miércoles, 1 de octubre de 2008

Sirenas: las malditas


(Todo parecido con la realidad es pura coincidencia)


Fernanda Gil Lozano*

El hombre diferente, la diferencia, lo diferente es más poderoso y persistente que el mundo concreto. La diferencia se mezcla con nuestra vida y participa de nuestra historia. Los otros inventados en todos sus detalles o transfigurados a partir de un prototipo real, extraen su fuerza de la substancia etérea e invasora de la imaginación. Esta puede ser más poderosa y persistente que el mundo concreto, sus creaciones atraviesan los siglos. El imaginario abarca el amor y el odio, todo el espectro de las creencias, la búsqueda de la verdad y la invención del futuro. Esta larga búsqueda imaginativa es solo un viaje al interior de nosotros mismos, "lo diferente" en cualquiera de sus formas, no es más que una proyección de nosotros mismos. En sus materializaciones, encarna la gama completa de nuestros fantasmas, de nuestros prejuicios, ideales e ilusiones, de nuestras virtudes y nuestros vicios. Nos invita al camino del autoconocimiento. Es así como quise compartir una inquietud sobre algunos símbolos femeninos, en este caso las Sirenas, que a mi entender estamos viéndolos exclusivamente bajo una mirada patriarcal que anula gran parte de su riqueza simbólica.

De esta manera, podríamos comenzar nuestro trabajo describiendo a las sirenas, como hermosas doncellas de la cintura para arriba pero que tienen la parte inferior de su cuerpo como cola de pez. Llevan consigo un peine y un espejo con los cuales adornan y arreglan sus cabellos. Cantan con una voz irresistible sobre una roca de mar y dan muerte a los hombres que sucumben a sus encantos. Sin embargo no siempre fueron así.
Homero descuidó describirlas físicamente, quizás porque era notorio lo que después se olvidó: eran mujeres-pájaros.
Es necesario ver a las sirenas como un símbolo de tradición milenaria, cargado de interferencias en cuanto tal, y generoso de significados como pocos otros.

Ante todo las Sirenas son híbridos. La imagen mítica de las criaturas mitad humanas y mitad animales, como la Sirena y el Minotauro, expresa una vieja intuición común: que no existe una naturaleza intrínseca a nuestra especie, que nuestra continuidad y nuestra diferencia con los demás animales de la tierra son misteriosas y profundas, y que en tal continuidad y en tal diferencia reside nuestro sentido de extrañeza en relación con la tierra, o bien, la clave posible para sentirnos cómodos. Mitad mujeres, mitad animales. O mejor: divinidades femeninas que comparten el orden animal.

Según el concepto freudiano de símbolo, los contrastes se funden en la metáfora inconsciente, el enigma se enmascara con la censura. Hibridismo, ambivalencia, polaridad, doblez, dualismo, son las cualidades psicoanalíticas de los fantasmas creados por el miedo. Mircea Eliade explica que tales son las características de lo sagrado.

De la fusión de dos entes biológicos diferentes brota una fuerza sobrenatural. Podríamos suponer que las imágenes primordiales, sedimentos de memoria acumulados, son engramas colectivos que tienen una vida en sí, independientemente de los individuos particulares. Como si detrás de la metáfora hubiera algo más que una sustitución ornamental de la realidad.

En las Sirenas, un ser intermedio ha tomado formas. La parte humana se circunscribe al rostro, mientras todo lo demás es gallináceo. El límite entre una especie y la otra puede retroceder, avanzar, sufrir desplazamientos imperceptibles, variables al infinito. Estas pueden ser un viaje hacia los equilibrios o las estridencias, hacia lo sublime o lo brutal, ofreciendo cada vez criaturas nuevas, capaces de despertar nuevas tensiones y obsesiones, provocando encadenamientos repentinos y reacciones insospechadas.

