transformación social. Abortada como aquella, las vanguardias entraron al museo. La práctica artística que recupera estrategias escriturales de la vanguardia es un fenómeno natural en la medida en que la estética de las vanguardias absorbieron el repertorio íntegro de la experimentación estético-verbal y no verbal. Es imposible escapar de un fenómeno así salvo que se practique una crítica verdaderamente seria. Eso no existe en la poesía latinoamericana actual. El neobarroco (o neobarroco) recupera el compromiso verbal de las vanguardias, la crítica cultural. Pero no la actitud de compromiso humano. Sólo Perlongher, que yo sepa, hizo eso. Lo demás es práctica poética separada de la vida. Y quizás esta objeción al neobarroco(o neobarroso) no sea válida en la medida en que, salvo excepcionalmente, no hay práctica poética que yo conozca que esté estrechamente vinculada a una práctica vital en el presente. No se me ocurre ni siquiera cómo podría ser eso. Había una cierta coherencia entre la escritura y la vida en los primeros textos del Subcomandante Marcos: su rebelión política era también una rebelión textual. Mezcla de Derrida y Joyce, el inca Garcilaso y el Chilam Balam, el Popol Vuh y también, por qué no, Eduardo Galeano, Vallejo y los que vayan saliendo. Se trata de una concepción de desobediencia lingüística, de la conciencia real de que el lenguaje es un instrumento de poder. Es una ética del lenguaje que se levanta desde la base indígena sometida. Con ese sustrato, con ese sustento enmudecido por otra lengua, de modo que la lengua sometida se convierte no en otra (esa dignificación queda para después, para el momento del rescate, hoy, no quinientos o cuatrocientos o trescientos años atrás), sino en un dialecto intermitente de nexo familiar o de pequeña comunidad, no intercambiable con la lengua dominante, equivalente a una especie de silencio que a veces se manifiesta en habla. ¿Cómo no arremeter contra el lenguaje y decir de otra manera? Hay que leer esos textos. Ninguna guerrilla, por más especial que haya sido esa, escribió tan bien. Se trataba obviamente de devolverle poder a la palabra. Pero una cosa es querer y otra poder. Ellos pudieron. El culteranismo manifiesta más un estado de la poesía ante el mundo, una semiclausura ante lo que es el horro del mundo. NO necesariamente refiere a un estado del habla poética, un resurgimiento de Orfeo o algo así. No significa un movimiento subterráneo, una protección del sentido ante la barbarie verificable en cada esquina. ¿Qué hay en el habla poética que no haya sido arrasado? Los que olvidan eso son los inocentes nostálgicos del pasado que intentan saltar para atrás por encima de lo estético-histórico. De modo que no existió lo que existió, ni la poesía en su lenguaje fue arrasada, no existe un gasto de la palabra poética, todo está en algún lugar intacto. Sí, ¿en cual? Es una cosa profundamente antidialéctica ese retorno, una cosa neo-aurática, de llorones de tía. En cuanto a la “poética de los escombros” ojalá fuera algo estéticamente tomado en serio y no algo meramente coyuntural en el sentido de que”la cosa es así ahora” o “está así y por lo tanto yo escribo así: el mundo es un escombro y así va”. Pero de nuevo hay que saber para quién las cosas son así y qué se juega en que así aparezcan para nosotros .En todo esto es necesario reflexionar una y otra vez sobre el estado del arte poético y sobre el estado del lenguaje poético y sobre el estado de la palabra poética. Además de la obligada reflexión sobre el estado del mundo y sobre el estado de nosotros mismos. Supongo que era eso que decía Huidobro cuando afirmaba que “para ser poeta hay que ser más que poeta”. Y “ser más que poeta” es ser, como quiere Augusto de Campos, “poetamenos”. En cuanto a la manera de presentar al libro es también herencia de la vanguardia: ahí se abrió la entera posibilidad de la presentación de la cosa poética –lo digo a propósito: la poesía sufrió una sobrecosificación con las alternativas en los soportes. Pero es irreversible. Y qué bueno. Algo tiene que ser irreversible en este asunto, un freno al vale todo que vivimos.
- En el posfacio que escribes en El decir y el Vértigo, Panorama de la poesía hispanoamericana reciente, de Cerón, Herbert y Plascencia. Me refiero a En torno a una posible situación de la penúltima poesía latinoamericana. Ahí señalas que: Lo que se señalaba como crisis poética continúa siendo crisis poética. Con una diferencia, que tiene que ver con la variedad de poéticas que representa la muestra, que a su vez responde a la asimilación de la problemática general de acuerdo a la recepción de cada tradición geográfico-poética y de cada poeta en particular: los diferentes parcelamientos no desaparecen la evidencia, ese estado de crisis está asumido, con o sin conciencia explícita, con o sin revelación en la escritura. (...) Pese a mis discrepancias con la muestra en cuestión, tengo algunas inquietudes ante lo que sostienes. En primer lugar coincido en que, circa 1985-1988, la producción bibliográfica da cuenta de una crisis basada en la obsesión por resemantizar lo coloquial, cuando lo coloquial de discurso expresivo y “jugado”, allá por los años 70, no constituía más que un facilismo comunicacional, muchas veces apoético. Esta misma crisis podía observarse en como los autores se aferraban a su parcela cuando históricamente nuestro continente vive una era posnacionalista. Lo que yo me pregunto es que si hoy vivimos aún los embates de esa crisis o, contrariamente la salida de la misma. La falacia resemantizadora inmediatista como que viene siendo desplazada por una renovación, sin bridas, es cierto, caótica, pero renovación al fin y al cabo. Asimismo, si comparo lo que se vive con aquel período que te señalaba, me parece que el poeta de una parcela tiene más contacto con el de otras generándose, también desordenadamente, una suerte de intercambio bibliográfico, vivencial. Eduardo, ¿estamos en una crisis poética o buscando la salida de esa crisis?. Hoy, ¿ los poetas latinoamericanos continuamos siendo esa suerte de Crussoes abandonados a la suerte, cada cual en su islote, o hay gestos, guiños y morisquetas de que empezamos a aproximarnos unos a otros?¿ No crees que empieza a gestarse una precaria conciencia de ese ser latinoamericano y la búsqueda por manifestar a “ese ser” sea una de las causas del babelismo que ambos vislumbramos?
