Boris Espezúa Salmón
“La Feria del Chupeqhato”, es un poema que nos trae el sabor altiplánico, el pedazo de cariño, la flor en el campo, y las tiendas de fiesta como lo expresa el poeta. En quince sonetos breves y rimados al mundo andino, para Benavente es energía y deseo, es lo real y lo imaginario, ratificando aquella expresión del filósofo Heidegger, que el hombre es lo inacabado, es lo permanente, y en su desenvoltura es el centro de la naturaleza, siempre en perpetua posibilidad. En el presente Poema el autor no sólo nos revela una costumbre y a la vez el hambre, sino que devela el entorno paisajista y vivencial del hombre puneño, «Chupeqhato» es entendido para el hombre andino como un lugar de afecto, de encuentro y de regocijo, en ese sentido el comercio, o la usura quedan en un segundo plano, y es destacado más el tintineo y la hechadumbre de la feria, que es singular en nuestros pueblos, donde la poesía es vivida y el balbuceo y la realización nuestra.
«La Feria del Chupeqhato», es el espacio inanimado, es la música tocada, es la aclaración del horizonte. Octavio Paz decía: “…que la palabra poética es histórica en dos sentidos complementarios, inseparables y contradictorios; en el de constituir un producto social y en el de ser una condición previa a la existencia de toda sociedad”. La Feria, las Fiestas y los amores son irrepetibles y pertenecen a uno y a la historia, tienen duración y trascendencia gracias a la encarnación poética y a la fecunda memoria. Vicente Benavente es conciente que con su poema pretende eternizar una vivencia, un fragmento de nuestra historia. El poeta no escucha voces extrañas, sino su propia voz, y sus palabras revelan nuestras entrañas.
La poesía puneña, complementa su discurrir con poetas como Benavente, que tienen la mirada de Carlos Oquendo de Amat, el alma de Alejandro Peralta, y el ritmo de Dante Nava, quien también escribió en sonetos. Sin embargo, sin dejar de ser andino, Benavente, es lúcido percibidor del mundo urbano, y del mosaico cultural que somos, y revela nuestras contradicciones y la hibridez mestiza, pero, siempre destacando nuestras raíces andinas, en ese sentido Benavente recobra el ser original, reconquista la profundidad de nuestro espíritu, la poesía de Benavente no es trágica, es épica y bronca, sale de un ostracismo, hacia la autoafirmación y la armonía universal.
Finalmente, Juliaca está en el poeta Benavente, y falta que el poeta esté reconocido en su tierra calcetera. Y por lo tanto no es justo que Benavente esté solo ante la hostilidad, que felizmente personas sensibles y valorativas como Walter Bedregal Paz, hacen posible que el poeta no se sumerja en el silencio, y esté solo frente al porvenir, puesto que la poesía es sobre todo un acto de fe, y por consiguiente, son sus vates quienes elevan a un pueblo a la inmortalidad, Juliaca vive y sueña con Benavente, porque ella misma es ensueño, vida y el dinamismo de una ciudad que en sus artistas e intelectuales se resiste a pasar como un pueblo que padece de sequedad porque su arroyo interior se va secando; sin embargo eso no sucederá si tenemos la palabra y verso amable de poetas como Vicente Benavente.
El viento del sol calcetero
en la falda semanal del cielo
está sobre todo enamorado
igual que la chola de la feria.
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