Creo que no estoy de acuerdo en ni un sólo punto del decálogo que Richard Wilson, productor de televisión y autor de 101 cosas que no hacer antes de morir, ha publicado en el Times. Imagino que a este personaje le gustan los libros como las teleseries, “con una sinopsis que se pueda resumir en una sola frase en la que entre acción, romance, explosión al final y a ser posible un oso polar”. Pero me ha parecido una manera divertida de plantear una discusión sobre los libros que nos sobran. Adelante Mr. Wilson con su donoso escrutinio:
10. Ulises, de James Joyce: Wow. Eso no me lo venía venir. ¿Sólo el décimo puesto, de todas formas? Lo atribuyo a puro chovinismo anglo. Suponía que la obligación de un libro era arrastrarte hasta la última página. Pero en cierto modo es bueno saberlo: si es famoso por ser difícil ya tienes la excusa para no liarte con ello.
9. El Señor de los Anillos, de J. R. R. Tolkien: Vaya, esto ya es más original. Aunque la explicación de Wilson (que sin duda fue un adolescente atlético y popular con el que todas las chicas quisieron ir al baile de fin de curso) tira por la sociología topiquera. Lo mejor que puedo decir de este libro es que es una herramienta muy buena para elegir a tus amigos en la escuela. Cargar con el monstruoso tomo de Tolkien era el equivalente a una campanilla de leproso: ‘¡Impuro! ¡Impuro!’ (...) En pocos años esa gente estaría yendo a pases de Peter Gabriel y leyendo Dune. Mira, eso último no va tan desencaminado…
8. Por quien suenan las campanas, de Ernest Hemingway. El estilo de Hemingway es impresionante al principio. Frases simples con pocas descripciones (...) Entonces te das cuenta de que es algo soso y aburrido, y cuánto más sabes sobre Hemingway más te das cuenta de que el tipo era un peñazo también: un terrible peñazo machista obsesionado con los toros, las peleas, las armas y el tratar de pescar el pez más grande: realmente un tipo agotador con el que no querrías pasar el tiempo. Hmm, creo que después de todo Wilson no es del tipo arrogantemente viril. Me lo imagino sentado desde la adolescencia contra una pared y contemplando a los demás sólo, en silencio, con una sonrisa de desprecio en la cara como único gesto…
7. En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. Sí, sí, probó un bizcocho que le recordó su infancia. Cuando quiero recordar mi infancia me miro unas fotografías. Buen punto, sensei Wilson. Buen punto.
6. El hombre del dado, de Luke Reinhart. Básicamente, este desagradable tipo hace todo lo que le pide el dado que haga, lo cual es a menudo espantoso (...). Escribe en la cara del seis ‘Sube y viola a una mujer’ y si sale el seis lo hace. Si hubiera escrito ‘Tómate tres tortitas’ se hubiera ahorrado muchos problemas. No tengo ni idea de qué libro está hablando, pero suena curioso. Con tortitas o sin ellas.
5. Miedo y Asco en las Vegas, de Hunter S. Thompson. Su única distinción particular es la creación del ‘Periodismo Gonzo’, que autorizó a cualquier periodista a pillarse una curda con quienquiera sobre el que estuviera escribiendo en ese momento. Y por eso, señor mío, le hubiera dado yo el Pulitzer, el Booker y el Príncipe de Asturias a
4. El mito de la belleza, de Naomi Wolff. No sé si Naomi Wolff es una verdadera académica (...) pero en todo caso debe ser profesora emerita de lo obvio. El mito de la belleza va de cómo se sienten las mujeres bajo la presión de perder peso y tener buen aspecto. Ahí lo tienes. Otro libro del que no sé nada, y en este caso sí que Wilson ha conseguido desinteresarme. Si en el fondo tendrá razón y no hay trama que resista a un plato de tortitas…
3. Guerra y Paz, de León Tolstoi. Demasiado largo. Pitufo gruñón odia los libros largos. Le quitan tiempo de hacer el amor con su ego.
2.
1. Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen. Los personajes hablaban de manera muy oblicua y todo parecía ir sobre hipocresía, convenciones y maneras; peor aún, era muy difícil encontrar el sentido de las frases. Estoy seguro de aquí Wilson está insinuando que también tiene la solución para todo el aburridísimo siglo XIX: ¡Tortitas, caramba! Imaginaros una novela de Zola en la que la mayor preocupación de los personajes fueran las tortitas. ¡Charlie y la Fábrica de Chocolate prefigurada un siglo antes!
En definitiva, el consejo de Wilson es el de evitar como la peste todo lo que amenace con aburrir. La verdad es que como consejo existencial no es nada despreciable, pero quizás requiera un nivel de superficialidad que lamentablemente habrá superado cualquiera que haya terminado (y peor aún disfrutado) alguno de los libros de la lista.
Bueno, abierto queda el debate. ¿Qué libros hay que evitar leer antes de morir?
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