-Hay una conciencia mayor que, como decía arriba, tal vez esté incluyendo o logre incluir a la reflexión y a las prácticas artísticas. Cuando uno marcha contra Estados Unidos y su afán imperial queda claro. Eso es político, incluyente. Una conciencia poética incluyente tendría que pasar por encima de las diferencias de concepción, hacerse cargo de ellas sin que eso fuera ningún impedimento para el reconocimiento global de la poesía, una frase sentimental que suena a fracaso por anticipado o a reblandecimiento conceptual. Para que eso ocurra tiene que haber un planteo de destino común, un proyecto. La tolerancia no es un proyecto: es un modo de estar –la tolerancia con sus límites, por supuesto, aunque hay un riesgo en el posicionamiento que hago desde el momento en que se despliega la tolerancia sin condiciones; aun así creo que no podemos confundir tolerancia con negligencia u omisión-, la tolerancia es la condición de posibilidad de otra cosa. Tengo mis dudas que un proyecto de legitimación del estado del mundo, por ejemplo, pudiera convocarnos como destino. Tendría que ser otra cosa. No sé si vemos otra cosa, otra posibilidad real de otra cosa. Por lo pronto está todavía el deseo –más o menos liberado- de otra cosa. No sé hasta cuando es posible sostenerse en la no concreción. Estoy de acuerdo con los intentos en ese sentido. Me preocupa el alcance, la duración de ese deseo ante una realidad cada vez más apremiante. De modo que, si estamos en una crisis de la poesía latinoamericana hace mucho tiempo que estamos en una crisis, que es lo que sostengo en el artículo que citas publicado como uno de los posfacios de El decir y el vértigo, una antología valiente en el sentido en que asume que alguien- yo, en ese caso- critique el material ahí presente. Hay cosas que me parecen obvias: aunque estemos en crisis como lenguaje poético latinoamericano, no implica eso que no pueda haber un sentimiento o una conciencia común que nos convoque. Me gustaría que esa conciencia fuera, en primer lugar, la conciencia de que estamos en crisis. Eso ni siquiera se reconoce. La mentalidad triunfalista, el cansancio de esta noria histórica, económica, política y social –curioso: no se reconoce que la cultura, en el sentido de producción de bienes culturales, está también en crisis- el lastre negativo que arrastra la palabra cambio y su agenciamiento por parte de un conservadurismo solapado en la sola nomenclatura de la palabra cambio –así, cambio sería volver a lo más reaccionario y rancio de nuestras sociedades, por ejemplo, ante el fracaso de las promesas de cambio reales; interesante en este sentido es ver cómo cierta izquierda, la brasileña, por ejemplo, y puede ser que un sector autodenominado izquierda en México también –pero no quiero anticiparme- ha quemado la palabra cambio y regó aceite para que vuelvan a arder las piras de la inquisición apostólico-romana – no hay mejor aliado que un enemigo corrupto-, ojalá me equivoque. Respeto mucho a la poesía más reciente que ve con claridad que el lenguaje poético saltó en pedazos, aunque no sepa muy bien lo que hacer. Hay retóricas que aparentan una cierta sustentabilidad al menos en lo próximo. El neobarroco (o neobarroso), por ejemplo. Ahí hay conciencia de lo que digo. Pero la conciencia de la precariedad de esa aparente sustentabilidad es lo que importa. Prefiero eso a la vuelta a posiciones situadas histórico-estéticamente antes del big bang.
- Así como paulatinamente desaparece el paradigma del poeta joven tengo la impresión de que asistimos a la extinción de otra ficción crítica, la del poeta representativo. En medio de todo este desborde de discursos, cuando incluso se relativiza la existencia generacional, de acuerdo a cómo comprendíamos la generación en los 60, 70 u 80, ¿Crees tú que aún existe ese poeta representativo? Aquel que es antologado, por ejemplo, ¿a quién representa?. ¿No estamos en un tiempo que parece darle la razón a Borges en el sentido de que cada poeta se constituye en su propia representación?
-No creo que haya representatividad de nada en poesía. Representar a otro es político o religioso, no artístico. Hay tipos que dicen que representan al modo de habla de tal comunidad, o el espíritu de tal grupo humano. Pero en poesía no es así. Uno está representando al fenómeno poético. “Y a continuación, representando al neobarroco (o neobarroso), fulano, y representando a las poéticas del retorno, mengano”: ¿es eso posible en este tiempo? Es posible y es probable, pero es falso.
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