El animal alado, en este caso, es capaz de cantar, pero también de herir con sus garras. Son una ligadura entre la tierra y el cielo, mensajeras de los dioses. Quizás Ángel, Serafín, Querubín. El ave está en el extremo opuesto al reptil, lo cual no es tan obvio como puede parecer: Quetzalcóatl, la serpiente emplumada de México, encarna este intolerable dualismo.

En algunas poblaciones se transmite aún hoy la creencia de que las aves transportan a los muertos sobre las alas; pensemos a cuántos niños se les dijo que los recién nacidos vienen de París y los trae la cigúeña.
Las Sirenas son genios femeninos del mediodía, actúan en la hora de la religiosidad antigua, la hora pagana de los fantasmas, el instante sin sombras en el que el sol, en la cumbre de su efecto sobre la tierra, ha concluido su ascención y está por emprender el camino hacia la noche.

Las Sirenas no persiguen. Es el hombre quién debe acercarse. Las Sirenas esperan. El lugar aparece sembrado de cadáveres, huesos descarnados y pieles putrefactas: toda una advertencia.
Las razones aducidas para explicar el por qué de sus alas revelan el aspecto profundo del otro componente del híbrido, es decir, lo humano femenino.

En esto también interviene la ambivalencia. Nacidas como ninfas, en efecto, las Sirenas merecieron las alas, ya sea como castigo o como premio. Nacidas en cambio como mujeres aladas, por los mismos motivos se afirma que se las cortaron. Pausanias, Eustacio y Juliano traen a las Musas como feroces adversarias. Las Sirenas se habían atrevido a competir en el canto con ellas. Las Musas enojadas y para denigrarlas les arrancan las alas y con sus plumas se hacen coronas. Según otros es Afrodita la que les da forma de pájaro, para menoscabar su condición de seres superiores. La Diosa del Amor castigaba así, la insistencia de las Sirenas en mantenerse vírgenes, rechazando no solo la unión con mortales sino con los dioses. Pierre Grimal piensa que este destino le sucedió solamente a Parténope, una doncella frigia que se cortó la cabellera y se exilió en Campania para consagrarse a Dionisos, donde la alcanzó Afrodita y la convirtió en Sirena..La versión más densa de implicaciones simbólicas es la que asocia las alas de la Sirena al mito de Demeter y su hija Kore-perséfone. Este mito reafirma el nexo de las alas y el mundo de las tinieblas, expresa también el enigma femenino y sus relaciones con el nacimiento y el destino final del hombre. Las Sirenas, ninfas del séquito de Kore, están jugando con ellas en las cercanías del Etna; mientras se distraen para recoger violetas y narcisos, Plutón rapta a la doncella divina y se la lleva al reino de los muertos. Deméter, madre antes que nada, les reclama a las Sirenas por su descuido, y como castigo las transforma en aves. Ovidio, sin embargo dice que son las mismas Sirenas las que piden alas a los Dioses para ir a ver a Perséfone. La tradición de estos "dimes y diretes", que sí a las alas, que no a las mismas, implican a las Diosas que atienden a la música, el amor, la maternidad y la muerte.

En este cambio de especie zoológica obró en su favor cierta confusión lingúística debida a homofonía o paronimia. Ala y aleta, en griego, se designan con la misma palabra, pteruguion, y en latín, entre pennis y pinnis (pluma y aleta) hay apenas una vocal de diferencia.

Estos parecidos linguísticos y ambivalencias simbólicas fueron los intersticios donde copistas medievales dieron rienda suelta a su frondosa imaginación. Nunca una mutación tan radical se apoderó de centauros, esfinges, y dragones. Y esta doble representación de las Sirenas parecería corroborar una vez más la duplicidad de su simbología. Su forma cambiante, dispuesta a acoger las apariencias más inéditas, habla de una capacidad de metamorfosis no común que se va manifestando inclusive a lo largo de los siglos.

