miércoles, 15 de octubre de 2008

Los versos de la consumación


Por: Luis María Anson, de la Real Academia Española

El amanecer ha empezado al mismo tiempo que la noche. La vida nos empuja a un irnos inacabable. Cuando yo vaya a morir, dice el poeta, esa piel, esa flor, ese zafiro de tus ojos, después, en qué se para… ¿Permanecerá la entereza de la amada al oír a la muerte en el suspiro último del enamorado que escribió sus odas en la ceniza?

Alejandro Duque Amusco ha agavillado sabiamente en Al mismo tiempo que en la noche un puñado de sonetos de Carlos Bousoño en los que alienta el estremecimiento de Aleixandre en sus Poemas de la consumación, tan impregnados, por cierto, del pensamiento de Shakespeare, del temor y del temblor de Kierkegaard. A Bousoño, como a Rubén, le aturde la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos sin haber podido averiguar adónde vamos ni de dónde venimos.

Despedazado el cántaro, Bousoño cree que sólo quedará de nosotros un duro esqueleto indescifrable. Tal vez por eso dedicó a Yutka su “canción de amor para después de la vida” y tituló su antología de mil páginas Primavera de la muerte, escritos sus versos en la ceniza y desde la ceniza.

Se pone el sol en la palabra del poeta. El fuego azul de las mariposas del alma vuela sobre la incertidumbre de vivir, sobre la amada inmóvil, sobre la bruma del cuerpo que se esfuma. “Yo no soy yo”, escribe el poeta. Su cuerpo le engaña y se extraña de vivir todavía. El olfato ya no huele, el ojo no mira. Señor, señor ¿por qué me has abandonado? Quiere tocar todavía la mano de la amada, su hueso fatigado, sentir el viento que en la noche vino. Pero le fallan los versos.

Así es que escrita queda en el papel su duda. “Nunca supe qué es esto, en qué se escuda este vivir por el que me voy yendo”. La desesperanza le zarandea. Los muertos y los vivos duermen su común destino, en la sombra ilusoria de la realidad inmensa en la que yace “tu verdad toda y toda tu mentira”. En algún bosque está endureciéndose ya la madera del ataúd que cobijará a la amada. Crece dentro de un roble, dulce en primavera “como tu carne que ahora me agasaja”. Está ya cerca la noche de la atroz partida, el verdadero espanto, la hora de la consumación, el arruinado sollozo, la mañana de San Juan de la Cruz que empalidece.

La desesperanza lo inunda todo. El poeta se siente morir a cada golpe ceniciento, entre leves quejidos doloridos. El lento soplo de los siglos no suena ya en sus oídos. Se muere de sí mismo, le come un ansia impura, la de aquella verdad que ocultar quiere, llanto escondido, dice, absurda cárcel dura. Como Quevedo vive en conversación con los difuntos y escucha con sus ojos a los muertos. En Bousoño hay siempre una sombra de Claudio Rodríguez “Si tu la luz te la has llevado toda ¿cómo voy a esperar nada del alba?”. El don de la ebriedad enciende también a Li Po, a Omar Kheyam, a Ben Quzman.

Maestro de Vargas Llosa y de Brines, Carlos Bousoño, estremecido ante la oscura penumbra del más allá, afirma, sin embargo, que el vivir es hermoso. Pediría pasar otra vez por este trance. La vida es “un mar que encrespa todo el llanto, la senda estrecha, el horizonte oscuro”. El poeta amó la mancha y conoció el gemido. “Y aquí tenéis mi vida. Vedla entera. La noche grande y la pasión sincera, el aire absorto, el caminar cansado”.

En la cumbre de la poesía española, hoy, Carlos Bousoño igual que su maestro Vicente Aleixandre, ha enterrado en la ceniza las espadas como labios y publica versos de la consumación, de la muerte que devora la luz, de las lágrimas del tiempo que llueven sobre su corazón como en este otoño tardío llueven sobre la ciudad.

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