Hugo D. Apaza Quispe
A comienzos del presente siglo, en la localidad de Juliaca, ya existían varias ferias originadas consetudinariamente por el desarrollo comercial del Altiplano y porque Juliaca era un nudo de transacciones obligatorias. Las tradicionales ferias, es decir, las «no reglamentadas» fueron (y son) la dominical y la de los días lunes; la primera es de carácter campesino y la segunda es de carácter urbano.
El escenario de la feria de los lunes, primigeniamente, fue en la prolongación de la laguna Temporal (mas tarde plaza Grau y luego C.C. No 2) y algunas calles del llamado Pueblo Viejo. Debido a que esta feria crecía, y se iba acercándose hacia la zona del Pueblo Nuevo, las autoridades edilicias tuvieron que reordenar a los comerciantes y transportistas, concentrándolos en un solo lugar. Así la feria de los lunes se concentró en las inmediaciones de lo que hoy es el Centro Comercial No 2, y como eran muchos los vendedores de comidas, la tradición bautizó el lugar con el sugestivo nombre de «CHUPEQHATO», voz quechua que traducida al lenguaje de Cervantes, significa «PLAZA DE COMIDA». Allí en el Chupeqhato, los comensales, que eran visitantes de los pueblos y comunidades vecinas, ingerían sus alimentos de cuclillas o sentados en el suelo, pocos preferían las bancas. Los que frecuentaban a estos comedores eran gente que no extrañaba ni deseaba sillas ni mesas; total, esos elementos eran para los de alcurnia, para los mistis, y no para el campesino que chajchaba su propio porvenir. La feria del Chupeqhato no sólo era el negocio de las que expendían comida tradicional, sino que aquí se reunían todos los comerciantes agrupados en varias secciones como: Vivanderas, fruteras, panaderas, chifleras, coqueras, (vendedoras de hoja de coca), laneras, licorerías, etc. Así como los infaltables riferos y propagandistas, (charlatanes), que a viva voz invitaban la preferencia de sus productos.
El poeta romancero, jornalero y calcetero, Benavente, dedica sus potencialidades poéticas a perennizar esta arista costumbrista que ha sido extinguida o transformada por el advenimiento de una burguesía informal, que miró con desprecio esta práctica popular. La mentalidad de quienes conducían los destinos de esta ciudad, sólo les permitía pensar en «Negocios Grandes» para crear el espejismo y progreso radioso; por ello es que consideraron que la feria del Chupeqhato debía ubicarse en la periferia de la ciudad Sing. Nuestro vate, con agudo olfato sociológico, muestra esta obra cara de la «Perla del Altiplano»; nos muestra el rostro del Pueblo Viejo, del Pueblo Milenario y su espontánea predisposición de servir de mercado a los comerciantes ambulantes e informales, los mismos que, al final de cuentas, son los que vienen labrando el porvenir de esta progresista y cosmopolita «Ciudad de los Vientos».
En la «Feria del Chupeqhato», no sólo se muestra la transacción mercantil desde los inicios del día («llegan todos apurados») hasta su exitosa culminación, sino sobre todo, nos ilustra la feria del romance semanal, pues allí, en medio de mercaderías y desórdenes propios de una ciudad emergente, también se concentraban los jóvenes para despertar y alimentar sentimientos que en sus lares no siempre es fácil.
De los versos de Vicente Benavente, surge un detalle característico del comercio calcetero; Quienes venden en las ferias callejeras? Predominantemente, la población femenina es quien se dedica a este tipo de negocios, son ellas las que se visten “Con sedas más brillantes” para tentar a los clientes; en cambio, los varones “ Empujan el trago temprano”. Ganar o no ganar es parte inherente de este oficio, por ello, cuando el negocio no iba bien la comerciante «Besa la queja del día». Como toda mujer del ande, las que concurren a esta feria son laboriosas por antonomasia, «Un amor con otro amor», un trabajo con otro trabajo, mientras cuida la mercadería sus hábiles manos van tejiendo, mientras va tejiendo, sus ojos observan el remolino de polleras y chullos, mientras observa la alegre plaza no se cansa de ofertar sus productos, que siempre son los mejores del mundo.
En los versos del vate calcetero, son infaltables los elementos que tipifican a Juliaca de antaño y de hoy; estos elementos siempre presentes e inherentes a este eje comercial del altiplano son: Viento, frío, calcetero, mercaderías, ganancias, tiendas, clientes, charlatanes, bocinas, polleras, chullos, etc. Todos estos elementos espontáneamente combinados producen una «Maravillosa Transa» en donde la «Mercadería habla con el cliente, los bolsillos se consultan con la abundancia de los aplausos». El poeta, por el cariño que siente hacia su lar, sintetiza el concepto de esta feria extinguida o mejor transformada, con los siguientes versos:
«En la tierra de Juliaca
la feria del Chupeqhato,
es la plaza de ganancias” .
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