Si bien los antepasados masculinos y femeninos se buscaron en muchos dioses antiguos, hay dos hallazgos que prueban que las Sirenas piciformes provienen de la misma cuna que las aladas: un vaso de Megara del siglo II a.c., conservado en el Museo Nacional de Atenas, y una lámpara romana de los siglos I y II d.c., conservada en el Royal Museum de Canterbury. El tema representado es el de Ulises y las Sirenas, pero éstas, en vez de pájaros, son mujeres con cola de delfín que emergen de las olas.

En los Bestiarios medievales se convierten en tema iconográfico dominante de las miniaturas de manuscritos litúrgicos, entrelíneas, entrelazadas en las letras iniciales y en los encabezamientos, al margen de los mapas, en las xilografías. A menudo el nuevo modelo convive con el antiguo. De alguna manera se impone la Sirena-pez. Se anula pues el concepto de vuelo para dejar prevalecer el de caída. Según algunos autores, las Sirenas, compuestas de carne y pescado, representan el paso de los días en que es permitido comer carne a la abstinencia de la Cuaresma. Pero en general son juzgadas en oposición a Cristo pescador.

Las vemos apretando las branquias de los peces, golpeándolos con una maza, destripándolos con un cuchillo, guardándolos en la vagina, porque los están pariendo, o porque los están utilizando en una suerte de erotismo blasfemo. Las mujeres-pez coinciden con las mujeres-serpientes: las vemos cómplices de Eva, traspasando a Adán con el hierro de la muerte eterna o martirizando a Cristo flagelado.

Es decir, el cristianismo las deja atrapadas en un plano bajo y húmedo, cenagoso y malvado. Recién la alquimia del siglo XV, la va a considerar un símbolo positivo: la unión pez (azufre naciente) con doncella (mercurio común), es decir, el mercurio filosofal o sal de la sabiduría.

Por todos los medios, el hombre trató de sepultar a las Sirenas, inventando tácticas que redujeran su poder para llevarlas al silencio. No quiso que vencieran a Ulises, menos aún a las Musas o a Orfeo. Nunca se las puso en el Olimpo.

Durante un tiempo me pregunté dónde se había colocado toda la simbología perdida de las Sirenas clásicas: su face de comunicadoras entre el mundo de los vivos con el inframundo, como así también su capacidad de sutilisar nuestro espíritu a través del canto. Perdemos toda su trayectoria vertical, su poesía. Si bien el cristianismo les aporta una gran hermosura, también castra uno de sus movimientos fundamentales como es el desplazamiento vertical al cual solo accedían por sus alas. Por otro lado la sensualidad de su cuerpo-pez les borra esa opción tan exclusiva: la virginidad por opción. Las Sirenas superaban el placer del cuerpo por uno más sublime, en este sentido su música puede ser interpretada, no como la maldad de un encantamiento sino como el primer peldaño hacia el desapego a todo lo que nos ata el mundo material. Cuando alguien se detiene a escucharlas frena un desplazamiento horizontal, atávico que nos lleva a la familia, patria o cualquier otra agrupación que nos contiene. Para escuchar a las Sirenas hay que osar ejercer la libertad. Esta situación puede interpretarse como una instancia de decisión, de participación hacia un plano más elevado, más sutil, donde posiblemente haya que dejar atrás todo lo que signifique un peso, una atadura. En casi todas las religiones el encuentro con la divinidad exige un renunciamiento, y también la música es considerada como la piel que acompaña al alma hacia otras alturas. En este sentido, las Sirenas, nos ayudarían a superarnos de todo aquello que nos es familiar.

Las Sirenas, sin embargo, siguen siendo asimiladas como las desviadoras, las que tuercen, las siniestras a las cuales los hombres deben rechazar ya que los apartan del sendero recto. Los varones, en teoría, son derechos. La sabiduría de sus cantos va a ser capturada como conocimiento pagano, el placer que ofrendan va a ser reducido al placer erótico por lo tanto es preciso evitarlas y negarlas. Así, la única ave positiva que aletea sobre las naves serán las palomas, manifestación del espíritu santo y, a menudo, alma de los fieles que participan el triunfo de Cristo. Como híbridos alados no habrá más que "ángeles". Literalmente son los seres intermedios entre Dios y el hombre: "mensajeros", únicas formas semidivinas admitidas por los rígidos monoteístas de origen bíblico.

