Por: Marina Porcelli
"-Tres lunas color naranja, ¿qué mundo es este?
-Un mundo muy triste, señor fiscalizador."
Rainer - María Rilke
-Un mundo muy triste, señor fiscalizador."
Rainer - María Rilke
No hace falta decir quién fue Rainer-María Rilke, sabemos que abandonó Praga cuando tenía poco más de veinte años -había nacido allí, en 1875-, que vivió en Bohemia y viajó por Alemania, que llegó a Rusia, también, donde conoció a Pasternak, e incluso a Tolstoy, su experiencia italiana quedó reflejada en Diario Florentino y su paso por París, en Cartas a Rodin. Agregar que escribió poesía en lengua alemana, que entre sus libros se encuentran Elegías a Duino (1922) y Sonetos a Orfeo (1922), además de muchísimos diarios y correspondencias, y una obra de teatro, y que es uno de los escritores más importantes del siglo: esto puede leerse en cualquier biografía. Sus versos anticipan la mirada existencialista, exaltan permanentemente el proceso de creación, incurren en el discurso amoroso vacilando, siempre, entre "el amor sagrado" y el "amor profano". Historias del buen Dios, su primer libro de cuentos, escrito años después de dejar Praga, está fechado en 1901. Esta escritura todavía lábil anticipa, con su modo, el que será su libro en prosa más hermoso: una suerte de diario descriptivo y alocado de la vida parisiense, Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, publicado en 1922. Pero para llegar a este diario de situaciones enrarecidas, a su sensibilidad exacerbada y a su hondura dramática, para desembocar en él, y entender el arco preciso que recorre la prosa de Rilke durante dos décadas, es indispensable tener en cuenta las selecciones de cuentos que lo median, o sea, la belleza onírica encerrada en El rey Bohusch y la brutalidad implacable de El amante. En Cartas a un joven poeta (1903), Rilke, refiriéndose a los primeros problemas con los que se topa un escritor inicial, aconseja: "...sálvese de los temas generales y vuélvase a los que le ofrece su propia vida cotidiana..." Vale decir, aconseja dejar a un lado los grandes temas debido a que sus formas "corrientes y habituales" son las más difíciles de alcanzar. Y sobre este axioma en el que reivindica, subterráneamente, la necesidad de dar forma a la propia individualidad, Rilke posa su narrativa. Sus cuentos son siempre urbanos -transcurren mayormente en Praga o en Bohemia-, y están guiados por personajes anómalos que quiebran de por sí la chatura cotidiana, lindando con lo fantasmagórico y con la locura. Así, en El rey Bohusch, por ejemplo, la verdadera tensión no aparece -como insisten algunos prólogos- en el análisis de los problemas nacionalistas checos, sino en la situación singular de un jorobado que rompe con la cabeza la tapa del ataúd de su padre y le desgarra la garganta, sin entender por qué ya no puede encontrar su voz.
Sesgados de melancolía, belleza y crueldad, los cuentos de Rilke no son los de un poeta que tantea la prosa, sino los de un escritor completo en el sentido más lato del término. Rilke murió en Val-Mont, enfermo de leucemia, en 1926.
Sesgados de melancolía, belleza y crueldad, los cuentos de Rilke no son los de un poeta que tantea la prosa, sino los de un escritor completo en el sentido más lato del término. Rilke murió en Val-Mont, enfermo de leucemia, en 1926.
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