sábado, 4 de octubre de 2008

El placer del terror, hace doscientos treinta años


Por David Schultz

Anna Lætitia Aikin (1743-1825), poeta y educadora inglesa, fue una de las teóricas de la estética del horror, que se desarrolló durante el siglo XVIII, a partir del aporte fundamental de la "Investigación filósofica sobre el origen de nuestras ideas de lo sublime y lo bello" (1757) de Edmund Burke.


En su Miscellaneous Pieces in Prose, escrito junto a su hermano John (1747-1822), publicado en 1773, Anna Lætitia da a conocer su breve ensayo "Sobre el placer producido por los objetos terroríficos", donde analiza el aspecto placentero causado por los objetos terroríficos y menciona varios ejemplos tomados, fundamentalmente, de la literatura inglesa (Shakespeare, Collins) y también algunos cuentos de Las Mil y una Noches. Los Aikin también mencionan la influencia del terror en la tragedia y su posterior influencia en la, por ese entonces recién surgida, novela gótica.

Dice Aikin, refiriéndose al ya clásico menosprecio crítico, que:

La antigua novela gótica y los relatos orientales, con sus genios, gigantes, encantamientos y transformaciones, siempre tendrán una poderosa influencia en la mente, a pesar de que los críticos refinados las censuren como absurdas y extravagantes; e interesan al lector independientemente de todas las peculiaridades del gusto.

Con respecto al horror cotidiano, o mejor dicho, al consumo del horror cotidiano, afirman los hermanos Aikin que:

La realidad de esta fuente de placer [hablando de los objetos que provocan terror] parece evidente en la observación cotidiana. Hay que destacar la ansiedad con que son devorados año a año los cuentos de fantasmas y duendes, de crímenes, terremotos, incendios, naufragios, y todos los desastres más terribles relacionados con la vida humana.


¿Qué dirían los hermanos Aikin en nuestro convulsionado siglo XXI, donde el terror y el horror son contemplados "en vivo y en directo"? Hoy, que estamos acostumbrados a ver pisos manchados de sangre y cadáveres frescos apenas tapados, mientras miramos el noticiero a la hora de la cena.


A pesar de más de dos siglos transcurridos, las opiniones de los Aikin todavía tienen vigencia. Formuladas a comienzos de la era moderna, son un atisbo de las actitudes venideras: al leerlos sentimos algo similar a lo provocado por la contemplación de las fotografías de nuestra niñez, que nos provocan un vislumbre fugaz de nuestra frescura y originalidad, ahora mutada en madurez.

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