Los ángeles son seres jerárquicos, hay signos de ello en el antiguo testamento, pero recién en el siglo V o VI encontramos el diseño de sus rigurosas jerarquías. Se supone que su organizador fue Pseudo Dionisio.

Existen tres jerarquías que a su vez, tienen tres órdenes de ángeles. La primera está compuesta por Serafines, Querubines y Tronos; la segunda, por Principados, Arcángeles y Potestades, y la tercera, por Principados, Arcángeles y Ángeles. La importancia de las Jerarquías y órdenes es descendente, y tan solo las últimas órdenes entran en contacto con el género humano. Por Santo Tomás nos enteramos de algunas de las características individuales propias de cada orden. Así nos enteramos de que los Serafines ven a Dios como último objeto de amor de todas las cosas y arden de amor por él; los Querubines conocen las razones de la Providencia, que identifican con la propia forma Divina; los Tronos, consideran la disposición de los juicios Divinos en sí; las Dominaciones mandan a las demás órdenes; las Virtudes cumplen los mandamientos Divinos; las Potestades conservan el orden impuesto por la Providencia Divina; los Principados velan por el bien común; los Arcángeles se ocupan del bienestar humano; y los Ángeles proveen al bien estar de cada hombre en particular.

Pienso que no es lo mismo sostener que existen "ideas o creencias" que sostener que existen "ideas y creencias" y que muy posiblemente las primeras estén contaminadas por las segundas, es así como estos hermosos seres, los Ángeles, siempre me inspiraron una gran desconfianza. Siempre en mi interior fueron varones afeminados, nunca neutros y asexuados. Por más que de niña me iniciaron en la religión Católica, Dios se me apareció como un varón que no me entendía y los Ángeles como sus esbirros cuenteros. Años más tarde leyendo sobre el hombre medieval, éste era descripto como un sujeto sin privacidad, inmerso en un universo lleno de alas, que subían y bajaban para contarle todo a Dios.

Lamentablemente como híbridos alados no habrá más que Ángeles. Totalmente dignos de crédito, ellos ocuparán el lugar de las Sirenas, con quienes nadie los confundirá. El pleno título de mensajeros de otros mundos sólo a ellos les corresponde. Un mismo radical, aproxima los vocablos "serafín" y "sirenas", pero éstas últimas ya no nos iluminan, todo el favor se dirige a los Ángeles. Hasta la música es de ellos. El nexo entre la música audible de los hombres y la música no audible celestial son los ángeles musicantes, así como la vía para la comprensión de las verdades es el salmo. Unívoco, el canto de los ángeles expresa el Himno de alabanza a la creación. Sólo ellos tienen derecho de definirse como sublimes.

Las Sirenas imaginadas por Homero no tenían jerarquías, cantaban como ofrenda, no mezquinaban su voz, y renegaban voluntariamente al placer carnal, no como sus herederos que no tienen sexualidad porque carecen de sexo. De alguna manera, las Sirenas concentraban una multiplicidad de significados que los Ángeles no pueden contener.

En un libro de crítica literaria, escrito por Corrado Rosso, se cruza a las Sirenas con las Serpientes . Estas figuras para el autor imponen una idea de movimiento: se huye de la Serpiente y se va hacia la Sirena; rechazamos el mal y el dolor, y corremos hacia el placer. A mi modo de ver no todo es tan lineal y sencillo. Hay momentos de temor y prudencia, en donde nos detenemos en ese camino hacia la felicidad. Con nuestro cuerpo hacemos ´síntesis de polaridades irreconciliables como la paradoja del "miedo a la felicidad"

Marx Horkheimer y Theodor W. Adorno escribieron juntos durante la guerra el libro Dialéctica del Iluminismo que contiene la siguiente alegoría sobre Ulises y las Sirenas:

"Quién quiera perdurar y subsistir no debe prestar oidos al llamado de lo irrevocable, y puede hacerlo solo en la medida en que no esté en condiciones de escuchar. Esto es lo que la sociedad ha procurado siempre. Frescos y concentrados, los trabajadores deben mirar hacia delante y despreocuparse de lo que está a los costados. El impulso que los induciría a desviarse es sublimado –con rabiosa amargura– en esfuerzo ulterior. La otra posibilidad es la que elige Odiseo, el señor terrateniente, que hace trabajar a los demás para sí (...) sus compañeros, que no oyen nada, conocen solo el peligro del canto y no su belleza, y lo dejan atado al mástil, para salvarlo y salvarse con él. (...) Odiseo es sustituido en el trabajo. Como no puede ceder a la tentación del abandono de sí, carece también –en cuanto propietario– de la participación en el trabajo y, finalmente, también de su dirección, mientras que por otro lado sus compañeros, por hallarse cercanos a las cosas, no pueden gozar el trabajo, porque éste se cumple bajo constricción, sin esperanza, con los sentidos violentamente obstruidos. El esclavo permanece sometido en cuerpo y alma, el señor entra en regresión (...) La sordera, que ha caracterizado a los dóciles proletarios desde los tiempos del mito, no representa ninguna ventaja respecto a la inmovilidad del amo."

Yo me atrevo a cuestionar la propia racionalidad de Ulises, pues un ser racional no habría tenido que apelar a este recurso. Sin embargo tampoco fue el pasivo e irracional vehículo de sus cambiantes caprichos y deseos, pues fue capaz de alcanzar por medios indirectos el mismo fin que una persona racional habría podido alcanzar de manera directa. Su situación, ser débil y saberlo, señala la necesidad de afrontar otros modos de seguir los caminos rectos, o, pensar si hay que seguir esos caminos necesariamente. La fábula de Ulises y las Sirenas es un emblema de la imperfecta racionalidad ¿humana? o ¿masculina?. Convengamos que contraria a la conducta racional, la irracional se apodera del hombre en el amor, el odio y el autoengaño. Como historiadora, pude comprobar que esos sentimientos parecen preferir a las mujeres, y es así como nosotras llenamos los loqueros por ser pensadas como irracionales. Sin embargo, actitudes como la inconstancia y el altruísmo dan cuenta de otra modalidad del comportamiento, la racionalidad debe ser siempre problemática y no lineal, para que también tenga cabida la explicación por el azar que también existe.

Ulises consciente de sus propias debilidades, habiendo optado por la línea recta, se hace atar, se obliga a una táctica que, al fijarle límites, le impide cambiar de programa. Las Sirenas son algo que nos recuerda esa otra posibilidad perdida, esa distracción cotidiana en que nos sorprendemos en los momentos más absurdos.
De sus abundantes imágenes visuales hoy solo conservamos de ellas su estridente voz: ya sea por un temblor de tierra o algún problema éstas se activan, las sirenas, desgarrando nuestros oídos con sus gritos. Quizás gritan porque no las escuchamos.

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Fernanda Gil Lozano es Licenciada en Historia. Dirigió Historia de las mujeres en la Argentina (Buenos Aires, Taurus, 2000, junto a Valeria Pita y Gabriela Ini), publicó artículos en El murciélago, Mora y Todo es Historia (Buenos Aires), dictó conferencias y cursos sobre aspectos culturales e históricos de la literatura fantástica. Es docente en la cátedra de Historia Social Latinoamericana en la Facultad de Ciencias Sociales y adscripta a la cátedra de Historia Moderna de la Universidad de Buenos Aires. Vive en Buenos Aires, Argentina.

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